FRANCISCO ROSELL-EL MUNDO

Ya lo cantó la voz rota de Bob Dylan en una de sus composiciones: «No se necesita al hombre del tiempo para saber de qué lado sopla el viento». Mucho menos cuando, prolongando las senda emprendida por Zapatero y sus componendas con ETA, mientras devaluaba el Pacto Antiterrorista que suscribió con Aznar para salvar la cara ante la opinión pública, el actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se ha asegurado la abstención del brazo político de la banda armada para su reinvestidura (en suspenso), tras respaldar la moción de censura Frankenstein contra Rajoy, así como para aupar a su conmilitona María Chivite (consumada) a la Presidencia de Navarra.

De esta guisa, legitima como sosias a una hermandad sangrienta que antes legalizó su predecesor Zapatero, quien rompió con el legado socialista. Atendiendo a las exigencias de PNV y Bildu, que así se lo compelieron de manera tan explícita como persuasiva para poder apoyar su investidura, Sánchez ha antepuesto sus intereses personales a los de la Constitución que se comprometió cumplir y hacer cumplir. De un tiempo a esta parte, el PSOE concluye deambulando por allí por donde prometió que nunca transitaría.

En este contexto, es lógico que Bildu se venga arriba. Se cobra en los despachos lo que no obtuvo sembrando el espanto, pero se resarce poniendo tributo a su sometimiento. No sólo no condena el millar de asesinatos –muchos aún sin aclarar–, sino que jalea a sus autores al abandonar la prisión una vez cumplidas unas penas irrisorias, cuando no infames, en comparación con el número de sacrificios humanos perpetrados. En pocas ocasiones rinde más pertinente el esclarecido aserto ciceroniano de Summum ius summa iniuria (Sumo Derecho, suma injusticia).

No obstante, la entrega de Navarra al nacionalismo –con el voto decisorio de Bildu– a cambio de una Presidencia que necesitará de todos los confabulados hasta para decir esta boca es mía, supone franquear una puerta de improbable retorno y que rememora la leyenda que figura a la entrada del infierno de Dante: «¡Perded cualquier esperanza!».

Sánchez ha ido más lejos de lo que anduvo Zapatero, si bien con la complacencia del maestro que ve culminada su labor por medio de un discípulo en el que nunca reparó. Escrito está en las actas secretas de la transacción zapateril con ETA. Tras el coche bomba del fin de año de 2006 contra la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, en el que fueron asesinados Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate, el PSOE propuso a los comisionados del crimen un Estatuto único para el País Vasco y Navarra. Sentados en la mesa Arnaldo Otegi y Rufino Etxeberria por Batasuna y Jesús Eguiguren, presidente del PSE, y el ex consejero de Interior Rodolfo Ares por el PSOE, estos últimos promovieron, con dos cadáveres aún calientes sobre la tabla del forense, modificar ambos Estatutos de Autonomía para que transfiriesen sus facultades ejecutivas y legislativas.

Ni que decir tiene que ambos propósitos se acelerarán con el nuevo Ejecutivo navarro tras el correspondiente proceso de intensificación de la euskaldunización impulsado por el gabinete saliente de la nacionalista vasca Uxue Barkos. Por eso, la entrega de la Comunidad Foral por parte del PSOE al nacionalismo vasco es peor que un crimen, un error, atendiendo a la memorable sentencia de Antoine Boulay de la Meurthe, si bien atribuida a Fouché y Talleyrand. Tras el secuestro y ejecución del duque de Enghien, pariente del decapitado Luis XVI, asilado en Alemania, Napoleón despertó a la somnolienta nobleza europea. Forjó una frenética alianza en su contra que originaría su fatal fin.

A nadie se le escapa que Navarra ha sido siempre una apetencia irrenunciable para el PNV y para ETA, pues todo nacionalismo es, en su esencia, imperialista. Con la excusa de ampliar su espacio vital –expresión que puso en boga el nazismo– y del derecho a nación propia de toda lengua, busca extenderse en derredor y conlleva un continuo dolor de cabeza, al margen de que se aloje dentro o fuera del seno maternal.

