La mayoría de las personas que comienzan a manifestar una relación natural, desacomplejada y festiva con los símbolos nacionales son jóvenes
Julio ha sido un mes extraño en el País Vasco.
El primer fin de semana del mes contó con la presencia de tres buques de la Armada en el puerto de Getxo. Nombres poderosos: ‘Juan Carlos I’; ‘Galicia’; ‘Blas de Lezo’. España en Euskadi. Puertas abiertas. No era la primera vez. En otras ocasiones, movimientos antimilitaristas y nostálgicos de una banda terrorista emitieron comunicados de rechazo. Esta vez fue la alcaldesa del municipio, Amaia Agirre, la encargada del recibimiento. Los puntos más significativos del comunicado eran los siguientes:
“La presencia de la Armada en Getxo es una imposición que no beneficia en nada y que genera malestar a una parte de la sociedad getxotarra. La presencia de las Fuerzas Armadas Españolas choca frontalmente con la normalización de la sociedad, ya que niega la identidad y el reconocimiento de Euzkadi como nación a la que aspira una gran parte de la sociedad getxotarra. La sociedad getxotarra (ni la vasca en su conjunto) nunca ha recibido el reconocimiento del daño causado por la violencia ejercida por las Fuerzas Armadas Españolas en su territorio”.
El último punto no dejaba nada a la imaginación: “Desde EAJ-PNV nos oponemos a este tipo de actos que pretenden normalizar la asimilación nacional, imponiendo ciertos símbolos nacionalistas españoles a una sociedad vasca plural y que, como decimos, ve negada en parte su identidad. Normalizando este tipo de actos el Estado español pretende superponerse a la política e identidad propia de Euzkadi”.
Normalizar la asimilación nacional, símbolos nacionalistas españoles. Podría haberlo firmado perfectamente EH Bildu, Sortu o Ernai, valga la redundancia. Pero lo firmó el PNV de Getxo, probablemente uno de los municipios menos hostiles de la provincia vasca.
Aquel fin de semana dejó claro que la identidad de Euskadi es, para muchos vascos, principalmente -o al menos también- española. Más de 14.000 personas acudieron a ver los buques de la Armada. Con absoluta normalidad, para desgracia de la alcaldesa y de los antiespañoles de todos los partidos. Y aún quedaba lo peor.
El discurso de Amaia Agirre es hoy en día un discurso perdedor. Se aferra a una idea reduccionista y plomiza de lo vasco que comienza a ser superada por la generación más joven
Una semana después, España llegó a la final de la Eurocopa con protagonismo de jugadores del Athletic y de la Real Sociedad. San Sebastián, Vitoria, Barakaldo y Ermua anunciaron que instalarían pantallas gigantes para que los ciudadanos pudieran seguir el partido. Bilbao también contó con pantalla, pero gracias a una iniciativa privada del PP local. Getxo rechazó hacerlo. El comunicado por los buques de la Armada habría servido también para esta ocasión. La presencia de Vivian, Unai Simón y Nico Williams con la camiseta de España es una imposición que genera malestar a una parte de la sociedad getxotarra. Desde EAJ-PNV nos oponemos a este tipo de actos que pretenden normalizar la asimilación nacional. Normalizando los goles de Nico el Estado español pretende superponerse a la política e identidad propia de Euzkadi.
Getxo no contó con pantalla, pero Bilbao sí. Y allí se pudo ver hasta qué punto los vascos son hostiles a España. El discurso de Amaia Agirre es hoy en día un discurso perdedor. Se aferra a una idea reduccionista y plomiza de lo vasco que comienza a ser superada por la generación más joven. Unas mil personas se reunieron en el parque de Doña Casilda para ver cómo España conseguía una dificilísima victoria; y además, la selección ganó la final.
Camisetas del Athletic y del combinado nacional, banderas de España, camisetas del Real Madrid, turistas nacionales y extranjeros, público del BBK Live, bilbaínos de toda la vida o recién llegados. El domingo 14 de julio asistimos a la confirmación de un fenómeno sobre el que ya se venía advirtiendo, unos con esperanza y otros con temor: superado el miedo a la violencia política organizada de la izquierda abertzale, los ciudadanos vascos comienzan a mostrar ante sus símbolos nacionales una normalidad parecida -aunque aún muy lejos- a la del resto de España.
