Honestidad intelectual

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 24/06/13

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· A las víctimas hay que equipararlas en lo que se puede, y hay que discriminar entre ellas en lo que se debe.

El debate político vasco está tan contaminado por la historia de terror de ETA que gran parte de los esfuerzos están dirigidos a encontrar un método de pensar que tenga la virtud de ser lo suficientemente neutral en sí mismo para que nadie pueda negar lo que se dice sobre su base. Las referencias al suelo ético, a la convivencia, a la reconciliación son parte de ese método de neutralización del pensamiento. Todos sabemos, sin embargo, que no hay método que produzca la neutralidad que permita eludir la responsabilidad que exige afrontar la historia reciente de Euskadi.

Debiera ser suficiente apelar a la democracia como Estado de derecho para no necesitar de suelos éticos, pues el Estado de derecho es la sumisión del poder del pueblo, del Gobierno, del Parlamento, al imperio de los derechos fundamentales. Y debiera ser suficiente reclamar en el debate público honestidad intelectual para no enmarañarnos en el supuesto significado misterioso de palabras biensonantes pero muy manipulables. Y eso es lo que falla sobremanera en el debate político vasco: la honestidad intelectual.

El reciente informe encargado por el Gobierno vasco a un panel de personalidades independientes –independientes de qué, se podría preguntar– ha sido presentado como una pieza fundamental para la consolidación de la paz, otra palabra que necesitaría un análisis tranquilo y sosegado. Es un informe que recoge, se dice, todas las violencias –muertes, torturas, asesinatos– producidos desde comienzos de los años sesenta. Un informe neutral, basado en los simples números, por lo tanto verdad objetiva, un informe que ni equipara, ni discrimina, que va a ser difícil de aceptar por algunos, se dice –¿por quién?–, un informe que recoge todas las violencias, un informe para los tuertos –¿y si los tuertos ven más que los ciegos, como dice el refrán?– que no quieren ver más que unas violencias y no otras.

Primero: los números no hablan por sí mismos, sino que dependen del contexto. Dos y dos son cuatro, es verdad, pero no dice nada mientras no sepamos qué incluyen. Una de las mejores maneras de mentir es con números. Los números no cantan, se les hace cantar.

Dos: no hace falta ser un seguidor ciego de Foucault para aceptar que las divisiones de la historia, la periodificación de la historia, implican poder. No hay periodificación neutral. No es lo mismo comenzar una narrativa histórica en un momento determinado o en otro. No es lo mismo comenzar la memoria que queramos escribir los vascos en la guerra civil, que también fue una guerra civil entre vascos, o con el nacimiento de ETA, o con el comienzo del uso continuado del terror por parte de ETA, o subrayando que la transición a la democracia es un elemento a tener en cuenta para entender y valorar la continuación de la historia de terror de ETA. Incluir todo en una lista no despeja todas esas incógnitas, sino que esconde las presunciones que la avalan.

Tercero: el lehendakari Urkullu subrayaba la objetividad de la verdad del informe, diciendo que el mismo no cae ni en equiparaciones ni en discriminaciones. Es comprensible que hable en estos términos, pues las víctimas de ETA no aceptan equiparar a los asesinados por esta organización con las víctimas del GAL y otros, y la izquierda nacionalista radical no acepta discriminar entre las víctimas asesinadas. Pero: no hay conocimiento, y por lo tanto no puede haber verdad, si no se dan ambas cosas, la equiparación y la discriminación. No hay conocimiento si no es de lo general, pero no hay verdad sino es de lo concreto. El conocimiento verdadero se mueve entre la necesaria generalización y la no menos necesaria referencia a lo concreto. De ahí el sueño de la filosofía de hallar el universal concreto, fuente de planteamientos totalitarios. Urkullu cae en el extremo opuesto: ni equiparación ni discriminación. Luego ni conocimiento, ni verdad. A las víctimas hay que equipararlas en lo que se puede, y hay que discriminar entre ellas en lo que se debe. Sólo así se abre la puerta a la responsabilidad de cada uno, la de responder cuál es el elemento fundamental conformador de la historia de la sociedad vasca desde el nacimiento de ETA. Y para responder a esta pregunta hay que equiparar y discriminar.

Cuarto: el ejemplo de Alemania y de Chequia. Ningún historiador pone en duda que en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial se produjo una expulsión masiva de alemanes de territorios en los que habían habitado desde siglos antes. Los muertos en ese viaje trágico pueden rondar entre cuatro y cinco millones. Son víctimas y en cuanto tales pueden ser sumadas al resto de víctimas del nazismo y de la guerra. Pero a nadie se le ocurriría ubicarlas, ni historiográficamente, ni en museos, ni en la memoria, junto con las víctimas del Holocausto.

Lo mismo en Chequia, de donde fueron expulsado cientos de miles o algún millón de alemanes, siendo nacionalizadas sus propiedades por los decretos Benes que siguen en vigor. Hubo muertos y asesinados. Sólo desde hace algunos pocos años comienzan los checos a reconocer su responsabilidad. Pero ni en el caso de Alemania ni en el de Chequia duda nadie que la historia de terror es responsabilidad primaria de los nazis. A partir de esa asunción se podrá hablar de otras responsabilidades. Pero sin confundirlas.

Escribe Tony Judt que hace siglos el ingreso en Europa se producía a través del bautismo, pero que después de la Segunda Guerra Mundial la puerta de ingreso es el reconocimiento del Holocausto. Esa es la pregunta que tienen que responder la sociedad vasca y cada uno de los ciudadanos vascos: ¿la entrada a la historia de Euskadi de las últimas décadas por dónde pasa: por recordar hechos lejanos en los que la sociedad participó dividida, o por la historia de terror de ETA?

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 24/06/13