Le reconozco que he sentido un gran alivio al comprobar que no era el único cenizo que veía con preocupación el panorama económico del próximo futuro. La verdad es que no resulta sencillo incidir en los problemas cuando todo el peso de ‘lo oficial’, y no solo de lo gubernamental, se empeña en mostrar un mundo feliz en el que nada merece la mínima crítica y cuando todos preferimos que nos cuenten cosas buenas y estamos poco dispuestos a soportar ruidos feroces. Sin embargo, siempre he pensado que más vale prevenir que lamentar, que nuestra misión en los medios consiste más en criticar actuaciones y adelantar escenarios que en alabar y felicitar a quienes están ya suficientemente alabados y felicitados por su tupida corte de paniaguados. También pienso que resulta más útil mostrar las cosas que van mal y que si se muestran pueden arreglarse que las que van bien y que pueden estropearse si te duermes en los laureles de la complacencia. Bueno, perdone esta incursión en filosofía del ‘todo a 100’. Era solo un desahogo personal.
A lo que iba. El estudio publicado ayer por el Departamento de Estudios de Laboral Kutxa sobre la confianza de los hogares vascos refleja una situación que me parece extraordinariamente lógica. Asegura que:
1. Las expectativas sobre la economía general han empeorado. Si ha seguido la evolución de la pandemia, el estallido de la sexta ola, menos mortífera pero mucho más contagiosa, la vuelta a ciertas restricciones a la movilidad y el consecuente frenazo del crecimiento, no le costará ningún esfuerzo coincidir con ello.
2. Las expectativas sobre la evolución del empleo son positivas. Esa sabia opinión demuestra que los encuestados leen la prensa y han visto cómo hemos recuperado los niveles precrisis de afiliación. Además, ya saben que el futuro del empleo en Euskadi es glorioso. Como no hay niños, el paro desaparecerá pronto. ¿Quién pagará las pensiones?, ¿los robots? Ni idea, conmigo no cuente. Ya no estaré para echarle un capote.
3. No obstante, la confianza sobre la economía del hogar se vuelve a resentir. Sigue la lógica. Si las cosas no van a ir algo mejor, será muy difícil que los empleos y los salarios vayan mejor. Y luego está el tema de los precios. Los consumidores están asustados por las subidas de la luz (eso no tiene sentido, Pedro Sánchez asegura que pagamos lo mismo que en 2018 y ya sabe que él no miente jamás) y de la cesta de la compra. Eso sí, si han salido a comprar algo en los últimos meses podrá justificar sin esfuerzo la preocupación general por los precios.
4. Se mantienen las expectativas sobre su capacidad de ahorro. Más lógica. Si hay más empleo y gastamos menos, al movernos poco, no hay más remedio que ahorrar. Virtud elogiable que demuestra prudencia ante el futuro. ¿O solo demuestra que aquí hay mucho cenizo?