La monarquía catalana

ABC 24/02/14
IGNACIO CAMACHO

· En su fantasiosa quimera el soberanismo sueña con seducir a Don Felipe con la oferta de un confederalismo borbónico

Se les ha olvidado, mecachis. Los separatistas catalanes tienen claro, y puesto por escrito en papeles oficiales, hasta el tipo de acuerdos que debería firmar el Barça con la LFP española para que la anhelada independencia no lo condenase a un eterno enfrentamiento con el Mollerussa o el Sant Andreu, pero en sus prolijos documentos de «transición nacional» no figura una definición sobre la forma del futuro Estado. Que aún no han decidido si desean monarquía o república, vaya. La cuestión está de suyo resuelta en el nombre de los secesionistas radicales de Esquerra Republicana pero el nacionalismo bo

tiguer de Convergencia es más bien divergente sobre su modelo político. Unos quieren asociarse a la Corona de España y otros prefieren un cuadro institucional de nueva planta. Sería divertido que en un acto de combustión unilateral proclamasen la independencia y en pleno éxtasis emocional descubrieran que al flamante edificio de la nueva nación le faltaba la bóveda del tejado constituyente. Andá, los donuts.

En este delirio de orates el Príncipe de Asturias, que no se olvida de hacer valer que también lo es de Girona, se va a meter hoy en la boca de un lobo con dientes de plástico porque la dentadura estructural –o sea, la financiera– la tiene embargada bajo hipoteca del odioso Estado opresor que le salva las cuentas del autogobierno. Algunos pragmáticos soberanistas que rodean a Mas blasonan de una vaga simpatía monárquica para ofrecer un perfil pactista y moderado, y en su fantasiosa quimera sueñan con seducir a Don Felipe con la oferta de un confederalismo borbónico bajo su arbitraje coronado. Se trata de tipos entrañables que no sólo quieren separarse de España por el bien de los españoles sino precipitar el orden sucesorio para hacernos sentir más cómodos. El otro día uno de ellos, por cierto de los de cabeza mejor amueblada, condescendía en algunos círculos privados de Madrid con una abstracta fórmula de Commonwealth celtibérica coronada bajo la seña histórica del Principado. Pero reconocía que puede hallarse en minoría porque la inflamación emancipadora tiende a un fervor de barretina frigia y a una tradición de legitimidades republicanas que en la intentona anterior acabó, por cierto, con una batería de cañones plantada en la plaza de Sant Jaume. Alcalá Zamora y Lerroux eran republicanos pero no del todo idiotas.

Con la mirada puesta en el referéndum escocés, este secesionismo biempensante que hoy recibe al Heredero simpatiza con la idea de una monarquía común de dos –o más– estados. Los escoceses más burlones se han guardado en la manga el as de Cayetana de Alba, la última aunque algo lejana Estuardo, pero la estirpe real catalana se extinguió con Martín el Humano. Como recurso de emergencia para inventarse un reino propio siempre tendrán al clan Pujol, que al fin y al cabo es lo más parecido a una dinastía hereditaria.