Hay que tener cuajo para, sin solución de continuidad, ser insultado por Pablo Casado —y por Rivera— con las descalificaciones más rotundas (“felón”, “golpista”, “plagiador”, “mentiroso”, “tiene las manos manchadas de sangre”), convocarles a los ocho días de ganar las elecciones, acudir mansamente ambos a la cita, y exponerlos ante la opinión pública como lo que son, enemigos a muerte, mientras él oficia de presidente efectivo estando en funciones. Hace falta también tener impudor para, después de insultar a Sánchez con esa suerte de epítetos, acudir —sin obligación legal de hacerlo ni necesidad política— a un llamado institucional (en la sede de la presidencia del Gobierno, por orden de mayor a menor) en loor del secretario general del PSOE.
Esta ronda ha sido una venganza, pero no solo. También ha sido la consumación visual de la victoria electoral de Sánchez, que se ha anticipado —siempre se anticipa— a la investidura que no tiene atada sino que debe negociar con el tercer convocado, Pablo Iglesias. Y el prolegómeno de la designación agudamente intencional del presidente de la Cámara Alta. Pero a los tres políticos les dio un tratamiento específico que aceptaron con una humildad franciscana, después de tantas semanas de adrenalina y hostilidad, de dicterios y admoniciones.
A Pablo Casado lo recibió el lunes, dejando la jornada sin otras ocupaciones para que los medios tuviesen la portada hecha. La recepción se produjo en el salón grande de Moncloa y la entrevista duró una hora y 40 minutos. Las relaciones que el presidente en funciones dio por ‘rotas’ con el líder del PP las restableció Sánchez con la magnanimidad propia de la victoria. Y así, Casado quedó ‘investido’, él sí, como líder de la oposición. O sea, que el socialista concedió al popular lo que este necesitaba en su pugna con Rivera.
Al presidente de Ciudadanos lo recibió Sánchez el martes, pero en la misma jornada de ronda con Pablo Iglesias para que, entre otras cosas, compartieran portadas y aperturas informativas. Pero el salón en el que conversaron fue más pequeño y de menor representación que el que utilizó con Casado, y más breve la duración del encuentro.
Una vez que Casado y Rivera, bajo la sonrisa ‘poscoital’ de Sánchez, se zarandearon en Moncloa reconociendo de forma implícita que el socialista será, sí o sí, presidente del Gobierno, Sánchez se empleó a fondo con Iglesias la tarde del martes. Y después de una larga reunión —más de dos horas, lo que marcó la diferencia—, salió un secretario general de UP que se avino a no montar el número del disenso con Sánchez y proyectó la imagen —frágil pero suficiente— de que el bloque de la izquierda (165 escaños) está razonablemente unido y coordinado. Y ayer, la respuesta elíptica a la petición de la derecha de un 155 para Cataluña: el primer secretario del PSC a los mandos del Senado. Bofetón.
Sánchez logra así todos los objetivos, y en particular dos: vengarse magnánimamente de los insultadores, que acuden mansos a su convocatoria y que, haciendo el ridículo, se peleen ‘urbi et orbi’ tras sus entrevistas con él. Pablo Iglesias, que por fin entendió la jugada, la secundó con una declaración sobria. Mientras, ya no es Sánchez solo el que se ha pasado por el arco del triunfo el artículo 99 de la Constitución, que reserva al Rey la ronda de consultas para la investidura, sino que también lo han hecho —mediante cooperación necesaria— Casado y Rivera.
La “sonrisa del destino” que evocase Iglesias es ahora abierta carcajada en el rostro del presidente en funciones. Y, al noreste, Iceta se prepara para tomar las riendas de la Cámara territorial. No se puede vapulear a la oposición más duramente y en menos tiempo.