Lo llamativo es que, cuando la coalición de partidos constitucionalistas Navarra Suma consiguió una victoria contundente –20 de los 50 escaños– en las elecciones forales de mayo, como reacción ciudadana a cuatro años de excesos nacionalistas de Geroa Bai, franquicia del PNV, un partido que se proclama constitucionalista como el PSOE –que sólo cosechó 11–, en lugar de facilitar un Ejecutivo acorde apueste, por el contrario, por liderar un frente nacionalista que fía la llave de su gobernación a Bildu. Su abstención era ineludible para que María Chivite pueda consumar la ambición que Zapatero imposibilitó a su tío Carlos, mano derecha de Fernando Puras, al impedirle la dirección federal una conchabanza de ese tenor.

A esta alianza de la vergüenza del PSOE con ETA, que había obrado antes que Bildu entrara en la Mesa del Parlamento y que hace retroceder a los socialistas a la época preconstitucional en la que defendía el derecho de autodeterminación, la conceptúa Chivite de un acuerdo de corte social por medio de un Gobierno plural de izquierdas para el progreso de Navarra. Al tiempo, se justifica con que ETA lleva años sin matar. Como si hubiera que agradecerle su eliminación a manos de los cuerpos policiales españoles, junto a la colaboración francesa, después de años de permitirle las autoridades galas que convirtieran al país vecino en el refugio de su impunidad.

En el colmo de la inmoralidad, los socialistas navarros justifican su indecente apaño con que «ya está bien de vivir de las rentas de ETA». Que se lo pregunten, sin salir siquiera de casa, a las viudas y huérfanos de los socialistas tiroteados por los pistoleros de sus socios parlamentarios. Como asevera Joe Griffin en Cinco minutos de gloria y recuerda tantas veces Santiago González en este periódico, «a la gente lo que más le gusta es darle la mano a un asesino».

De momento, baste como botón de muestra el gesto de arrobo de Chivite y Sánchez tratando de cortejar a sus portavoces parlamentarios de ETA implorarles un poquito de por favor para ser presidentes sin importarles tal pecado original. Cúmplese la profecía de la madre de Joseba Pagazaurtundua que, referida a Patxi López, hoy se puede extender a todo el PSOE, pues todos otorgan callando: «Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. ¡Qué solos han dejado a los muertos!».

Admitiendo la resistencia humana frente a la evidencia, cualquiera deduciría que el PSOE contempla el áspid etarra como si fuera un doméstico animal de compañía. Como aquella mujer que se amigó tanto a una pitón de 4 metros que no se le ocurrió mejor cosa que meterla en su cama para dormir juntas. Era tal la comunión que la pena se apoderó de ella al notar que el ofidio dejó de comer tratando de confortarla con todos los medios a su alcance. Ni por esas. Compungida, acudió al veterinario, a quien le transmitió su sensación de que el animal parecía pedirle algo que ella no atinaba a elucidar. «Señora –diagnosticó–, su serpiente cada vez que la abraza está midiéndola para averiguar si usted cabe dentro y ha dejado de comer para hacer sitio, de modo que pueda tragársela de un bocado». La incauta mujer salió horrorizada. Había creído que el animal la miraba con los mismos ojos que ella cuando la serpiente sólo apreciaba en su benefactora una suculenta presa a la que devorar en un santiamén.

