ABC-ANA I. SÁNCHEZ

EN PRIMERA FILA Los policías que arriesgan su vida en Cataluña agradecerían la toma de medidas más que la visita de Pedro Sánchez

Es imposible observar la brutalidad y violencia que los terroristas callejeros despliegan sobre policías, guardias civiles y mossos en Cataluña sin que el corazón se sobrecoja. Les hemos visto en directo arriesgar su vida para intentar controlar la insumisión agresiva alentada por el presidente de la Generalitat, Joaquim Torra. Sus familias han contemplado impotentes cómo los radicales les lanzaban ácido, adoquines, bolas de acero o cócteles explosivos mientras les acorralaban, amenazaban, insultaban o escupían. Y todos hemos visto cómo han aguantado estas enormes dosis de tensión durante jornadas de 15 horas y con trajes de más de veinte kilos encima. Policías y guardias civiles luchando por mantener el orden en un terruño que no es el suyo. Unos y otros con disciplina a una consigna política: que no haya un muerto.

Son los héroes de las últimas jornadas. Han actuado de manera absolutamente impecable en una situación de enorme estrés en la que era muy fácil cometer un error. Su modélica intervención ha permitido arrebatar al independentismo uno de los comodines que tenía en la mano desde el 1 de octubre: la falsa idea de la brutalidad policial. Los secesionistas seguirán victimizándose pero con las imágenes de esta semana su queja ha perdido todo recorrido. La prueba de ello son los 300 manifestantes atendidos por el servicio catalán de salud –cuatro habiendo perdido un ojo– sin rastro de polémica en el resto de España o en la escena internacional.

Prácticamente la misma cifra de agredidos contabilizan las fuerzas de seguridad. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, acudió ayer a saludar a algunos de los policías ingresados para darles su apoyo. Pero a esos agentes no se les compensa con gestos sino tomando medidas. No es que el periplo del líder socialista esté mal, ¡qué menos!, es que es completamente insuficiente y electoralista. Primero, porque mientras Sánchez paseaba por el hospital, al presidente del PP, Pablo Casado, se le revocaba el permiso para entrar en la Jefatura Superior de Policía de Cataluña a saludar a los agentes (no fuera a ser que le robara un minuto al primero en el telediario). Segundo, porque las visitas son gestos y, como tales, deben ir acompañados de medidas si de verdad se busca su eficacia. No me refiero a la Ley de Seguridad Nacional o al artículo 155 de la Constitución sino a decisiones mucho más sencillas. Si el Ejecutivo socialista quiere demostrar su preocupación por la seguridad de los agentes puede empezar por reemplazar a los que se han jugado la vida durante las últimas noches y continuar con el refuerzo de medios materiales. Y si quiere reconocer la labor de la Policía debe hacer algo tan simple como dejarla actuar con proporcionalidad pero contundencia frente a un movimiento que no es otra cosa que terrorismo callejero. Exactamente igual que sucedió en Madrid el sábado cuando una manifestación independentista intentó cortar la calle Gran Vía. Los agentes pudieron intervenir sin interferencias políticas y resolvieron el problema rápidamente, con cargas claro está.

Entre intervenir a sangre y fuego y limitarse a «contener» la violencia hay muchos grados, entre los que se encuentra la actuación policial proporcionada. El Gobierno debe escuchar a los sindicatos que ayer pidieron con acierto poder actuar en las calles catalanas con la misma firmeza y los mismos medios que en cualquier otra ciudad. Seguro que los policías heridos agradecerían al Ejecutivo que tomara medidas en esta dirección mucho más que las visitas protocolarias de Sánchez.