Hacienda también son ellos

En los viejos tiempos, uno recibía la carta, ¿no? y entonces, tal como se le indicaba, se iba a una localidad vasco-francesa y allí preguntaba por el señor Otxia o el señor Robles, según. Una vez en presencia del recaudador, podía tratar de contar que la vida está achuchá y tratar de obtener alguna desgravación de última hora.

En los buenos viejos tiempos había seguridades básicas. Si uno recibía la carta, sabía lo que tenía que hacer. La carta, así por antonomasia, en una época en la que sólo recibimos sobres del banco, propaganda variada y facturas de Telefónica, era en el argot empresarial, un mensaje de ETA reclamándole la extorsión, lo que los terroristas, con esa voluntad de investirse con los signos del Estado al que aspiran a sustituir, llaman «el impuesto revolucionario» en una terminología que todos hemos aceptado.

La carta se titulaba una novela de Raúl Guerra Garrido que trataba adecuadamente este asunto, «con nombres, apellidos y lamentos», que escribió Neruda. Y también con una cifra, un mordisco al patrimonio del destinatario que serviría en adelante para franquear nuevas cartas de extorsión, comprar armas con las que asesinar a nuevas víctimas y alimentar a los terroristas mientras esperaban el momento oportuno para ello.

Uno recibía la carta, ¿no? y entonces, tal como se le indicaba en la misma, se iba a una localidad vasco-francesa y allí preguntaba por el señor Otxia o el señor Robles, según. Una vez en presencia del recaudador, podía tratar de contar que la vida está achuchá y tratar de obtener alguna desgravación de última hora, una rebajilla en la cuota líquida.

Durante un tiempo tuvo mucho predicamento el intermediario, alguien que hacía ese trabajo de aproximación por cuenta del contribuyente. A veces actuaba mediante comisión, a veces movido por el humanismo, cristiano o laico. El resultado, en ambas modalidades, venía a ser el mismo para el pagano. El intermediario, que en el País Vasco tenía un precedente antiguo en los casamenteros, actuaba, al igual que éstos por el interés. Los arreglabodas eran generalmente comerciantes que en el mismo lote de la componenda sentimental, incluían el ajuar que ellos mismos proveían a los novios. Entre los celestinos cabe destacar la figura histórica de Arriaga, el de Markina, un artesano muy avispado para detectar indianos tímidos a los que presentaba a lugareñas de buen ver y, de paso, les amueblaba la casa.

Entre los mediadores del impuesto gozó de justa fama Juan Félix Eriz, un sujeto de Elorrio que medió en secuestros y extorsiones llevado por su afán de contener el sufrimiento. Los mediadores visitaban a la víctima de la extorsión y convenían con ella en que, efectivamente, era una barbaridad el dinero que les exigían. Se hacían enseñar los saldos de las cuentas y convencían a los etarras de que aquello era mucho para su contribuyente. Su función real era maximizar el beneficio de los terroristas, que no siempre tenían acceso a las cuentas de sus chantajeados para conocer su situación financiera, por mucho que tengan a algunos de los suyos en las ventanillas de alguna caja de ahorros, un otero privilegiado para curiosear las cuentas de los contribuyentes.

ETA no necesita grandes sumas para subsistir. Se calcula que unos dos millones de euros anuales y el cobro de la extorsión continúa. No cesó ni siquiera durante el proceso de negociaciones con el Gobierno. Fue un paréntesis en el alto el fuego permanente, pese a los esfuerzos gubernamentales. ¿Recuerdan el primer argumento de que las cartas estaban puestas en Correos antes del 22 de marzo de 2006, en que ETA hizo público el comunicado de la tregua? ¿Recuerdan los insultos que los dirigentes del PSE dirigieron al presidente de la patronal navarra por denunciar la llegada de cartas en abril, mayo y junio? ¿Recuerdan el bar Faisán, donde se recogía el unto? ¿Recuerdan el nombre del juez que instruía el caso? Lo tengo en la punta de la lengua.

Santiago González, EL MUNDO, 20/10/2008