ANTONIO CASADO-EL CONFIDENCIAL

  • De un año a esta parte, se hundió la economía nacional, bajó la esperanza de vida, crecieron las colas del hambre, se desplomó la natalidad y se fueron los turistas
Sesenta mil muertos después del clarinazo de la Organización Mundial de la Salud, que tal día como hoy hace un año aconsejó hacer acopio de equipos de protección para el personal sanitario, en España seguimos viendo enfermeras agotadas, médicos desbordados y hospitales al borde del colapso.

Los agobios ilustran la falta de reacción ante la cantada urgencia de reforzar el sistema sanitario con recursos materiales y humanos. Y aunque la OMS ya había declarado el estado de alerta, el Consejo de Ministros no pasó de crear un comité de coordinación presidido por Carmen Calvo y recomendarnos distancia social.

Hasta ese momento, solo habíamos conocido un caso de contagio en suelo español. Un turista alemán en la isla de La Gomera. El segundo fue 10 días después, un inglés residente en Mallorca. El tercero, ya el 25 de febrero, un italiano en Tenerife. De inmediato, el primer español contagiado sin desplazamiento previo: un sevillano que no se había movido del sitio.

La hemeroteca retrata a una clase dirigente que se dejó llevar por la indolencia, los palos de ciego y la absurda politización de la batalla contra el virus

De entonces acá, se ha hundido la economía nacional, ha bajado nuestra esperanza de vida, han crecido las colas del hambre, se ha desplomado la natalidad y se han ido los turistas. Y ahora las variantes del virus compiten con las variantes de la vacuna en las conversaciones de la gente.

El primer aniversario de la pandemia invita a echar la vista atrás. No hace falta haber leído a Byung-Chul Han (‘La sociedad del cansancio’) para angustiarse por la presunta amenaza del virus al sistema capitalista. Hagamos memoria sin despegar los pies del suelo que pisamos. El resultado es un pesimista repaso a lo ocurrido desde que la OMS declarase la alerta sanitaria mundial por coronavirus el 30 de enero. La hemeroteca no nos deja mentir. Pone en evidencia a una clase dirigente que se dejó llevar por la indolencia, los palos de ciego y la absurda politización de la batalla contra el enemigo público número uno.

Si hemos de recordar con ánimo constructivo, las preguntas se multiplican: ¿de verdad estamos haciendo algo en ese sentido, cuando hasta comunidades autónomas del mismo signo político plantean soluciones desiguales ante problemas idénticos?, ¿ha sabido la clase política conjugar salud y bolsillo, mando único y descentralización de las decisiones?, ¿hemos escarmentado de la experiencia, como cantaría Antonio Flores?

Si hoy viviera Ángel Ganivet, ya habría escrito un ‘Idearium’ cargado de pesimismo, como en la crisis del 98, sobre una España deprimida

En un principio, el discurso oficial habló de problema chino, temor injustificado y un sistema sanitario lo bastante fuerte como para no preocuparse de nada. Luego, la pandemia nos acorraló en las casas y aquella primera España de los aplausos al personal sanitario pronto se convirtió en la España de las cacerolas. Tras el espejismo veraniego de la nueva normalidad, volvimos a las andadas y nos sumimos en la depresión.

Si hoy viviera Ángel Ganivet, ya hubiera escrito un ‘Idearium’ cargado de pesimismo, como en la crisis del 98, sobre un país desalentado que no ve el fin de la pesadilla.

Demasiados problemas de suministro y de planificación, sin que nos consuele la supuesta flojera de Bruselas frente a compañías farmacéuticas vendidas al mejor postor. El proceso era más complicado de lo previsto. Y, desde luego, más de lo que dijo el Gobierno cuando anunció que con la llegada de las primeras vacunas se veía la salida del túnel.