JON JUARISTI-ABC
- El gran pintor Agustín Ibarrola (1930-2023) defendió cívicamente la democracia contra las tiranías de cualquier signo
Había enviado ya mi columna de la pasada semana a ABC cuando supe de la muerte, a sus 93 años, y ese mismo viernes 17 de noviembre, del pintor y escultor vizcaíno Agustin Ibarrola. La noticia me llegó a través de Javier Ybarra, que la había publicado, a las pocas horas del deceso, en una de las ‘cookies’ que difunde regularmente desde el caserío virtual de Maruri. En su necrológica casi telegráfica, Javier calificaba a Agustín de «gran artista» y lo definía como «un antiguo comunista de mucho fundamento». Nos enviaba también la reproducción digital de un óleo que había pintado Ibarrola en la cárcel de Burgos, entre 1962 y 1965, sobre un lienzo hecho con retales de ropa vieja. Representa un caserío entre árboles, con una aldeana en primer plano. Se lo regaló el autor al padre de Javier, aquel Javier de Ybarra y Bergé que ETA secuestró y asesinó en 1977, y al que agradecía Agustín que hubiera intercedido para su excarcelación.
El caserío significó mucho en la vida de Ibarrola, pero no abunda en su iconografía. Conservo, no obstante, la plancha de un grabado en madera que realizó para ilustrar un libro del poeta Gabriel Aresti, cuya viuda me lo regaló. En él aparece un caserío cercado por alambre de espino, al que Gabriel tituló ‘Aitaren etxe eragocia’ (‘La impedida casa del padre’), imagen arquetípica inspirada por el poema –también de Aresti– más conocido de la literatura eusquérica contemporánea: ‘Nere aitaren etxea’ (‘La casa de mi padre’). Fue portada de un suplemento histórico de ‘Cuadernos para el Diálogo’ dedicado a la cultura vasca, en 1974.
Agustín Ibarrola era ya un gran artista cuando, a sus 31 años, fue condenado, en consejo de guerra, a nueve de prisión por pertenencia al Partido Comunista de Euskadi. Se había formado en el taller de Daniel Vázquez Díaz, entre 1948 y 1955. En París fundó, con los Duarte, Oteiza y Serrano, el Equipo 57, y estuvo asimismo vinculado al grupo Estampa Popular, con José Ortega, Andreu Alfaro y Manolo Valdés, entre otros. Durante la Transición, el arte de Agustín derivó hacia el experimentalismo y la escultura. Si en su época de pintura social acusó la influencia del pintor bilbaíno Aurelio Arteta y del escultor Antoine Bourdelle, sus nuevos modelos fueron muy distintos y variados, desde Chillida hasta el ‘land art’.
Fue, en efecto, un gran artista, pero le recordaré siempre como uno de los vascos más libres y valientes de una España que ya va concluyendo. Los terroristas de un signo quemaron su caserío en 1975. Los del otro, le amenazaron de muerte, abatieron sus esculturas y devastaron su obra en el bosque de Oma. Se opuso al franquismo y a ETA, siempre desde una firme resistencia cívica. Enamorado de la libertad, supo defender la impedida casa del padre contra toda tiranía. Que la tierra de su heredad le sea leve.