Ayer se celebró en España la primera huelga general de género de nuestra Historia, si el lector (y la lectora) fueran capaces de perdonar la redundancia. Huelga general feminista dicen las organizadoras de las protestas del día, con una construcción en la que el segundo calificativo aminora, reduce el primero y convierte la expresión en un oxímoron.Hubo huelga y también paros parciales, aportación sindical a la jornada. Decir que general quizá era excesivo, incluso con la sinécdoque de tomar por el todo de la población laboral la parte femenina de la clase trabajadora. La huelga fue, además, un totum revolutum de reivindicaciones heterogéneas sin destinatario claro, ni un patrón encargado de satisfacerlas. El resultado tenía que ser forzosamente algo confuso. Estoy en huelga, titulaba mi admirada Luz Sánchez-Mellado en El País la columna cuya publicación negaba por sí misma lo que afirmaba el título.
Hay pasos que dar hacia la igualdad, asuntos que resolver o desigualdades que aminorar, y que se expresan con locuciones vistosas, como techo de cristal, brecha salarial y otros bichos sintácticos de parecido pelaje. Y naturalmente la violencia de género. Como Día Internacional se quedó algo cojo por su falta de solidaridad con las mujeres de las repúblicas islamistas, esas sí oprimidas y negadas.
La brecha salarial guarda íntimo contacto con el techo de cristal que impide el ascenso de las mujeres a los puestos más altos de sus empresas. Pero en España no hay salarios distintos para trabajos iguales. En el sector público sería ilegal y en el privado no lo permitirían los sindicatos en la firma de los convenios.
La brecha salarial que padecen las mujeres son los hijos. Y de ahí parte, como le venía a contar Susan Pinker a Berta González de Vega en EL MUNDO, una agregación impropia de las estadísticas. Es evidente que mujeres que hayan optado por media jornada al ser madres y se hayan quedado en ella habrán cotizado menos y percibirán menos pensión al llegar a la jubilación.
Los españoles que hayan realizado estudios universitarios durante los últimos 40 años habrán compartido aulas con mujeres que obtenían mejores resultados académicos que ellos. Hay carreras que se están feminizando progresivamente y no se entendería que los empresarios, entre tituladas con mayor capacitación y menores salarios, y hombres con menos capacidades y sueldos más altos, opten por los segundos como un solo hombre, nunca mejor dicho. No digo que no haya empresarios así, pero tendrían que ser un poco gilipollas.
Hay mujeres, aunque esto no quepa entre las orejeras ideológicas de algunas convocantes, que en la disyuntiva entre llegar a lo más alto de su carrera profesional y tener y cuidar a sus hijos, optan por dar prioridad a esto último. En este punto sí cabría una reivindicación razonable en un país con el índice de natalidad tan bajo como el nuestro: que el Estado asumiera como propia la tarea de compatibilizar el bien nacional que supone para España la maternidad de sus mujeres con su progreso profesional.