Eduardo Uriarte-Editores

La importante y trascendente victoria electoral del PP en Andalucía, que confirma el progresivo deterioro del sanchismo, puede provocar un maléfico triunfalismo en el seno de dicho partido que aliente las malas prácticas que el partidismo ha arrastrado a la política española en los últimos años. Es decir, que la experiencia acumulada por el quehacer de Juanma Moreno no le sirva en absoluto a Feijoo para apuntalar el necesario cambio político ante las crisis de todo tipo que padece la sociedad española.

Porque lo que ha caracterizado el gobierno de Moreno ha sido la normalidad sin altisonancias ni virajes, con pasos paulatinos en pro del bienestar andaluz. No muy extraordinario, muy tranquilo, pero razonable y cercano a una ciudadanía patriota que se veía zaherida y humillada por los comportamientos de privilegio que de la mano de Sánchez reciben los que quieren subvertir la convivencia constitucional. El presidente andaluz, ante las críticas a su derecha e izquierda, quieto en su sitio, y por naturales, ha sabido acaparar el apoyo que le ofrecía Vox -partido vocacionalmente erigido para hostigar al izquierdismo y no al centro- declamando su falta de apoyo si no entraba en el Gobierno andaluz, y el del PSOE -con un candidato no adecuado a los decibelios demagógicos del sanchismo- que venía a denunciar la coalición PP-Vox como único argumento. Para que eso no sucediera mucha gente se ha decidido a votar a Moreno.

Todos los esfuerzos de sus adversarios para destruirlo, toda la práctica política del PSOE bajo Sánchez, todos los disparates autoritarios y frivolidades de éste, lo ha sabido acaparar, gracias al tono tranquilo, el PP. Al final ha sido la gestión y actitud política normal la que ha ganado frente a la prepotencia, la demagogia y la falta de sentido de estado. Porque, fundamentalmente, el Sanchismo muere por la autodestrucción que ha ejercido sobre el PSOE -fenómeno evidente en Andalucía-. transformado más en un movimiento bolivariano que en una socialdemocracia europea (de ahí que no se invite al Gobierno español ni a Kiev en la alianza europea de los tres grandes, y que Marruecos con aquiescencia de USA nos chulee).

Es muy posible que sea desde la región que era la más socialista de España, Andalucía, donde se le haya avisado a Sánchez, ante la pasividad y servilismo de los cuadros de su partido, que esa izquierda autoritaria, imprevisible, frívola e irresponsable es lo que es, que no gusta ni sirve, y que a poca normalidad que aplique el PP no hay prejuicio que evite el votarle.

Ahora entramos en el capítulo de la digestión que haga de este llamativo triunfo el PP. Es complicado encontrar un instrumento tan enajenante como lo es la militancia partidista -como ejemplo llamativo de esa enajenación podemos contemplar a Adriana Lastra–, pero esa enajenación se acaba dando en todos los partidos, y el peor aditivo a la enajenación lo suele constituir el triunfo. Para paliarlo el PP sólo tendrá que enumerar las ímprobas tareas que tiene perentoriamente que promover tras el erial que el absolutismo sanchista y los cien mil hijos del separatismo han convertido España.

Empezando por rehabilitar el Estado, contrapoder a la partidocracia y socavado en la actualidad por ella. Con urgencia una reforma del Poder Judicial, bajo los cánones de independencia que ha señalado la UE, promover la autoridad de éste frente a la continuada insubordinación del separatismo.

Recuperar la democracia y sus buenas formas. La flagrante inconstitucionalidad en las decisiones del Ejecutivo y el abuso del decreto ley no puede ser permitido por un Legislativo absolutamente supeditado al partido en el poder. Es decir, no sólo hay que remozar el Estado, hay que sanear su estructura tras las demoliciones realizadas por la horda Frankenstein.

Restablecer las formas democráticas, la búsqueda del consenso mediante el diálogo buscando el pacto como instrumento ante la crisis económica y su seria tara como es la dependencia energética. El pacto, finalmente, para restablecer la influencia geopolítica de España superando el actual menosprecio internacional, en la mayoría de las ocasiones ganado a pulso, desde la ONU a la UE pasando por la Conferencia de Puebla. Hay demasiada tarea urgente  para no caer en triunfalismos.