Aquí aún son normales la exaltación de ETA, la adoración hacia los etarras, la coacción implícita y, a veces, la violencia explícita
Choca esta imagen con la de las fiestas populares, en las que la izquierda abertzale aún reina con mano de hierro. Aquí aún son normales la exaltación de ETA, la adoración hacia los etarras, la coacción implícita y, a veces, la violencia explícita. En las fiestas vascas aún triunfa la voluntad de los de Amaia Agirre gracias al empeño de los de Arnaldo Otegi. Pudimos ver un episodio muy ilustrativo en San Sebastián. Horas antes de la final una cuadrilla de jóvenes vascos rodeaba a una joven en la plaza de la (je) Constitución, la increpaban y le arrancaban mediante dos tirones una bandera de España que llevaba atada al cuello; ante tal provocación. Animo al lector a que vuelva a leer el comunicado de la alcaldesa de Getxo, para una experiencia mejorada.
Estos chavales viven en otro tiempo. Son españoles. Algunos de ellos se alegran especialmente por el triunfo de Unai Simón, Vivian, Nico, Oyarzabal, Zubimendi o Merino, pero muchos también por el de Olmo, Rodri, Carvajal o Yamal, porque es el mismo
Pero como decíamos, los tiempos están cambiando. Muy poco a poco y con una dependencia innegable de eventos como el fútbol, pero están cambiando. Y hay una cuestión esencial dentro del fenómeno. La mayoría de las personas que comienzan a manifestar una relación natural, desacomplejada y festiva con los símbolos nacionales son jóvenes. Y de aquí parte la cuestión que se suele pasar por alto: no sacan la camiseta o la bandera porque crean que es su deber, porque quieran ser parte de una especie de resistencia o porque quieran reivindicar a sus familiares de Galicia, Extremadura o Castilla. No están pensando en sus raíces. Sencillamente, no están pensando; y esto, tal vez paradójicamente, es lo bueno. Se ha superado la idea de una “españolización” política o militante que fracasó. Estos chavales viven en otro tiempo. Son españoles. Algunos de ellos se alegran especialmente por el triunfo de Unai Simón, Vivian, Nico, Oyarzabal, Zubimendi o Merino, pero muchos también por el de Olmo, Rodri, Carvajal o Yamal, porque es el mismo. Salen a la calle para celebrar el triunfo de España con la naturalidad de un joven de Jaén, de Huesca o de Zamora. No creen estar salvando la nación, y es gratificante ver esa inconsciencia ingenua en una época en la que hasta hacer la compra en Mercadona se ve como un acto patriótico o como una traición al país.
Fantasmas de tiempos peores
Los tiempos están cambiando, y muchos nostálgicos irán apareciendo de vez en cuando para recordar en qué clase de sociedad nos tocó vivir. Estos fantasmas de tiempos peores tuvieron la pistola por la culata durante décadas; hoy empuñan el móvil y simulan ruido de bombas y disparos, pim, pam, pum. La grada de animación del Athletic ‘Iñigo Cabacas Herri Harmaila’ convocó el día antes de la final una concentración en Bilbao para “hacer frente a la asimilación española”. El objetivo era amedrentar a los ciudadanos. Que nadie fuera a ver a España; pero fueron. Fuimos. Y no pasó nada. La cuenta de Twitter de los convocantes no ha vuelto a publicar un tweet desde ese día. Horas antes de la final Joseba Iturria, un periodista que había trabajado para Egin de 1988 a 1998, escribía lo siguiente en la misma red social: “Hace 25 años era inimaginable tener pantallas gigantes en las capitales vascas por un partido de la selección española de fútbol”.
No hace falta preguntar por qué era inimaginable. Unos, porque lo sabemos. Otros, los más jóvenes, porque están ocupados haciendo que sea real.