ABC 05/11/15
IGNACIO CAMUÑAS SOLÍS, FUE MINISTRO ADJUNTO PARA LAS RELACIONES CON LAS CORTES (1977-78)
· Toda nueva negociación nos llevará a una nueva concesión que no nos va a ayudar en el futuro a la verdadera resolución del problema. Hasta que no se consiga que las fuerzas nacionalistas acepten la legalidad vigente, no debemos aceptar un diálogo que nos llevaría a ninguna parte
AUNQUE resulte paradójico, la jugada final que ha protagonizado Artur Mas con su reciente consulta electoral, si bien caótica y depredadora para su partido y quizás incluso para él mismo, pudiera finalmente no resultar tan mala para los intereses del nacionalismo catalán en su conjunto. Es verdad que el propósito último para el que fue convocada dicha consulta no parece que vaya a conseguirse en un inmediato futuro, pero ha dejado abierta una vía de azarosas consecuencias en un horizonte próximo.
Es evidente que la causa independentista queda aplazada de momento, aunque no del todo cancelada, pues Cataluña ha conseguido crear un ambiente en el conjunto de las fuerzas políticas del país que si no rectificamos a tiempo desembocará, antes o después, en la indeseada negociación que se dibuja ya en un futuro próximo.
Temo que el diálogo que se propugna de manera extendida a través de los medios de comunicación y la opinión pública general nos llevará a la mesa de negociaciones y posiblemente a la concesión de nuevas parcelas de poder a las huestes levantiscas del nacionalismo catalán. Y es ahí donde radica, a mi juicio, el triunfo del separatismo, si es que finalmente nos avenimos a ello.
En este sentido, habrá que reconocer que el nacionalismo habría sabido conseguir, más bien por la malas que por las buenas, que los partidos políticos acabaran consintiendo en una negociación que de otra forma no se habría logrado. Y es en este momento en el que nos encontramos donde reside, a mi parecer, el nudo gordiano de la cuestión.
¿Pensaban los nacionalistas radicales que se iba a cumplir su deseado propósito? Creo que habría que responder claramente que no. O, más bien, como ocurre en las apuestas de las carreras de caballos, ¿han jugado los nacionalistas a ganador y colocado? Esto es, a apostar a ganador por si el resultado les daba la mayoría deseada pero, en todo caso, a jugar a colocado pues si los votos no llegaban a ser los necesarios siempre les quedarían suficientes elementos de presión para forzar a los debilitados partidos políticos del Estado a una nueva negociación. Porque ¿qué otra cosa puede salir de un nuevo diálogo y negociación con Cataluña, sino alguna concesión más con la que seguir acelerando su carrera hacia la meta final?
Mi posición ha sido siempre y seguirá siendo a favor del diálogo, pero no de un diálogo en estos momentos con Cataluña, sino entre las fuerzas políticas que defienden la legalidad constitucional y la dignidad de España para tratar precisamente de lo contrario: para fortalecer a España.
Nuestra Nación necesita dotarse de un renovado impulso político que aborde un conjunto de reformas que doten al país de un nuevo proyecto que ilusione y vincule a las nuevas generaciones de españoles que no protagonizaron la Transición.
La revisión y clarificación del Estado Autonómico; la reforma de la Ley Electoral; la consecución de una auténtica separación de poderes; la defensa de una verdadera transparencia en el funcionamiento de las instituciones; la lucha real y efectiva contra la corrupción; el funcionamiento democrático de nuestros partidos así como la tantas veces demandada independencia y eficacia de nuestra Justicia, son, entre otros, los temas que deben ser objeto de un diálogo intenso y sincero entre nuestras fuerzas políticas para sacar a España del atasco en que se encuentra.
Las dos fuerzas políticas hasta hoy mayoritarias debieran convocar imperiosamente al partido de Albert Rivera a participar en esta operación de regeneración de la vida política española. Rivera viene dando, de forma sostenida, muestras de un alto sentido patriótico y cuenta con un respaldo creciente del electorado, lo que justifica sobradamente su presencia y participación en la empresa que estoy proponiendo.
En otros tiempos, PP y PSOE se valieron del apoyo que en su día les prestara Jordi Pujol desde Convergència i Unió para la gobernabilidad del Estado, por lo que no tendría mucho sentido que ahora desaprovecharan la ocasión que les brinda la pujante presencia de Ciudadanos en tierras catalanas para convocar a Albert Rivera a la operación de fortalecimiento que estimo, en estos momentos, como muy urgente e imprescindible. Albert Rivera ha dado ya sobradas muestras de su cabal catalanidad y su entusiasta adhesión a la España unida y constitucional como para confiar que su presencia y colaboración habría de ser muy valiosa en la actual coyuntura.
En conclusión: no es hora, pues, de mirar a Cataluña para complacerla en su insaciable voracidad competencial, sino de mirar a España y abordar aquellas reformas que precisa con urgencia. Cuando nuestro país ha sido fuerte y ha estado unido en un proyecto ilusionante y de futuro, el separatismo ha permanecido cautelosamente en silencio. Pero cuando España se ha encontrado débil y sin rumbo es cuando, los que no se sienten españoles, aprovechan para atacarla y sacar rédito. De hecho, ahora que España atraviesa una crisis política y económica de indudable alcance es cuando los sectores sediciosos del nacionalismo catalán han arreciado sus más virulentos ataques. A pesar de que seguimos oyendo a distintos sectores políticos del país pedir, insistentemente, en la hora actual, diálogo y negociación con Cataluña, mi posición es clara: no hay nada que negociar en estos momentos con la Generalidad de Cataluña pues toda nueva negociación nos llevará a una nueva concesión que no nos va a ayudar en el futuro a la verdadera resolución del problema. Hasta que no se consiga que las fuerzas nacionalistas acepten la legalidad vigente, no debemos aceptar un diálogo que nos llevaría a ninguna parte.
Es necesario, por tanto, no errar el tiro, porque equivocarse ahora por precipitación, pudiera resultar letal.