Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
- Desde Bruselas y Fráncfort observan perplejos la ejecutoria del Gobierno español dándole al manubrio del gasto, como si no hubiera un mañana
Los Presupuestos Generales del Estado nacen ya consumidos. Sánchez necesitaba un salvoconducto para cruzar el puesto de control de la Unión Europea que da acceso al reparto de unos dineros COVID que no sanan, pero sí alivian, cara a la opinión pública. El presidente del Gobierno empezó con mal pie su relación con los socios europeos. Cogió un presupuesto heredado, tras dejarle el Gobierno de Rajoy el terreno plano, nada parecido al precipicio que el avalista de Maduro, Rodríguez Zapatero, legó a su sucesor en 2011. Sánchez ya había aumentado el déficit estructural en 2019, hasta los 40.000 millones, dándole a la máquina del gasto durante los viernes que permaneció en el cargo sin cumplir con la prometida convocatoria electoral tras echar a Rajoy con la moción de censura.
El 2020 va a ser un año récord en el crecimiento de la deuda debido a un aumento del déficit del Estado por los gastos extraordinarios del coronavirus, pero no solo. La pandemia exige un esfuerzo que cuenta con el aval de la Unión Europea y del Banco Central Europeo que mantiene la prima de riesgo, y por lo tanto el bono a diez años, en unos precios tan bajos que el Tesoro cobra tipos negativos por primera vez en la Historia.
De ahí, viene la alegría con la que Sánchez e Iglesias le están echando combustible a la caldera del gasto estructural, el que se queda pegado al terreno y que podría estar, al ritmo que va, en los 80.000 millones. La bola de nieve de la deuda española crece sin parar hasta un tamaño equivalente al 125% del Producto Interior Bruto a finales de este 2020 para olvidar. España deberá lo mismo que produce en un año más una cuarta parte de otro. Ni siquiera es fácil poner sobre un papel un billón cuatrocientos mil millones de deuda. Sánchez debería leer a Zapatero. Aunque sea por si acaso.
Hasta dos años después, no se supo el contenido de la carta enviada por el presidente del Banco Central Europeo que provocó, en aquel final de julio de 2011 y tras la debacle electoral en autonomías y ayuntamientos, la convocatoria de elecciones para cuatro meses después, el 20 de noviembre. La misiva de Jean Claude Trichet se publicó como anexo en un libro (El Dilema. 600 días de vértigo. Planeta, 2013) firmado por el expresidente en el que relata los hechos ocurridos en mayo de 2010, que desembocan en un recorte de 15.000 millones de euros tras una cadena de llamadas internacionales, y las posteriores exigencias -verano de 2011- del Banco Central Europeo ante los incumplimientos de España que estaban poniendo en peligro la estabilidad de la zona del euro.
A Rajoy le duraron los cien días de cortesía solo una semana. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, subió el IRPF para “desconcierto de la izquierda” pero sobre todo desafección de la derecha
Aquellas condiciones, contenidas en la dichosa carta, impactaron tanto a Zapatero que convocó elecciones anticipadas, pero para cuatro meses después. España se quedó quieta, a la espera del siguiente. Se perdió un tiempo precioso, otra vez. El Gobierno de Rajoy tuvo que cumplir las imposiciones europeas heredadas (los famosos recortes del PP) durante una legislatura que dejó al PP hecho añicos, aunque no solo por las dificultades de gobernar con casi 100.000 millones de euros menos. A Rajoy le duraron los cien días de cortesía solo una semana. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, subió el IRPF para “desconcierto de la izquierda” pero sobre todo desafección de la derecha y del centro también. El PP se tragó su programa electoral subiendo todos los impuestos posibles, incluido el IVA hasta el actual y vigente 21%.
El presidente Sánchez se jacta del dinero europeo que va a llegar como “bálsamo de Fierabrás” que todo lo cura. En las reuniones con empresas que tienen lugar en la Moncloa, los asistentes hablan de futuras inversiones como si la actual situación resultara pasajera. No obstante, el batallón de asesores incrustado en la mano derecha del presidente, Iván Redondo, deja claro con mucha naturalidad a sus efímeros visitantes que el incremento del gasto se producirá “hasta que nos paren”. La carta del presidente del BCE, Jean Claude Trichet, al entonces presidente del Gobierno español en mayo de 2011 supuso el final de la escapada, la parada en seco tras los planes E, los incumplimientos de palabra y obra y del toreo de salón a unos señores que ya venían más que escaldados de Grecia y calentaban los motores del rescate a Irlanda y Portugal.
La pérdida del turismo
El 2021 será el año de la vacuna. No cuenta a los efectos de quienes observan desde Bruselas y Fráncfort la ejecutoria del Gobierno español dándole al manubrio del gasto, como si no hubiera un mañana. A partir de 2022, tenemos un problema. España ha perdido más del 80% de turistas lo que supone la destrucción de un pilar económico básico como en la crisis de 2008 ocurrió con el desplome del ladrillo.
Autónomos, pequeñas, medianas y grandes empresas yacen en el suelo tras el paso de un huracán del que solo una minoría se repondrá cuando transcurran dos o tres años. Si entre 2008 y 2011 el gobierno de Zapatero optó por camuflar la realidad, ahora en las vísperas del comienzo del segundo año de la crisis covid, el plan de gasto se llama de reconstrucción o resiliencia o vaya usted a saber lo que se inventa uno de los centenares de asesores. Hay que ganar tiempo. Sánchez a imagen y semejanza de Zapatero, esperando la carta con el aviso. Mientras tanto, a seguir como quien da patadas a un bote cuesta abajo. “Hasta que nos paren”.