Jorge M. Reverte-El País
La palabra fetiche es, ahora, fascista
— Señores, un poco de higiene.
El profesor, que se llamaba Vicente Herrero, solía llamar al orden a la tropa de adolescentes que llenaba el aula con esa frase, que tanto valía para acallar un tumulto extemporáneo como para volver a su cauce las aguas desbordadas del uso indebido, por abusivo, de algunas palabras.
Tal es el caso de la palabra fascista en la campaña electoral que vivimos. Don Vicente saltaría de su silla y, sin mirar a nadie, o sea, mirándoles a todos, reclamaría higiene a los partidos.
La palabra fetiche es, ahora, fascista. Solo hay un motivo favorable a su uso, que es que a los de Vox no les molesta que se les aplique, por mucho que su utilización va siempre acompañada del tono que se imagina uno que llevan aparejado los insultos.
Quitamos a los de Abascal por tanto para ver qué diría don Vicente, y el resultado es tremendo: saca a cualquiera de sus casillas. Eso ya es perjudicial para el tono mesurado que sería bueno que tuvieran las campañas. Pero hay efectos aún peores, y no es el menos importante el de que los aludidos pierdan el tiempo que tenían que consumir haciendo propuestas en demostrar que ellos no tienen nada que ver con eso.
El término es muy negativo y se suele aplicar a alguien para decir que es muy de derechas, antidemócrata, violento, xenófobo y extremadamente nacionalista, entre otras lindezas. Caben más cosas, claro, como ser antifeminista, por ejemplo.
Pero podemos ver, cada vez más, que quienes lo usan con frecuencia inusitada son extremadamente nacionalistas, xenófobos, violentos y antidemócratas que se permiten el lujo de llamar a otros por ese vocablo. De modo que uno se pierde. Por ejemplo, Maite Pagaza. Los nacionalistas violentos, xenófobos y antidemócratas que aún aplauden el asesinato de Joseba Pagaza, la llaman fascista. En Cataluña vemos cada día cómo jóvenes universitarios nacionalistas violentos intentan evitar que hablen españoles.
Uno se pierde. Y no sería muy complicado hacer que las cosas vuelvan a su cauce. Bastaría con que los abertzales vascos y los nacionalistas catalanes violentos llamaran españoles a sus odiados convecinos. Sería clarificador y, por tanto, higiénico.
En eso, mirar a Vox sería muy útil para todos. ¿Por qué no reconocer de una vez que en el País Vasco y en Cataluña se dan comportamientos fascistoides cada día?
Vox puede ser ejemplar para esos nacionalistas violentos. Alguna virtud tenían que tener.
Señores, un poco de higiene.