ABC-LUIS VENTOSO

Admiradores de la democracia catarí, se hacen cruces con el «autoritarismo» español

QATAR, pequeño sultanato gasero, cuenta con el mayor PIB per cápita del mundo. Su desbordante riqueza les permite comprar sin problemas todo tipo de bienes y voluntades, o lograr proezas tan singulares como que la FIFA les haya concedido un Mundial cuando no sabían si la pelota era cuadrada o redonda y cuando el calor extremo hace imposible competir allí. Qatar nada en dinero y hay quienes lo trincan encantados. Por ejemplo, Guardiola, que ejerció como embajador honorario catarí en su campaña para «lograr» –llamémoslo así– un Mundial; o el gran Xavi Hernández, feliz vecino del sultanato, donde vive, trabaja y adula grácilmente a sus mandatarios.

Xavi, de 39 años, y Pep, de 48, son ya señores talluditos, inteligentes y de ágil y expresivo compromiso político. Se han erigido en paladines de «las libertades», pero no se les conoce comentario crítico sobre Qatar. Normal. Aquello no es España. A diferencia de nuestro oprobioso sistema, la democracia catarí funciona. La estabilidad del Gobierno está siempre garantizada, por la sencilla razón de que partidos y sindicatos están prohibidos y es el cortijo particular de una familia. Su código penal se basa en la Sharia, la modernísima ley islámica del Medievo. Los derechos de la mujer se protegen sometiéndolas a la bota del hombre. El «derecho a decidir» y la «autodeterminación» están allí muy bien vistos, por supuesto. Aunque si te animas a cultivarlos serás reo de pena de muerte por «perpetrar actos dirigidos a dañar la integridad del territorio» (Artículo 98.2 del Código Penal catarí).

Pero Pep y Xavi no están para perder el tiempo en detallitos. Desde el oasis de derechos humanos del desierto, Hernández, hijo de andaluz y 133 veces internacional con España sin queja alguna, difunde un cartel donde en tres idiomas tacha de «vergüenza» la sentencia del Supremo y exige la libertad de los sediciosos. Por su parte Pep clama contra la «deriva autoritaria del Estado español» en un vídeo para Tsunami Democràtic, el nuevo tinglado radical que ha perturbado los planes de viaje de centenares de catalanes mediante unas protestas que imponen el sabotaje de una minoría a los derechos de circulación de la mayoría.

«España, siéntate y habla», concluye Guardiola, en cínica –y cansina– apelación a un diálogo que no es tal, pues en realidad lo que está diciendo es «siéntate y dame la independencia». Haciendo bueno el latinajo de «excusatio non petita accusatio manifesta», Pep añade que el procés «no es xenófobo ni egoísta». Falso también. Todo ese movimiento, y los partidos constitucionalistas y nuestros intelectuales deberían empezar a decirlo cada día, no es más que el complejo de superioridad de la clase dirigente de una región que ha sido la más favorecida y privilegiada de España. Una pregunta sencilla desarticula el victimismo: Si tan maltratada ha estado Cataluña, ¿cómo se ha producido el milagro de haber sido siempre su territorio más próspero? O al menos lo fue hasta que se pegaron un tiro en el pie con un movimiento que es, en efecto, egoísta, xenófobo y violento.