ABC – 22/03/16 – IGNACIO CAMACHO
· Ante los Castro conviene hablar sin ligereza de saltos históricos: llevan casi sesenta años petrificando la Historia
Antes de recibir a Obama en La Habana Vieja, el castrismo ordenó encerrar a un puñado de disidentes en la habitual redada de sospechosos habituales. Frente a la ruidosa retórica del acontecimiento histórico, el régimen respondió con una medida preventiva de rutina autoritaria para rebajar las expectativas de grandes saltos al vacío.
De hecho es lo que la dictadura ha venido haciendo desde que la Casa Blanca comenzó a aplicar su política de deshielo: esperar a que sea el adversario el que se derrita en su propia autocomplacencia. Corresponder con amagos de medio pasito a los avances a grandes trancos con que el presidente quiere cerrar su mandato. Que se note quién tiene prisa y quién no, quién se perfila sobre los ágiles plazos democráticos y quién sobre el tiempo fosilizado de una tiranía inmóvil.
Ante tipos como los Castro conviene manejar con cierta prudencia ese concepto altisonante de la historicidad: llevan casi sesenta años petrificando la Historia, crionizándola en una burbuja de aire como las de las cámaras mortuorias de los faraones, y desde esa perspectiva lo histórico puede ser cualquier novedad singular pero no necesariamente dinámica. En esas seis décadas se las han tenido tiesas con once presidentes americanos y han sobrevivido a media docena de Papas, a varios de los cuales han recibido en la isla con la misma cachazuda ambigüedad que a Obama.
La autocracia cubana es una cárcel de bellas rejas a través de las cuales se pueden asomar algunos ilustres visitantes. Pero al interior nadie pasa, de momento; sólo se admiten socios bienintencionados para revocar una fachada que ofrece severos síntomas de aluminosis política e ideológica.
La estrategia obamista parece condicionada por la recta final de un mandato que en líneas generales –Bin Laden aparte– ha gustado más a sus enemigos que a sus partidarios. La fraterna diarquía gerontocrática ha interpretado las urgencias estadounidenses como fruto de la necesidad de un legado y administra el quidproquo con un embudo ventajista: el castrismo, asfixiado por el desplome de su benefactor venezolano, aspira con crear en su barataria un minicapitalismo de Estado.
El modelo chino a pequeña escala, con industrias turísticas mixtas que le hagan la competencia a Florida mediante el reclamo de un parque temático tardocomunista. Y con las estructuras del sistema casi intactas, incólumes bajo la hegemonía del Partido; Obama quiere éxitos rápidos y qué les importará al fin la libertad a los jubilados de Nebraska que vayan a tostarse en Varadero. Al cabo de tantas vueltas, de tanta patria o muerte que casi siempre era muerte –de otros– y de tanta charlatanería numantina, se trata de volver a Batista pero con guayabera verdeoliva y la boina del Che convertida en icono de merchandising. Eso sí que va a ser un salto histórico. El sueño de Michael Corleone.
ABC – 22/03/16 – IGNACIO CAMACHO