Manuel Montero-El Correo
- Un nacionalista está por definición orgulloso. Quizás Ortuzar interpreta la situación al revés y Bildu le come terreno porque es todavía más altanero
Los tiempos de tribulaciones no inspiran buenas mudanzas. Las angustias llevan a improvisar salidas mediáticamente vendibles y pueden tomarse por autocrítica meras expansiones cuyo único objetivo es espantar la pesadilla. En ese duermevela la política debe esperar, si no quiere meterse la pata hasta el corvejón.
Algo así le ha sucedido a Ortuzar, poco proclive a dejarse llevar por las premuras, el único político que cuando se disfraza en Carnaval parece en su estado natural. Hasta es capaz de pactar presupuestos históricos con Rajoy y tumbarlo al de unos días en la moción de censura que trajo los tiempos frankenstein, en ambos casos con el rictus de hacer lo mejor para Euskadi, al que lo mismo cabe servir poniendo una vela a Dios y otra al diablo.
Un dirigente guipuzcoano del PNV, ya fallecido, me lo explicaba con un sentido del humor inusual entre los jelkides. Decía que el PNV siempre hacía lo mejor para Euskadi tras probar cuidadosa y sucesivamente las demás alternativas.
El ataque autocrítico de Ortuzar le lleva a añorar cambios entre los nacionalistas. En concreto, que se tienen que volver humildes y humanos. Hasta este punto le ha afectado el cambio que le cuestiona la primogenitura y quizás el plato de lentejas, asunto que entre nosotros implica un compromiso serio. Háganse a la cuenta de que en la traducción a la vida vasca las lentejas bíblicas pueden significar rabas, marmitako, un buen chorizo frito, tortilla, besuguito recién pescado, percebes, chuletón, cordero… No es fácil para el vasco escoger entre derechos y algo para picar. Por eso suele elegir las dos cosas, el fuero y el huevo, el hambre y las ganas de comer.
Se hace rarísimo que el presidente del PNV aspire a que los suyos se conviertan en «humildes y humanos». Eso no puede ser. A la ciudadanía no nacionalista le habría dado un vuelco el corazón si cree que eso es algo más que propaganda, pues nunca ha visto nacionalistas de esa naturaleza. El patatús colectivo lo compartirían los nacionalistas, con sentimientos en las antípodas de lo que dice Ortuzar y de imposible realización, salvo como disfraz. A no ser que todo sea una triquiñuela ortuzariana para darnos una vuelta de tuerca, que nos confiemos para detectar desafectos y flojos y luego segar, como hizo Mao en su campaña de las Cien Flores. No se le ve tal doblez.
Lo de un nacionalista humilde no se concibe. Es un oxímoron, un imposible conceptual. Un nacionalista está por definición orgulloso. De Eukadi -a ver, si no-, de ser nacionalista, estirpe de naturaleza antagónica al no nacionalista, huérfano de arraigo (ya los apellidos no cuentan, por lo del racismo, pero si se puede se cuentan, sin humildad). Una prueba de que el nacionalista es esencialmente orgulloso es la inclusión de la humildad en el primer juramento de lehendakari de Aguirre: «Ante Dios humillado». El nacionalista se humilla ante Dios, solo faltaba, pero hasta ahí. Los nacionalistas se nos vuelven humildes y la ciudadanía les pierde el respeto. En eso se basa su posición social, que les hace capaces de dictaminar sin derroches argumentales sobre política lingüística o sanitaria, preferencias clientelares en el acceso a la función pública, hacer la vista gorda si el corrupto condenado es de los suyos. El propio EBB lo ha dejado claro en varias ocasiones: «Nos sentimos orgullosos de ser nacionalistas vascos». Además, considera tal orgullo la garantía para la victoria final: «Cuando crees en lo que defiendes, y cómo lo defiendes, y estás orgulloso de lo que eres, nadie puede derrotarte» (EBB, 2000).
Ortuzar se ha metido en un lío, que puede afectar a las convicciones más íntimas de los militantes. ¿Quién se va a hacer del PNV si no puede sentirse orgulloso? Como mucho podrían simular que, hasta nueva orden, los nacionalistas son los más humildes de todos, pues tampoco en esta materia están dispuestos a ceder ante nadie. Orgullosos de ser humildes por Euskadi. Es el sentido del concepto las poquísimas veces en que la dirección del PNV lo usa: vamos «con la modestia pero también con el orgullo de ser vasco». ¡Una modestia orgullosa!
¿Y la propuesta de ser «humanos»? Eso ya no. El éxito del PNV durante décadas se ha basado en la inhumanidad con que ha aplicado sus programas, sin tener en cuenta las sobreexigencias a los no nacionalistas carentes de las que han decidido sean señas de identidad. La relegación de gente preparada por razones identitarias tiene su intríngulis, poco humana. Fue inhumana la costumbre de mirar hacia otro lado cuando el terror, la relegación actual de las víctimas de ETA es inhumana. ¿Un nacionalismo de rostro humano? Tal Primavera de Praga aquí no funcionaría.
En un País Vasco gestado a imagen y semejanza del PNV gusta un partido inhumano. Quizás Ortuzar está interpretando al revés y Bildu le come terreno porque es todavía más altanero e inhumano.