PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Una hipotética vasquización en la grafía del apellido del nuevo ministro de Política Territorial sería congruente con su sensibilidad hacia los nacionalismos

Como a mucha otra gente, a mí el nuevo ministro de Política Territorial, Miquel Iceta, nombrado por los ajustes en el Gobierno a raíz de la salida de Salvador Illa, también me cae simpático. Sus bailes desinhibidos en las campañas electorales, su carácter apaciguador y su propio físico rechoncho y bonancible invitan, sin duda, a la confianza. Otra cosa es que su perfil, como parece ser, haya tocado techo de cara a las aspiraciones socialistas en Cataluña tras el desgaste sufrido durante el ‘procés’. Pero lo que cuenta para Euskadi es que Miquel Iceta va a ser ahora, como ministro, el interlocutor de Ajuria Enea y de Sabin Etxea en un momento en el que las últimas competencias a transferir, de singular sensibilidad política, están ya encima de la mesa. Léase prisiones, régimen económico de la Seguridad Social y alguna que otra guinda del pastel, como el tema de las selecciones deportivas.

A Miquel Iceta le va a tocar torear con todo eso y nadie duda de sus capacidades para salir airoso del trance, porque nadie duda tampoco que es difícil encontrar un político en el PSOE actual que mejor conozca y más sintonice con las aspiraciones del nacionalismo moderado. Fue Iceta quien dijo aquello de que en España hay por lo menos ocho o nueve naciones, interpretando por tales lo que dicen de esas comunidades autónomas sus estatutos donde se menciona el término nacionalidad. Pero si la duda de si son ocho o nueve reside en que Navarra lo sea también o no, la verdad es que eso le tuvo que tocar las narices a cualquier nacionalista vasco, que considera Navarra parte sustancial de su propia nación. El federalismo de Iceta, por eso, no sería más que un apaño, pero sin ningún valor como alternativa a los nacionalismos, para quienes la generalización federalista va también en contra de la singularidad nacionalista.

Lo que pasa es que el nuevo ministro, además de su reconocida vocación federalista, presenta una prosapia familiar en la que su abuelo Iceta fue nada menos que represaliado nacionalista por su colaboración con el Gobierno vasco de José Antonio Aguirre, lo cual le da muchos puntos ante el nacionalismo de por aquí. Es por eso que habíamos pensado, en tono cordial y hasta divertido, sugerirle la idea de modificar la grafía de su apellido por la que propone Euskaltzaindia en su nomenclátor de apellidos vascos, que es Izeta. Con el certificado de Euskaltzaindia podría acudir al Registro Civil que le corresponda, independientemente de dónde esté empadronado dentro del territorio español, y cambiárselo. Sería un detalle impagable que, además, iría en consonancia con su sensibilidad hacia los nacionalismos en España.

Lo que no sabemos es si el bueno de Iceta ya sabía que la grafía correcta de su apellido en euskera es Izeta. A lo mejor lo sabía e incluso también había pensado en un momento dado en cambiárselo, pero debido a lo que supone de papeleo -tienes que adaptar todos los documentos oficiales donde aparece, títulos, propiedades y demás- quizás haya desistido de ello. Suponemos también que, aparte de estas cuestiones de tiempo y de papeleos, el flamante ministro de Política Territorial pudiera haber interpretado que la grafía del apellido no tiene ningún significado político.

De hecho, hay gente que sin ser de ideología nacionalista se lo ha cambiado; y otros, en cambio, aun siendo nacionalistas no se lo cambian. Y no voy a dar ejemplos para no herir susceptibilidades, pero podría darlos abundantes en ambos sentidos. Los hay, por otra parte, que, aunque quisieran cambiárselo no pueden porque no ha lugar. Quien se apellide, por ejemplo, Uriarte o Epelde o Iraola no tiene forma de cambiar nada aunque quisiera. Pero en el caso de Miquel Iceta sí podría, pues es Izeta. El nombre, de hecho, sí se lo ha cambiado, ya que cuando nació en 1960 debieron ponerle como su padre y su abuelo el nacionalista, o sea, Miguel, y él, sin embargo, es Miquel.

Y quien piense que lo de la grafía es algo superficial o anecdótico, que mire lo que ha ocurrido con todos los cambios en la nomenclatura de calles, pueblos y territorios para comprobarlo. El último y más sonado fue el de la denominación oficial de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba/Álava en junio de 2011 como contraprestación al apoyo del PNV a los últimos Presupuestos del Gobierno de Rodríguez Zapatero.

La modificación en los apellidos tiene el mismo sentido para el nacionalismo, que considera la grafía castellana sobre los apellidos vascos una suerte de imposición intolerable. Así que ya sabe el nuevo ministro de Política Territorial cuál es el mejor gesto para ganarse del todo la confianza de sus interlocutores peneuvistas: reconocer, al menos, que la grafía correcta de su apellido es Izeta y no Iceta. Lo dice Euskaltzaindia.