Como la víbora de la fábula, Bildu se hace el cuerpo reclamando normalizar los actos de enaltecimiento del terrorismo y anunciando más romerías de este jaez, merced a la estupidez supina de quienes parecen quererse hacer perdonar por los vástagos de ETA. Al tiempo que se encumbra a los asesinos, sus víctimas son condenadas al silencio. Así, el secuestrador y carcelero de Ortega Lara es aclamado y vitoreado. Entre tanto, su torturado, tras ser rescatado al cabo de año y medio de secuestro en un zulo que debiera figurar en el museo del horror, como en Alemania con el nazismo, es estigmatizado por militar en un partido (Vox) al que el presidente en funciones sitúa fuera del ámbito democrático. En cambio, reduce a meras discrepancias sus desencuentros con la turba que carga a sus espaldas un gran número de crímenes, entre ellos muchos socialistas. Debido a esta deriva, ETA sustancia sus objetivos merced al entreguismo de políticos que hablan como Churchill y actúan como Chamberlain. Parece la hora estelar de los asesinos ante la penumbra que envuelve a los resistentes de la democracia.

Tras un periodo de dignidad y justicia en el que se les reponía en un lugar de honor tras la explosión de dolor que supuso el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, ahora se les pretende enviar al desván de la Historia. Como en los años de plomo en los que sus féretros debían ser sacados por la puerta trasera de las iglesias. A la deserción de parte de la izquierda, se suma la general incomparecencia de sus intelectuales, salvo honrosas excepciones como los dos grandes Fernandos vascos (Savater y Aramburu), así como esa equidistancia que tan bien tradujo Mario Camus en un gesto de sinceridad. Realizador de unas 40 películas y series, entre ellas Los santos inocentes y La colmena, confesaba en 2012, en un coloquio sobre El terrorismo de ETA a través del cine, que meterse en el mundo del terrorismo «es delicado». Se corría el riesgo de que le quieran ubicar «en un sitio o en otro». «Imagínense una película sobre Ortega Lara», apostillaba quien integra un gremio capaz de colgarse todo tipo de lazos y agitar causas de toda laya, pero renuente a guardar un minuto de silencio por la sangre derramada por ETA.

Por desgracia, quienes proclaman que ETA fue aniquilada no han sido consecuentes con sus prédicas. Y eso que, en 2017, el etarra Urrusolo Sistiaga ponderaba lo siguiente: «Hay organizaciones que ganan su lucha, como en Cuba o en Nicaragua. Otras negocian su final, como el IRA cuando ven que las reivindicaciones no avanzan. Pero hay otras que pierden su lucha sin más, sin nada a cambio, sin que medie siquiera una conversación que fructifique en un acuerdo. Ése es el caso de ETA y esa es su derrota».

Empero, quienes determinan quiénes son héroes o facinerosos, a capricho, son los dueños del adjetivo, de modo que, «si matas a un hombre, no ha sucedido nada; si alguien te llama asesino, entonces has cometido un asesinato». Ello posibilita que, lejos de pudrirse en la cárcel, los forajidos etarras sean alzados como héroes ante la incomparecencia de quienes mendigan sus votos para atesorar un poder provisional. Es más, se les faculta para poner la historia del revés. Por eso, el mayor temor de Primo Levi, superviviente de Auschwitz, no era tanto que las futuras generaciones no compartieran su dolor como que no reconocieran la verdad.

A causa de tanta indignidad e injusticia, la tragedia del casi millar de asesinados por ETA puede quedar en estadística, como diría Stalin, olvidándose que encierra un millar de tragedias sobre las que no debe habitar el olvido, Todo malicia, desde luego, que la historia de la revuelta cívica contra el chantaje etarra terminen pergeñándola sus hijos con la tinta roja de la sangre de sus crímenes.

Si Zapatero se jugó la carta de ETA –transigiendo con atentados como el de Barajas–, Sánchez hace lo propio con Bildu. Esta extensión de ETA maneja sus bazas con la ventaja de hacerlo frente a quien ha quemado las naves con esta travesía al averno. No extrañe, pues, que Otegi se jacte de haber hecho al PSOE rehén. Con esta especie de Síndrome de Estocolmo socialista, no parece preciso inquirir al hombre del tiempo para discernir de qué lado rula el viento. Luego, cuando descargue la tormenta, nadie se llame andana.