DAVID GISTAU-ABC
La detención de Puigdemont en Alemania acaba, por sí sola, con el relato de la España franquista
AL viejo axioma de que el nacionalismo se cura viajando le queda escasa credibilidad después de las aventuras elusivas de Puigdemont. El nacionalismo se cura en realidad con ese fatigado proyecto europeo, concebido sobre las ruinas humeantes del 45, tan agredido ahora por todos los fanfarrones de hechuras carlistas que, a un lado y a otro del río Ebro, propugnan el regreso a la orgullosa, castiza mentalidad minifundista. Mientras se derriten, impresionados como tipos que fantasearon con la acción pero quedaron frustrados por la cobardía, ante la pujanza de todo líder que ejerza el matonismo.
La detención de Puigdemont en Alemania forma parte de ese contexto europeo. Y acaba, por sí sola, con el relato de la España franquista, eterno parque temático de una barbarie que iría mutando para perpetuarse, que tanto frecuentan los practicantes del auto-odio a la española, los propagandistas de la Transición pendiente y los reaccionarios indepes que hasta hace poco aún vendían la mercancía averiada de que su fuga constituía una necesidad evolutiva en una España anacrónica y mostachuda. A esta lista, por supuesto, también hay que añadir a algunos profesionales de toda causa anglosajones que querrían conservar el material literario, a lo Dos Passos en el hotel Florida, de la España fascista pero en realidad no se han enterado un carajo de lo que sucedió aquí durante el último medio siglo. Cómo se disuelve toda esta retórica malintencionada cuando Alemania, aséptica, ordenancista, da a Puigdemont el trato de lo que es, un presunto delincuente fugado, y no de lo que querría ser, un perseguido de conciencia.
Así las cosas, y aunque sea por pasar el tiempo, vamos a detectar síntomas regresivos y dictatoriales dentro de España. ¿Dónde estarían? ¿En la España reconocida por sus iguales europeos como una nación con todas las garantías judiciales en regla? ¿O en la España que tiene un presidente de parlamento autonómico capaz de decir que ningún juez puede tocar siquiera a su presidente regional porque éste, auténtico ser providencial y encarnación de la infalibilidad del pueblo, está en un plano superior al de la ley? ¿O tal vez en la España cuya extrema izquierda tacha de golpistas a verdaderos presos de conciencia, los de Venezuela, mientras propone eximentes ideológicos para los presuntos delincuentes de aquí?
Ustedes sabrán dónde se meten, pero uno se queda, obviamente, con ese miembro de la UE llamado España a pesar de ciertas turbulencias que sólo demuestran que las enfermedades oportunistas declaradas en diversas naciones europeas encontraron aquí en el nacionalismo un carril ya establecido por el que fluir. Si Podemos no logró agredir desde dentro con tamaña eficacia la España del 78/45 fue porque el carril de la estación de Finlandia estaba cegado. De ahí que se le noten tantas ganas de sumarse como parásito a la antiEspaña Puchi, que le sirve como recurso instrumental de propagación revolucionaria.