Hoy, nada


Tomás Cuesta, ABC 17/11/12

A Tarradellas, que llevaba el dietario bajo el brazo, se le cayó al suelo. El visitante se agachó a recogerlo, y alcanzó a ver en una página en blanco la escueta anotación.

Cuando Josep Tarradellas trataba de mantener viva la institución de la Generalitat catalana en el sur de Francia, en su casa de Saint-Martin-le-Beau, llevaba un dietario con las actividades políticas, visitas, conciliábulos, correspondencia, llamadas telefónicas, etc. Un político barcelonés, conocido por su extrema ductilidad, bonhomía y capacidad de establecer puentes y amistades con políticos de todo signo y condición, tomó el coche, cruzó la frontera, y le rindió visita. Daban un paseo, y a Tarradellas, que llevaba el dietario bajo el brazo, se le cayó al suelo. El solícito visitante se agachó a recogerlo, y alcanzó a ver, en una página en blanco, la siguiente, escueta anotación: «Avui, rés», es decir: «Hoy, nada». En la página siguiente, lo mismo: «Hoy, nada». Y así, página tras página: «Hoy, nada», «Hoy, nada». Conmovido, y sin decir palabra, devolvió el dietario a Tarradellas, que seguía conversando tranquilamente sin percatarse de que el otro acababa de penetrar en el secreto, en la dura realidad de su día a día de exiliado: hoy, nada. Hoy, nada. Hoy, nada.

Apócrifa o no, la anécdota sustancia la tristeza infinita de una época infame. Ahora, sin embargo, los que monopolizan el poder darían lo que fuese (lo que fuese, obviamente, excepto el cargo) por conseguir zanjar con tal despojamiento el rutinario cara a cara con su cuaderno de bitácora: «Hoy, nada». Para el señor Rajoy —tan calmo, tan pausado, tan predispuesto siempre a templar gaitas- tamaña nadería resulta, a estas alturas, un sueño inalcanzable. ¿Y qué decir del «senyor» Mas, el redentor sonámbulo? Abismado en el vértigo de las rencarnaciones fulgurantes (de Ulises a Braveheart, de Moisés hasta Gandhi), el día que clausure con un balsámico «Avui, rés» la charlotada cotidiana, habrá alcanzado, si no la independencia, al menos el nirvana.

El latiguillo, a fin de cuentas, viene de muy atrás, de un ayer arrumbado entre el drama y la farsa. «Aujourd’hui, rien», apunta Luis XVI en su dietario la noche en que la turba, tras tomar la Bastilla, oficia la misa hipnótica del rencor y la sangre. ¿Nada? Ahí es nada. De puro fácil el chiste se descarta y cabe esbozar la hipótesis de una resignación estoica frente a lo inevitable. Hoy por hoy, la consigna es solventar los días fiando en el mañana. Cada día tiene su afán y lo importante es que transcurran, que se esfumen, que pasen. «Jour aprés jour, les jours s’en vont», susurra Georges Brassens cantando el gorigori de un ominoso calendario. Día tras día, semana tras semana, el otoño caliente se va desabrigando. Ya se intuye el invierno. La Navidad, en breve, se manifestará en las calles. ¡Nos comeremos el turrón! Luego del duro, el blando.

La clave es resistir. Con aliento, con ímpetu; si se tercia con saña. De paso —o a la carrera, según las circunstancias— algo habrá que arbitrar hasta que la galerna amaine. Lo cabal, lo justito, lo que mandan los cánones. El resto es petardeo, farfolla, zaragatas. Agónicos bramidos de una oposición ingrávida, respingos de un Congreso que es un jaulón de pajarracos. El único cabo suelto es Cataluña y ese, a los efectos, acabará por enhebrarse salpimentado el día a día con especias vernáculas: «Qui dia passa, any empeny». Quien pasa un día, empuja un año. O, por supuesto, cuatro. De aquí a entonces, «hoy, nada».

Tomás Cuesta, ABC 17/11/12