Aquellos que acusan a Pedro Sánchez de ser capaz de vender a su madre para alcanzar el poder deberían alegrarse porque ese es, precisamente, el tipo de persona que sería capaz de recomprarla para conservarlo. Como dice Miquel Giménez aquí, todo es cuestión de precio y Pedro Sánchez lo lleva enganchado en la chaqueta.
El Pedro Sánchez real ha estado a la vista desde aquel día de las urnas y las cortinas en la sede de Ferraz. Y aun así, muchos han insistido en analizarlo ideológicamente (¡populista, sectario!), psicológicamente (¡psicópata, ególatra!) y moralmente (¡traidor, malvado!) sin dar con su verdadero talón de Aquiles.
No hay pruebas de que el empeño haya llevado a ningún lugar fértil. Sí hay úlceras provocadas por la incapacidad de lidiar con alguien escurridizo como una anguila y que parece inmune a esos escándalos que le costarían la carrera, y probablemente algo más, a cualquier otro político del arco parlamentario español.
Pero Pedro Sánchez no es ni un sectario, ni un psicópata, ni un traidor. O, mejor dicho, no lo es en esencia. Lo será si y sólo si eso le beneficia. Sánchez ama las cámaras de televisión y el poder, pero no como medios para un fin, sino como fines en sí mismos.
Para conservar ese poder, Sánchez ha fingido ser varias personas en una. Republicano frente a ERC. Populista frente a Podemos. Abertzale frente a Bildu. Vasquista frente a PNV. Liberal frente a la banca. Obrerista frente a los sindicatos. Federalista frente al PSC. Feminista frente a las mujeres. Antifranquista frente a La Sexta.
Como el Zelig de Woody Allen, Pedro Sánchez se ha convertido en un camaleón de la política.
En la película de Allen, la patología de Zelig, que le lleva a convertirse en judío si se rodea de rabinos, en progresista si se rodea de obreros y en conservador si se rodea de empresarios, sólo flaquea cuando su psiquiatra finge ser también una impostora que está fingiendo a su vez ser psiquiatra.
Ahí, atrapado en ese bucle –¿cómo convertirse en la persona que tienes frente a ti si esa persona dice ser un cascarón vacío que finge ser aquello que tiene a su alrededor y a su alrededor sólo estás tú, que también eres un cascarón vacío?–, Zelig colapsa.
No se dejen llevar por el aparente sesgo peyorativo de la metáfora. Una mala hierba es sólo una flor en el lugar equivocado y una especie invasora no es más que un organismo mejor adaptado al medio que sus rivales. La selección natural no es moral ni inmoral, sino amoral. El caldo de cultivo perfecto para alguien como Sánchez.
Y en esta metáfora, la ‘especie autóctona’ es la España surgida de la Transición, que ya apenas defendemos media docena de nostálgicos. A Sánchez, en cambio, le apoyan 6.800.000 españoles de forma directa y 5.000.000 más de forma indirecta. Ese, y no su falta de escrúpulos, es el muro con el que choca una y otra vez la oposición.
A Sánchez le apoya también un régimen mediático que le fue entregado al PSOE por el PP de Mariano Rajoy con el lazo del duopolio. Le apoyan los funcionarios, el sector educativo, los sindicatos y ese sector del empresariado español al que no dejan dormir bien los escrúpulos morales, tan cristianos ellos, derivados de su riqueza.
Y esa también es la España real, le pese a quien le pese.
Sánchez no ha hecho nada que no hayan hecho con anterioridad el PP, el PSOE y los nacionalistas en sus Comunidades autónomas. Sánchez sólo ha llevado la lógica del poder por el poder al extremo porque el trabajo duro de debilitamiento del sistema inmunológico de la democracia ya había sido realizado por líderes anteriores a él.
La paradoja de Pedro ‘El Resistente’ Sánchez es que se lo ha encontrado todo hecho. Ninguna de sus supuestas penurias vitales llega a la categoría de ‘incomodidad’ en la España de ETA y de los nacionalismos vascos y catalán. Esas penurias son sólo propaganda de su persona. Sánchez siempre ha remado a favor de corriente.
Y esto que explico aquí sólo parece haber sido entendido, a día de hoy, por una política española. Se llama Inés Arrimadas y parece tener una vicepresidencia reservada a su nombre por Bruselas.
Quizá a Sánchez le haya salido, al fin, un depredador. ¿Veleta? No, hombre, no. Camaleónica.