EL MUNDO – 14/07/15 – JOAQUÍN LEGUINA
· En España la sanidad y educación universales permiten calibrar un porcentaje de población en riesgo de pobreza menor del que indican las estadísticas, lastradas por la ambigüedad en la definición de «pobre».
Antes de entrar en el análisis de la pobreza, conviene tener en cuenta que existen organizaciones diversas de carácter caritativo o humanitario que –muy meritoriamente– tienen como objetivo solucionar o, al menos, paliar las carencias que sufren «los pobres». Estos administradores de la pobreza propenden a suministrar a los medios de comunicación datos e informes que, lógicamente, tienden a enfatizar o, simplemente, a exagerar el problema. Pero lo malo no está ahí, sino en la forma acrítica con la cual los medios de comunicación trasladan estos datos al público.
Por otro lado, en España está muy mal visto que alguien ponga en duda los datos de pobreza o de paro, y si alguien se atreve a romper ese tabú lo más probable es que sea tachado de derechista o incluso de desalmado. Pues bien, correré ese riesgo, y comenzaré por preguntarme cuál es el umbral de la pobreza. Ese umbral –siempre según el INE y Eurostat– coincide con el 60% de la renta mediana (debajo de esa renta se es «pobre»), siendo la mediana aquella renta familiar por debajo y por encima de la cual está la mitad de los hogares. De la propia definición se deduce (y así lo dice el INE, pero en una nota a pie de página) que ese umbral no es en realidad un indicador de la pobreza, sino de la buena o mala distribución de la renta. Pero ningún medio de comunicación parece haberse leído la nota del INE y, como imaginarán, los titulares de los periódicos son del siguiente tenor: «El 27,3% de los hogares españoles vive por debajo del umbral de la pobreza» (publicado hace bien poco); es decir, cerca de 13 millones de personas estarían en la pobreza.
Ilustraré la mala calidad de este indicador con un ejemplo. Sean dos países: A y B. En A la renta familiar es de 2.000 euros anuales y en B de 400.000. Sin recurrir a más cálculos, cualquier persona diría que A es un país pobre y B uno rico. Sin embargo, en A todos los hogares ingresan la misma cantidad (no hay nadie por debajo de la mediana) y en B la distribución no es uniforme sino que tiene una mediana de 370.500 euros y por lo tanto su «umbral de la pobreza» se coloca en 222.000 anuales, por debajo del cual vive (y muy bien) el 40% de sus hogares. Pues bien, según los criterios del INE –que son los de Eurostat– en A no hay un solo pobre mientras que en B el 40% de sus hogares está sumido en la pobreza.
Pero no terminan ahí los achaques de estos «alegres» indicadores. Cuando lo que se maneja son los datos sobre las rentas, éstos se obtienen preguntando a los encuestados, que tienen la mala costumbre de mentir como bellacos cuando se les pregunta lo que ganan.
Estas sospechas se multiplican si acudimos, por ejemplo, a otra pregunta (de la Encuesta de Condiciones de Vida del INE): ¿Tiene usted problemas para llegar a fin de mes? En 2006, es decir, durante la fase alcista del ciclo, el 64,4% de los encuestados dijo tener esos problemas, y cuando la situación económica era mucho peor, en 2010, declaró tener problemas para llegar a fin de mes tan solo el 58,6% ¡5,8 puntos menos! Lo cual resulta, simplemente, increíble.
De todo ello podemos sacar una primera enseñanza: una buena estadística ha de huir como de la peste de las opiniones de los encuestados.
¿De dónde viene la confusión respecto a la definición de «pobre»? De la ambigüedad de su definición. En otras palabras: antes de medir conviene elucidar qué queremos decir cuando calificamos a una persona o a una familia de pobre. ¿Es posible saber dónde está el umbral de la pobreza?
Una respuesta elemental nos llevaría a definir el umbral de la pobreza como aquella cantidad de ingresos (monetarios, físicos o servicios) debajo de los cuales una persona o, en su caso, una familia no puede llevar una vida decente. Lo cual pone en evidencia el primer obstáculo: ¿qué es una vida decente? Por ejemplo, hoy no sería una vida decente aquélla en la que el individuo careciera de cualquier asistencia médica, pero hace dos siglos casi nadie disponía de esa asistencia. Queda claro, por lo tanto, que ese umbral no puede ser un dato fijo, sino que varía con el tiempo. En cualquier caso, determinar la cantidad y calidad de los insumos mínimos que determinan el citado umbral exige una convención, un acuerdo razonable… Y, ¿existe esa convención? Más o menos se pueden calcular las proteínas, calorías, vitaminas… mínimas necesarias para que la ingesta no lleve a la desnutrición. Asimismo, puede estimarse el número y la calidad de vestidos y calzados de los que es preciso disponer para defenderse con dignidad de las inclemencias del tiempo. Amén de la habitabilidad de la vivienda, de los servicios sanitarios, educativos… imprescindibles. Determinada esta cesta mínima de bienes y de servicios ha de pasarse a «medir» cuántas personas o familias en una sociedad están por debajo de ese umbral. Pero, ¿se hace? Pues no. ¿Por qué? Porque es muy complejo, y lo complejo, a la hora de medirlo, sale muy caro.
En 2010, la UE publicó una comunicación en la cual se explicitaban unos objetivos para la década 2010-2020 y dentro de ellos una Plataforma europea contra la pobreza para «garantizar la cohesión social y territorial de tal forma que los beneficios del crecimiento y del empleo lleguen a todos y de que las personas afectadas por la pobreza y la exclusión social puedan vivir con dignidad y participar activamente en la sociedad» (un dechado de buenas intenciones, de esas de las que está empedrado el infierno). De ahí nació el indicador AROPE (At Risk of Poverty and/or Exclusion). En él se combinan renta, consumo y empleo.
Baja renta: se considera «umbral de la pobreza» la matraca de siempre, el 60% de la mediana.
Bajo consumo: quien no pueda permitirse cuatro de los nueve indicadores siguientes: 1) Pagar la hipoteca, alquiler o letras; 2) Mantener la vivienda a temperatura adecuada en invierno; 3) Permitirse unas vacaciones de, al menos, una semana al año; 4) Permitirse una comida de carne, pollo o pescado, cada dos días; 5) Capacidad para afrontar gastos imprevistos; 6) Disponer de teléfono; 7) Disponer de televisión en color; 8) Disponer de lavadora; 9) Disponer de coche. (No se citan ni la sanidad ni la educación. Sospechoso, ¿no?).
IMAGINEMOS UNA PERSONA (o una familia) que por las razones que sea vive en una hermosa aldea. Es vegetariana (4), no quiere tener teléfono (6) ni televisión (7) (no le gustan Jorge Javier ni sus gritones invitados) y se lava la ropa a mano (8). ¡Pues, hala, a la «pobreza» por raros!
La «baja intensidad de trabajo» por hogar se define como la relación entre el número de meses trabajados por todos los miembros del hogar y el número total de meses que podrían trabajar todos los miembros en edad de trabajar. El indicador incluye a las personas de 0 a 59 años que viven en hogares con una intensidad de empleo inferior al 0,2.
El hogar que esté por debajo de cualquiera de los tres indicadores descritos entra en el AROPE, que se expresa en porcentaje sobre el total de la población, que en 2014 alcanzaba el 22,2%, que en 2013 era el 20,4%, de la población española.
Un resultado bastante incomprensible. ¿Cómo es posible que haya más personas en riesgo de pobreza en 2014 que en 2013?
¿Usted, querido lector, se cree que en un país como España, con la sanidad universal y la educación obligatoria, hay tantos pobres? Pues yo no.