ABC-LUIS VENTOSO

Algunas cosas deberían quedar fuera de la dialéctica izquierda-derecha

EL corpulento ilustrado escocés David Hume era un tipo encantador y de enorme valía, listo como el aire, de serenísimo carácter y pasiones contenidas, bienhumorado y muy amigo de sus amigos, con los que le encantaba organizar merendolas-debate y partidas de whist naipe en mano. Aunque no comparto su ateísmo y su soltería militantes, pues se es mucho más feliz con Dios y las mujeres cerca, admiro a Hume. Me gusta su liberalismo casi espontáneo, su defensa temprana de la bondad del comercio y el empresariado y su repelús ante los dogmatismos cejijuntos. Hume echaba pestes del partidismo forofo. Le desagradaban las personas que ponen en suspenso su capacidad de pensar por sí mismas y optan por plegarse ciegamente al criterio de un partido, sea cual sea.

Creo que Hume tenía razón, que hay muchos debates que pueden sustanciarse empleando las herramientas de la razón y los datos empíricos, que deben quedar al margen de la ideología. Parece absurdo, por ejemplo, convertir el cambio climático en una cuestión de derechas e izquierdas, como se hace usualmente. Lo cabal sería atender a lo que concluyan los científicos, no es una liza partidista. Algo similar ocurre con el espinoso debate del aborto, siempre muy doloroso, pues no existe mujer que lo elija con gusto. Si tengo la chiripa de vivir tres décadas más, estoy seguro que veré el día donde la humanidad contemplará como una era de barbarie aquella en que se admitía el aborto como algo «normal». Algo ha dado un vuelco al debate: las actuales ecografías, que permiten observar al detalle cómo evoluciona el feto en cada momento. La ley argentina que ayer rechazó el Senado liberalizaba el aborto hasta la semana 14. Hoy sabemos –podemos verlo en tiempo real–, que en la semana 13 el feto mide 7 centímetros, pesa 20 gramos, tiene un rostro donde empiezan a formarse sus rasgos, presenta osamenta, dedos, sistema inmunológico y unos ojos cerrados por párpados. Abortar supone cortar la vida de ese ser, matarlo. Sé que suena terriblemente duro, pero es la verdad. Y no es de derechas o de izquierdas.

Tras la decisión de ayer en Argentina, un medio de los llamados «progresistas» (término que habría que revisar, porque apostar por la subcultura de la muerte no puede ser sinónimo de progreso), titulaba así: «El Senado argentino impide que las mujeres puedan decidir cómo y cuándo quieren ser madres». Es una manera de formularlo. La otra sería: Argentina opta por proteger la vida del nasciturus para que no pueda ser eliminado. Se omite también sistemáticamente que la actual legislación argentina sí permitía el aborto en casos de violación o riesgo de la madre.

Nadie quiere criminalizar a una mujer que aborta. Cuando se llega a ese trance casi siempre hay detrás situaciones de terrible sufrimiento. Pero la lógica moral, guste o no, indica que suprimir al feto para mejorar el bienestar de la madre es injustificable, porque no se puede invocar un bien haciendo un mal. Y no habla un meapilas, solo un ser humano falible y desvalido, como todos, que simplemente intenta pensar un poco y decirse la verdad, aunque a veces escueza.