Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Sanchez precisa dar un vuelco moderado en los mensajes para atrapar algo del centro

Falta semana y media para la cita del 23 de julio y Pedro Sánchez tiene que reinventarse urgentemente si quiere ganar o empatar. El cara a cara era un intento de lograr más movilización del electorado potencial del socialismo, activar el miedo a eventuales pactos del PP y Vox y reivindicar sus cambios de criterio en temas tan delicados como alianzas, indultos o política exterior. De paso, intentar deconstruir la figura de su oponente superponiendo en el rostro del flemático Núñez Feijóo la del colérico Abascal. Pero en la noche del lunes el presidente fue más ‘sanchista’ que nunca. Quiso hacerlo todo a la vez: aparecer presidencial y atacar como un aspirante sin nada que perder. Atacar y defenderse. Vituperar al candidato del PP y su proximidad a Vox, mientras negaba su abrazo con Bildu, ERC y coalición con Podemos.

El resultado fue un caos. No había relato. No había credibilidad. No había futuro y se borraba el pasado. Solo un dedo que apuntaba a la derecha como el tráiler de una película de miedo. Eso, frente a un dirigente contrastado como un político moderado y experimentado, no podía salir bien. Sánchez hizo un esfuerzo para hablar de todo menos de sus errores. Probablemente, un debate no es el lugar más idóneo para hacer un acto de contrición, pero a la vista del resultado de los cien minutos en directo y en ‘prime time’ transpirando, gesticulando, olvidando, sonriendo y lamentando, hacer un cambio de criterio sobre su propia gestión, alianzas o medias verdades, hubiera podido descolocar a su adversario y hacer levantar las orejas a la audiencia.

¡Sánchez haciendo autocrítica! Ese habría sido el titular. Toda su imagen de altanero y arrogante con que le zahieren los contrarios habría entrado en recesión. Decir con humildad: pues con Marruecos pasó esto; pues en mi móvil había tal información delicada; los separatistas amenazaban con tal; lo de Bildu fue un fallo de cálculo. Sánchez haciendo autocrítica. Y, si esta vez no gano, no volveré a intentar un ‘pacto Frankenstein’. Por ejemplo. Arriesgado. Sí. Pero probablemente la única forma de desmontar la imagen de galán enamorado de sí mismo, incluidos sus errores. Ahora la cuestión es si Sánchez tiene un plan b. Es decir: un vuelco moderado en los mensajes al electorado para atrapar algo del centro. El debate deja siempre efectos colaterales. Uno de ellos es la gente que huye del perdedor. Decir que el líder del PP fue una montaña de mentiras en el debate o que es un hombre de ultraderecha no parece la mejor estrategia. A no ser, que el plan b sea el bloqueo y repetición de elecciones si Feijóo no logra una mayoría suficiente.