Miquel Giménez-Vozpópuli
  • ¿Qué diría si a su hijos les cambian la clase de religión por una de LGTBI?

Y sin avisar a los padres. ¿Surrealista? Para nada. Ha sucedido en un colegio de Tarrasa y en Cataluña todo es posible. Porque la educación, igual que otros terrenos en la batalla cultural que se está librando, es importantísima y los que defienden el nuevo orden woke lo saben. La generalidad y la vanguardia pijo progre educativa quieren llevar a término un programa sobre “Coeducación y educación afectivo sexual” dirigido a criaturas entre cero y seis años.

Estas luminarias encuentran normal un vídeo patrocinado por una marca de whisky en el que un abuelo se maquilla a escondidas porque no se atreve a hacerlo ante su mujer y su familia. El yayo se percata de que su nieto también es gay y se encierra con él para que se maquille. Vamos a dejar de lado las interpretaciones, que ni son casuales ni se desdicen acerca de la insistencia del podemismo con la pederastia. Olvidemos las palabras del icono podemita Samantha Hudson en las que se jactaba de la sonrisa de su sobrinita cuando “le lamió la almeja”, y perdonen por la barbaridad. Las aberraciones políticas han desembarcado en la playa de la inocencia. ¡Y cuidado con decir nada, que te tildan de homofóbico!

Las aberraciones políticas han desembarcado en la playa de la inocencia. ¡Y cuidado con decir nada, que te tildan de homofóbico!

Quizá por eso callan muchos padres de la escuela en la que se perpetró la barbaridad de sustituir a la brava una clase de religión por otra dada por alguien que no formaba parte del profesorado de la escuela. Ideología de género, integración social, aprender a respetar al colectivo LGTBI, lo de siempre. Todo, menos respetar el derecho a elegir qué tipo de enseñanza preferimos para nuestros hijos. Ese centro, el Juan XXIII de Tarrasa, no es la primera vez que se salta la clase de religión y hay profesores que se muestran totalmente opuestos a que se imparta. Normal. Es mejor coger a criaturas de quinto de primaria y pedirles que estos carnavales acudan al centro con las uñas pintadas, sean chicos o chicas. “Semana loca” lo llaman.

Todo proviene de una barbaridad denominada programa Coeduca’t en el que, entre otras lindezas, se promueve enseñar a masturbarse a los críos a partir de los tres años – ¡tres años, por el amor de Dios! -, al consumo de pornografía a partir de los ocho o al sexo oral entre adolescentes. De locos. Se formó tal quilombo que la generalidad lo ha tenido que retirar diciendo que lo estudiará mejor. Ya saben, los hijos no son de los padres, Celaá dixit. Cuidado con esto. Adoctrinar a los hijos por parte del estado es el primer síntoma de un régimen dictatorial. No tenían bastante con lavarles la cabeza con los lazos amarillos, el puta España, hablar catalán incluso en la hora el patio o pintar esteladas para colgarlas en clase que, además, han decidido enviar a Dios castigado al patio.

Todo proviene de una barbaridad denominada programa Coeduca’t en el que, entre otras lindezas, se promueve enseñar a masturbarse a los críos a partir de los tres años – ¡tres años, por el amor de Dios! -, al consumo de pornografía a partir de los ocho o al sexo oral entre adolescentes

Quien necesita, ya no educación sexual, sino terapia psiquiátrica son los que promueven estas barbaridades. El sexo debería ser entendido como un hecho natural, sano, y, por cierto, más divertido que la gala de los Goya. Que una cosa es educar sobre el sexo como parte del aprendizaje vital y otra un anuncio de whisky con un abuelo pintándose los morros. Enseñemos a los niños sexualidad, pero dejemos la morbosidad a los adultos. Por cierto, si en lugar de religión católica la clase fuera de religión islámica ¿habría pasado lo mismo? ¿Enseñarán a masturbarse a chicas musulmanas sin decírselo a sus padres? ¿Los chicos musulmanes se pintarán las uñas? Más que nada porque Tarrasa es la cuarta capital catalana en número de inmigrantes, la mayoría de procedencia marroquí. Ahí lo dejo.