Cada vez que una editorial anuncia un libro de memorias, los parapsicólogos alertan de la posible aparición de un fantasma. Publicar algo en pleno siglo XXI representa un ejercicio de egocentrismo casi insoportable. A estas alturas, lo más relevante sobre la condición humana ya está publicado; y los tiempos contemporáneos son tan burdos y tóxicos que cuesta pensar que alguien vaya a retratarlos con especial clarividencia u originalidad. Optar por una biografía es todavía más atrevido. Sobre todo si su protagonista construye un relato de ficción para intentar elevar su figura hacia un terreno que no le corresponde. Pedro Sánchez nunca será un ilustre, pero está empeñado en parecerlo. Su nuevo libro, Tierra firme, es tan descarado en ese sentido que parece una parodia de su autor.
Al presidente no le entra en la cabeza que no todo el mundo puede brillar en cualquier ámbito. En su caso, no sucede ni en la política ni en la retórica ni en la palabra escrita. Los escritores de patrañas de autoayuda han causado un daño irreparable al transmitir que cualquier cota es alcanzable para quienes tienen fe en sí mismos, como si no hiciera falta más que voluntad y unos cuantos pinceles para reproducir La Capilla Sixtina o escribir como Tolstói.
Pedro Sánchez está empeñado en pasar a la historia como un estadista y sus intentos por parecerlo son como los de un enano intentando colocarse en un urinario. El líder del PSOE es a lo sumo un superviviente. Alguien tenaz. Un espabilado. Un pícaro con corbata y con la belleza suficiente como para no sufrir los males asociados a los feos. Quien ha escrito su último libro de memorias tampoco goza del don de la buena prosa, sea él u otra persona. Así que esa mezcla ha generado un resultado rocambolesco. Porque ni está bien escrito ni es interesante.
He leído la obra y podría citar algunos pasajes que son definitorios de la obra y del personaje. Hay un momento en el que relata su visita a Kiev (Kyiv, escribe, al igual que lo dice Ferreras) que resulta especialmente hilarante. Sánchez pone el foco sobre el discurso que pronunció en la Rada ucraniana -poco antes de huir de la amenaza de los drones rusos- y cita la siguiente frase: “Estáis ahora viviendo vuestra hora más oscura. Pero, recordad, la hora más oscura es siempre antes del amanecer, y no estáis solos en la oscuridad”. A continuación, añade, a modo de nota del autor: “La emoción nos recorrió a todos” tras pronunciar esa frase. Parece ser que preguntó a todos los presentes o que en su delirio personalista se siente en poder del don de la omnipresencia.
Se entiende que Planeta -la de Jorge Javier Vázquez o Sonsoles Ónega– quisiera hacer caja con el relato del actual presidente del Gobierno. Lo que ocurre es que Tierra firme atufa a libro escrito a la carrera, como si fuera necesario que se publicase antes de Navidad para convertirlo en el regalo perfecto para la parroquia socialista. A lo mejor por eso hay reflexiones que parecen demasiado ‘tiernas’, como meras ocurrencias. Son tan facilonas que empequeñecen todavía más la figura del narciso que aparece en la portada.
No sólo ocurre cuando se empeña en destacar que le regaló unos patucos a Úrsula von der Leyen tras enterarse de que iba a ser abuela; o cuando se centra en la entrevista que concedió a los autores de un podcast dedicado a los jóvenes, quienes asociaron a Serrat a su generación (hilarante anécdota). También se evidencia cuando el autor expone su visión de la política. Todo o casi todo es respetable, faltaría más, pero cabría exigir a quien se lanza a publicar un ensayo o unas memorias cierta finura al argumentar; o cierta disposición para ir más allá de los lugares comunes o de los tópicos más soporíferos. Tierra Firme es todo lo contrario. Algo aburrido y tosco. Un plato de melón con jamón. Es arenoso como cualquier entrevista de su autor. Quien no es capaz de ahondar al escribir es porque tiene prisa o muy poco que ofrecer.
