José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 5/11/11
Se giró lentamente y posó una mirada gris, cansada y casi piadosa sobre Francisco Javier Garcia Gaztelu, (a) Txapote, al que el fiscal atribuye el asesinato en 2001 de su marido, el concejal de UPN por Leitza (Navarra) José Javier Múgica. Quería verle la cara al jefe del comando que arruinó su vida, pero que no domeñó su dignidad. Fue una mirada serena, sostenida e infinitiva que hizo bajar los ojos al asesino. Las lágrimas de emoción rodaron ayer por cientos de miles de mejillas y humedecieron los miles de ojos que contemplaban en la televisión, hipnotizados, a una viuda que exudaba en su gesto y, sobre todo, en esa mirada de duración eterna, todo el dolor, toda la angustia y toda la grandeza de la víctima ante el victimario.
Honor a Adoración Zubeldia, homenaje a una mujer que representa a decenas y centenares de madres, padres, viudas, hijos y hermanos de los más de 850 asesinados por la banda terrorista ETA, que jamás han clamado venganza y que sólo han pedido justicia. Es Adoración Zubeldía una heroína de la democracia española, como Mapi de las Heras, viuda de Fernando Múgica, o Natividad Rodríguez, viuda de Fernando Buesa, o Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel Blanco o Ana María Vidal Abarca, viuda de Jesús Velasco. A todas ellas conozco y en todas sus miradas he descifrado siempre el mismo mensaje que ayer envió a España entera Adoración Zubeldía: no queremos venganza, sino justicia. Esas miradas tumban todos los argumentos falaces de los asesinos y sus cómplices: nunca hubo conflicto porque jamás hubo guerra; no hay más víctimas que las que cayeron bajo las balas o destrozados por los artefactos etarras; debe haber vencedores y vencidos porque unos asesinaron y los otros murieron.
A nuestra heroína y a tantas otras -que nos conmueven con su entereza y su grandeza de alma, con su extrema generosidad- los etarras deben pedirles perdón. No con ánimo de execración sino de justicia histórica. Ha declarado el juez de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional que “el perdón es la única vía para lograr beneficios, aunque ETA se acabe”. El perdón es una condición sine quo non, un requisito imprescindible para comenzar un larguísimo proceso -siempre después de la disolución y el desarme de ETA- que concluya con este episodio dramático y sangriento de nuestra historia. Porque sólo así el propio Estado y la sociedad española podría sostenerle la mirada a Adoración Zubeldia.
José Antonio Ardanza escribe en su autobiografía política el siguiente párrafo escalofriante a propósito de lo que -según él- los partidos vascos harían con asesinos como Garcia Gaztelu (a) Txapote:
“En primer lugar, coincidimos en que todos los procedimientos judiciales pendientes o en marcha se abordarían con celeridad, de forma que dieran lugar a sentencias firmes en un plazo razonable. Para los casos en los que no hubiera delitos de sangre planteamos la concesión de indultos y la excarcelación inmediata de los penados. Para los condenados por delitos de sangre se acordó que, en un plazo de tres a cinco años, todos fueran excarcelados y enviados a vivir en el exilio durante un tiempo, y que el Estado se hiciera cargo de su atención. También convinimos en que, tanto los indultados como los que algún día volvieran del exilio, no deberían residir cerca de los lugares donde hubieran cometido sus atentados, a fin de evitar más dolor a sus víctimas y no provocar situaciones contraproducentes” (Página 266 de ‘Pasión por Euskadi’).
A nuestra heroína y a tantas otras, que nos conmueven con su entereza y su grandeza de alma, con su extrema generosidad, los etarras deben pedirles perdón. No con ánimo de execración sino de justicia histórica
Este planteamiento es el que, de una parte el nacionalismo, y de otra, la izquierda afecta a ETA, quieren poner en la mesa de negociación de manera inmediata y así resolver una parte de las llamadas “consecuencias del conflicto”. Ni Adoración Zubeldia ni tantas otras -que en aras de las garantías de los asesinos de su marido ha debido declarar dos veces y revivir el asesinato de su cónyuge- cuentan (al menos no su perdón, previamente reclamado por los victimarios) en los inaceptables planes de gabinete de políticos desalmados. Pues bien: cada vez que intenten sortear la justicia, habrá que proyectar la imagen de la viuda de Jose Javier Múgica mirando con infinitud, serenidad y hasta piedad a los asesinos de su marido.
El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas ayer conocido arroja una relativa -sólo relativa- sorpresa en los resultados de las fuerzas nacionalistas en el País Vasco: el PNV -que a tantas barajas ha jugado- perdería la mitad de sus diputados (de 6 pasaría a 3) y no obtendría representación en Álava. O sea, se descalabraría. Y Amaiur, con la antigua Batasuna dentro, sólo obtendría 3 escaños, cuando se le auguraban hasta cinco. En cambio, el PP vasco lograría 5, tras el PSE, que registraría también un importante bajón porque pasaría de 9 a 7 escaños. El 20-N no sería, por lo tanto, la marea nacionalista que se sospechaba. De las 18 actas en juego, 12 serían para electos constitucionalistas.
De ser así, habría que prepararse a conciencia para evitar que el nacionalismo -en cualquiera de sus versiones- regresase al poder en las autonómicas de 2013. Porque Adoración Zubeldia, y con ella, decenas de madres, viudas, hermanas, hijos y hermanos, obtendrían con mayor seguridad y certeza, la serena justicia que la mirada sostenida, gris, casi piadosa de esta mujer valiente reclamaba.
Le habían dicho que cuando ella testimoniaba en la vista oral, los matarifes de Jose Javier Múgica, sonreían. Ayer tuvo que repetir su declaración pero ya no quiso ocultarse tras una mampara y al terminar de relatar aquellos hechos trágicos, pidió permiso -¡hasta en esa actitud humilde dio una lección!- para mirar a la cara “a esos chicos” que habían quitado la vida a su marido. Y los contempló. Y al hacerlo, Adoración Zubeldia elaboró el mejor, el más brillante, el más certero alegato contra el crimen, el terror y la impunidad. Y un escalofrío de emoción incontenible sacudió las conciencias anestesiadas y anegó los ojos secos de tantos espectadores indiferentes. Gracias, Adoración. Honor y homenaje.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 5/11/11