ABC-JON JUARISTI

El socialismo ha sido, desde sus orígenes, una ideología histérica

LA histeria es un trastorno del deseo: A cree desear a B cuando realmente desea a C. Esta situación, generalmente sin salida, produce síntomas variopintos: desde ceguera a embarazos histéricos y, en todo caso, hiperestesia y ataques de nervios. Durante mucho tiempo se creyó que se trataba de un desarreglo típicamente femenino. Los griegos pensaban que el útero (hystera) era un órgano móvil que saltaba de un lado a otro en el cuerpo de las histéricas provocándoles todo tipo de alteraciones. El psicoanálisis le atribuyó una etiología psíquica y libidinal, lo que, dígase lo que se quiera, fue un avance.

El socialismo sedicentemente democrático es una ideología histérica: afirma desear la democracia pero desea la dictadura del proletariado, o sea, la dictadura perpetua del partido socialista. La democracia liberal es, como su nombre indica, un invento del liberalismo en el que los socialistas jamás tuvieron nada que ver. Para los socialistas, la democracia liberal representa sólo un medio para acercarse gradualmente al verdadero objeto de su deseo. Y si les parece que va demasiado lenta para su gusto, no tienen empacho alguno en cargársela, como ya lo anunció Largo Caballero en la campaña electoral de 1933 y pusieron por obra él mismo y Prieto un año después, con el argumento de que resultaba intolerable la entrada de la CEDA en el Gobierno de la II República. La democracia sólo es aceptable para los socialistas en la medida en que sea perceptible su progresiva autodestrucción. Y a eso le llaman reformismo, con todo el morro.

Venezuela es la expresión más acabada de la aniquilación de la democracia desde las instituciones del Estado de Derecho cuando estas son ocupadas por la izquierda populista, y por eso gusta tanto a los socialistas españoles, que admiran la eficacia y falta de escrúpulos de aquella. La movilización callejera de la chusma adicta ha sido uno de los recursos principales del chavismo para acabar con las libertades políticas. Los futuros podemitas encontraron en él su inspiración para poner en marcha sus cercos al Congreso y sus escraches hace casi una decena de años, pero no necesitaban haber ido tan lejos: el PSOE les había dado un perfecto ejemplo de kaleborroka en sus asaltos a las sedes del PP, el 13 de marzo de 2004, cuando los socialistas españoles se cansaron de la democracia y de la Constitución de 1978.

Andalucía se ha convertido, desde esta semana, en un nuevo laboratorio de la movilización chavista contra la democracia, atizada por el PSOE y su aliados comunistas. Pero no todo es mimetismo tropical en la histeria antiparlamentaria de los socialistas andaluces. Hay en su retórica liberticida un elemento castizo, tomado de Largo Caballero y de Indalecio Prieto. Como para este par de golpistas, la autojustificación de la actual revuelta antidemocrática encabezada por el socialfeminismo subvencionado reside en una supuesta amenaza de fascismo, encarnada por Vox como en 1934 por la CEDA (o sea, por lo más liberal –¡y republicano!– que podía esperarse entonces en el catolicismo militante). Conste que advierto en Vox aspectos histéricos que no me gustan nada, pero, al contrario que el PSOE y su Gobierno, las huestes de Abascal no representan un peligro inmediato para la democracia (aunque si se guardasen sus propuestas de rectificación de la Constitución, mejorarían mucho). Sus dirigentes podrían empezar mirándose en el espejo cóncavo del Callejón del Gato que le ofrece la histeria socialista hasta en sus más menudos detalles, como por ejemplo, el proyecto de feminizar el texto de la Carta Magna. Por ahí se empieza. Y ojo, porque con histéricos al mando, el personal se vuelve fácilmente paranoico.