Holística del indulto

Ignacio Camacho-ABC

  • Cuando llegue el indulto, los beneficiarios exigirán la amnistía para salir de la cárcel sin perder su pose victimista

Con naturalidad, con mucha naturalidad. El Gobierno prepara el indulto de los autores de un golpe contra el Estado y el ministro ¡de Justicia! pide que los ciudadanos tomen el asunto como un trámite ordinario. En realidad, ya estaban políticamente indultados desde que Sánchez negoció su respaldo apenas dos meses después de que el Supremo emitiese su fallo. Con el acuerdo de investidura, la insurrección separatista quedó despenalizada ‘de facto’; lo que resta es la diligencia penal, el expediente burocrático que saque a los reos de la cárcel y que tal como marchan los plazos es probable que se sustancie en plenas vacaciones de verano. De ello depende, ‘pacta sunt servanda’, la duración de este mandato cuyo alumbramiento fue gestado, como el nuevo Gabinete catalán, en un centro penitenciario.

Cuando llegue el momento, los beneficiarios pondrán carita de asco. Se harán los estrechos, dirán que no era eso lo que pedían y exigirán la amnistía para poder salir del trullo sin abandonar su pose de víctimas. En su fuero interno blasonarán de que el Rey tenga que refrendar el decreto con su firma -formalidad a la que la Constitución le obliga- como pequeña revancha simbólica del discurso que abortó el motín independentista. Y luego el obsequioso Ejecutivo modificará el tipo del delito de rebelión para que les salga barato si desean repetirlo. Esto debe de ser, según el último palabro del neolenguaje presidencial, el ‘enfoque holístico’: visión integral en esa retórica de libro barato de autoayuda que lo mismo vale para proponer un tratado internacional sobre vacunas que para enmarcar su estrategia entreguista en el ‘conflicto’ de Cataluña.

La holística del caso incluye pasarse por el forro pronunciamientos jurídicos aunque no sean -faltaría más- vinculantes: el criterio de la Fiscalía, ya expreso, y el del tribunal sentenciador, nada menos que el Supremo, que resultará muy probablemente adverso. También la ausencia de voluntad de reinserción -«ho tornarem a fer»- y de cualquier expresión remotamente parecida al arrepentimiento. Nada que no haya sucedido ya, por otra parte, con los criminales etarras, aproximados a prisiones vascas o cercanas sin más diligencia que una simple carta de aceptación de la legalidad carcelaria. Por no hablar de la inobservancia de la propia palabra. En 2019, un Sánchez ya presidente respondía a la revuelta callejera empeñando su promesa de garantizar el cumplimiento íntegro de la condena. Luego se preguntará por las causas de su vertiginoso desplome en las encuestas.

En este sentido y desde un punto de vista cínico o pragmático cabría pensar que cuando el adversario se equivoca no conviene despistarlo. Sólo que en esta ocasión no es con su destino ni con su proyecto personal con lo que está jugando. Se trata del respeto a la ley, de la soberanía, de la dignidad y hasta de la integridad del Estado.