PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • El ejercicio del poder le ha vuelto soberbio. Es despectivo con sus adversarios y cruel con sus colaboradores

En julio de 1945, dos meses después de la guerra, Churchill convocó unas elecciones cuando estaba a punto de comenzar la conferencia de Potsdam. Le esperaban allí Truman y Stalin. Pero el primer ministro británico perdió los comicios contra todo pronóstico. Tras haber conducido con éxito a su país en la lucha contra Hitler, era el favorito.

Fue el oscuro y gris Clement Attlee, líder laborista, quien ganó en las urnas pese a que había permanecido en la sombra de Churchill con una lealtad y una discreción admirables durante toda la guerra. El desenlace de aquellas elecciones fue objeto de estudio y debate porque nadie se esperaba que una persona como Attlee pudiera derrotar al hombre que había levantado la moral a los británicos y resistido cuando todo parecía perdido.

Lo que sucedió es que Churchill hizo una campaña muy agresiva contra los laboristas. Les acusó de querer acabar con la libertad y de planear la nacionalización de la economía, sugiriendo que tendrían que recurrir a los métodos de la Gestapo para aplicar su programa. La estrategia del miedo no funcionó y los laboristas consiguieron 393 escaños, mientras que los conservadores solamente 197. Una gran debacle para el carismático dirigente conservador, que, desengañado, se retiró a su finca en el campo.

Puede que los británicos asociaran a Churchill con los duros tiempos de guerra o puede que su campaña provocara rechazo o, tal vez, ambas cosas a la vez. Pero el primer ministro, como le sucede ahora a Pedro Sánchez, creía que el país tenía que estar agradecido a sus dotes personales y su liderazgo y que era imposible que un personaje como Attlee le arrebatara el poder.

También aquellos comicios fueron convertidos por Churchill en un plebiscito, también formuló la opción entre él y el caos, también ninguneó a su partido y también se presentó como un estadista internacional frente a un rival que era un desconocido fuera de Gran Bretaña.

Las encuestas reflejan que Sánchez puede perder. Hay un sector social cansado de su arrogancia y da la impresión de que la campaña de demonización del PP no le está funcionando. Lo que él llama «cambios de opinión» también le pueden pasar factura.

Sus cinco años en el poder, con la pandemia y la guerra de Ucrania, han creado un desgaste tan profundo como el que sufrió Churchill. Y hay otra cosa que juega en su contra: su incapacidad de reconocer los errores y la absoluta falta de autocrítica, que se acompañan de su desmesurada afición al autobombo.

El pecado de Sánchez es el más viejo del mundo: la ‘hybris’. El ejercicio del poder le ha vuelto soberbio. Es despectivo con sus adversarios y cruel con sus colaboradores. Y todo ello se percibe en sus gestos, en su forma de hablar y en el trato a la oposición. Como le pasó a Churchill, Sánchez puede morir de éxito.