¿Era necesario este libro?
Mucho de lo que cuenta acaparó titulares, pero quizás debió quedar ahí, dado que no reviste ningún interés a mayores. Contiene, además, más brochazos que pinceladas, lo que resulta ilustrativo sobre la forma de hacer política de estos tiempos. Hay fragmentos que rozan el ridículo, como el siguiente:
“Había concluido el decisivo Consejo Europeo de julio de 2020. Quizá nunca se haga una serie sobre él: careció de la épica de las batallas y no acarreó destrucción; al contrario, trajo construcción basada en la palabra, el acuerdo en pro de la ciudadanía y el compromiso. Yo lo prefiero así. Para buenas películas, las de Filmin”.
Quien no conozca al personaje podría llegar a pensar que en la re-lectura de ese párrafo -tras verlo publicado- sintió cierta dentera, pero seguramente esté orgulloso.
Es de suponer que tampoco le causaron reparos las líneas que escribió antes de reproducir una parte de su discurso en Davos, que son una catástrofe narrativa y sintáctica:
“Después me metí en harina, políticamente hablando. Resulta imprescindible que hablemos de economía con una perspectiva política. Apelé con honestidad, de tú a tú, a las elites globales con estas palabras…”.
Algo terrible
Es cierto que Sánchez no abunda en tropos ni abusa de los recursos literarios… y menos mal, dado que hay algún ejemplo que asusta:
“Cuando se echa leña al fuego durante mucho tiempo, un día puede prender la casa entera de la democracia”.
La frase la expone en un capítulo en el que lamenta la falta de “pluralismo periodístico” que existe en España, donde los progresistas no están representados “en los medios de comunicación de acuerdo con su dimensión y su peso social”, dice.
Eso explica -a su juicio- la abundancia de golpes que recibe, a los que se refiere de la siguiente forma:
“A menudo me preguntan cómo sobrellevo estos ataques ad hominem. Algunos días me cuesta, pero en general estoy resignado a que es la parte más áspera del tiempo político que nos toca vivir. Casi siempre me lo tomo con deportividad e intento relativizarlo con sentido del humor. No queda otra. Trato de responder a los desafíos con racionalidad. En mi carácter predominan la razón y el análisis, y no me dejo llevar por los impulsos. Creo que es lo correcto cuando se ocupa el cargo de presidente”.
No existe un fragmento en todo el libro que ilustre mejor sobre el carácter del autor. Porque, más allá de los ataques a la oposición o de sus consideraciones climáticas, sociales y políticas, Tierra firme es un acto onanista frente al espejo del baño. Es un relato tosco y artificial. No hay desnudez en sus páginas. Están escritas con un disfraz que es tan evidente que toda la obra en sí podría considerarse una parodia de quien lo firma. El This Is Spinal Tap de la política. De un tipo encantado de conocerse, pese a todo. Hay párrafos que están mal escritos, verbos (como concernir) que se emplean de forma errónea y reflexiones que podrían ser las propias de cualquier adolescente que duda del peinado que debe elegir (“Rumiando esas ideas en mi cabeza mientras miraba las cuatro imágenes, al final quedó una en mi mano. En ella se me ve haciéndome un selfi rodeado de gente joven alegre e ilusionada, la mayoría mujeres”).
Merece la pena terminar este artículo con la gran reflexión de Pedro Sánchez sobre un concepto que ha ocupado una buena parte de las páginas de los grandes pensadores de la humanidad, como es el de la libertad. Así diserta el presidente sobre un ideal que bien podría ser considerado como un arquetipo:
“La libertad a la que me refiero es la libertad en serio, entendida como la capacidad real de los individuos para llevar adelante sus proyectos vitales; la proclamada a menudo por la derecha no es más que una invitación a tomarse unas cañas. No es que esté mal alternar: es que no tiene envergadura como proyecto político”.