ABC 28/10/16
DAVID GISTAU
La democracia española busca ejes alrededor de los cuales articularse. Si Podemos superó el izquierda/derecha con el arriba/abajo, Rajoy propuso, en su discurso de socialización de la responsabilidad, uno que permitiría integrar siglas de tradición antagónica: a un lado de la Cámara, los apegados a la ley y la Constitución; enfrente, quienes ansían doblegar ambas. Sólo esta disposición permite a un militante del PP declararse un semejante de otro del PSOE.
Otra cuestión es que los socialistas (Hernando) puedan pegar un respingo de repugnancia ante la sola idea de parecerse a La Derecha, pues no en vano sustentaron varias décadas de complejo de superioridad moral en la demonización de los «herederos directos de los asesinos de Lorca». Como para andar ahora pegándose abrazos fraternales. Bastante traumática es la abstención como para rendir encima la identidad propia. Hernando dedicó su intervención a evitar esta deglución y a legitimar al PSOE como un personaje de oposición que no entregará ese espacio a los que vienen con ínfulas de «héroes de la izquierda». Mucho tenía aquello de retórica para levantar la moral de la infantería propia, porque el PSOE no puede permitirse una oposición a Rajoy tan virulenta como para precipitar unas nuevas elecciones para las cuales el socialismo tardará en estar preparado. Sánchez se pasó toda la intervención de Hernando jugando con el móvil para no tener que aplaudir a su lugarteniente converso.
La bancada popular cometió el error de enfadarse por el insulto de los «delincuentes potenciales» cuando Iglesias necesitaba una bronca así que remachara la frase de que el odio de la oligarquía lo acredita. Eso fue al final de su intervención, cuando, de vuelta al escaño, saludó a los suyos con los choques de manos del baloncestista que regresa al banquillo. Antes, en vez de rapear, trató de ser pedagógico para volver a declarar fallidos el ciclo del 78 y la Transición y arrogarse él la responsabilidad de hacerla. Hubo una novedad en semejante narcisismo: esta vez agredió incluso a su propia genealogía comunista, pues dijo de Carrillo que fue un entreguista que dijo sí a todo, «mientras que yo no paso por el aro». Así solucionó el hombre la contradicción de la participación comunista en un proceso que siempre quiso asociar a las élites franquistas: Carrillo era un vendido, él ha descendido a la Tierra, oh, mesías, para desfacer todos los entuertos, incluso los causados por sus mayores dinásticos. Dijo que, a diferencia del 78, ahora es posible hacer política sin miedo. Claro, ese es precisamente el éxito de la Transición: haber fabricado una sociedad en la que la generación de Iglesias pudo hacer política sin miedo, el último de los cuales, por cierto, fue el que no mencionó Iglesias: el miedo a ETA.
Rajoy volvió a negar a Iglesias el oligarca represor e iracundo que Iglesias querría. Volvió a hablarle con una irónica condescendencia contra la cual no es fácil enardecer a las masas.