ABC 24/02/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· No conozco en la Historia otra «derrota» en la que los vencedores tuvieran semejante consideración con los vencidos
Existe una contradicción flagrante entre el discurso oficial que proclama a los cuatro vientos la derrota de ETA y la multiplicación de hechos que prueban lo contrario. Hechos como los reiterados actos de intimidación perpetrados contra concejales y sedes del PP y UPN en el País Vasco y Navarra, en el contexto de una violencia callejera que renace silenciosamente de sus cenizas. Hechos como las constantes provocaciones procedentes de Bildu (heredera de Batasuna/ETA), que fue legalizada en 2011 merced a una decisión política del Tribunal Constitucional, dando por hecha una disolución de la organización terrorista que no se ha producido, y que tres años más tarde no sólo no ha condenado los crímenes etarras, sino que los rentabilizó con creces en las urnas y se obstina en legitimarlos al exigir que el conglomerado obtenga, por dejar de matar, lo que sus pistoleros no lograron arrancar en cuarenta años de asesinatos. Hechos como la pantomima protagonizada este fin de semana por esos buitres «verificadores» que vinieron a España, espléndidamente retribuidos por un dinero que en última instancia sale del contribuyente, a certificar que la banda ha conseguido lo que siempre pretendió: presentar a ojos del mundo su sanguinarios historial como una pugna entre dos bandos enfrentados y no como lo que es; el ataque despiadado de un grupo terrorista contra una Nación y una sociedad escrupulosamente democráticas. Dicho en terminología etarra, «internacionalizar el conflicto», con la complicidad del Gobierno nacionalista vasco y la pasividad del Ejecutivo del PP. Tenía razón la portavoz de Covite, Ana Velasco, al denunciar ayer que la petición de que esos mediadores de pacotilla declararan ante un juez de la Audiencia Nacional debería haber partido del Ministerio del Interior o de la Fiscalía, y no de un colectivo de víctimas. ¿Por qué no fue así? ¿Por mero descuido? ¿Por afán de no interferir en una «hoja de ruta» sobradamente conocida e implícitamente aceptada? ¿Por pura incompetencia? Estaría muy bien que alguien nos lo explicara y, de paso, asumiera responsabilidades por ello.
Existe una contradicción evidente entre la pretendida derrota de ETA y su obstinada negativa a firmar la rendición. Si la Guardia Civil conoce, como se filtra desde fuentes cercanas al poder, el emplazamiento de los «zulos» de armas y el paradero de los terroristas que todavía están libres, ¿por qué no son incautadas esas armas y detenidos esos asesinos? ¿Por qué se consiente este paripé agónico? No conozco en la Historia otra «derrota» en la que los vencedores tuvieran semejante consideración con los vencidos, a costa de humillar tanto a sus víctimas.
Existe una contradicción lacerante entre la propaganda que repite ese mantra de que «ETA está derrotada» y la realidad de una estructura criminal que en buena medida sigue intacta. Porque ETA es mucho más que sus grupos armados y ni siquiera estos acceden a disolverse. Porque hay más de trescientos atentados sin resolver y nadie en ese mundo siniestro está dispuesto a colaborar en su esclarecimiento. Porque no pasa un día sin que asistamos a una nueva bravata por parte de los presuntos derrotados.
La derrota de un enemigo como ETA no se logra con gestos o palabras, sino mediante obras decididas. Persiguiendo a sus sicarios hasta el mismo infierno, como se nos dijo que se haría, obligándoles a cumplir sus penas sin el menor beneficio e instando la ilegalización de su brazo político, en aplicación de la Ley de Partidos vigente. Es cuestión de voluntad política y de lucidez suficiente para saber que todo lo que no sea avanzar en esa dirección es retroceder hacia la derrota final; la nuestra.