PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • La historia se repite ahora como farsa con la chusca rendición de Sánchez ante el independentismo catalán

En el año 321 antes de Cristo, los samnitas derrotaron a las legiones romanas en un valle de Campania por el que discurría la Vía Apia. Los 30.000 soldados al mando de los cónsules Espurio Albino y Tito Calvino fueron sorprendidos y sitiados en un desfiladero por los caudinos. Tras una negociación, los oficiales romanos aceptaron las condiciones de los vencedores: 600 rehenes y entrega de todas las armas.

Lo peor de aquella derrota fue que las legiones, tras ser despojadas de sus insignias, cascos y corazas, tuvieron que pasar bajo un yugo mientras el enemigo se burlaba. Tito Livio relató la vergüenza de aquellos hombres que, según sus palabras, tuvieron que rendirse sin haber sufrido ni una sola herida ni librar combate. A su vuelta, fueron acogidos en silencio por la población, avergonzada por su comportamiento. Aquel episodio ha pasado a la historia como la batalla de las Horcas Caudinas. Ni siquiera en los tiempos de esplendor del Imperio la humillación fue olvidada.

‘Mutatis mutandis’, la imagen de Santos Cerdán, número tres del PSOE, en Bruselas junto a Puigdemont y bajo una foto con las urnas del referéndum ilegal del 1 de octubre evoca aquella bochornosa rendición de Roma frente a unos proscritos que se negaban a aceptar la sumisión a la República.

Si la debacle quedó grabada en la memoria de los romanos, no fue por su importancia militar, que no puso en peligro su supremacía en la Península itálica, sino por la humillación que implicó. La derrota era dura pero aceptable, no así la rendición sin lucha ni la entrega de los símbolos. Aquello provocó estupor.

La historia se repite ahora como farsa con la chusca rendición de Sánchez ante el independentismo catalán, que ha obtenido lo que buscaba: la impunidad para todos sus delitos. Pero se equivocaría quien piense que esto es lo esencial. No lo es. Como en aquella lejana guerra, lo más importante es el elemento simbólico de pasar bajo el yugo samnita, en este caso, de escenificar la rendición bajo una foto que tiene como finalidad humillar a los vencidos.

Esto es lo más importante: la ignominiosa foto acredita que el Estado se ha rendido ante un independentismo que no sólo no renuncia a la unilateralidad, sino que demás se jacta de haber desobedecido las leyes y de haber doblegado la cerviz a las instituciones españolas. El Gobierno, el Parlamento, la Justicia y el Monarca quedan deslegitimados por esa imagen.

El PSOE otorga el trato de ‘president’ a un prófugo que se ha burlado de los tribunales, a un xenófobo confeso que desprecia a la mitad de los catalanes, a un cobarde que huyó en un maletero. Incluso para Lluís Companys, que mantuvo su dignidad hasta su desdichado fusilamiento en el castillo de Montjuic, la equiparación con este personaje resultaría embarazosa. Difícil caer más bajo.