Iceta y la histórica estupidez de ERC

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

En la naturaleza del partido que dirige Junqueras está consumar estupideces históricas —es decir, torpezas de gran dimensión— de las que sus sucesivos dirigentes poco o nada han aprendido

El veto separatista a la elección de Miquel Iceta como senador autonómico del PSC en el Parlamento catalán, si se consuma hoy, alberga la misma intencionalidad totalitaria, arrasadora de los derechos de las minorías, que la aprobación de las sedicentes leyes de transitoriedad y fundacional de la república y del referéndum los días 6 y 7 de septiembre de 2017. Nunca en democracia y en ningún parlamento autonómico se ha vetado este tipo de designaciones, que están expresamente previstas en el artículo 69.5 de la Constitución y que responden a criterios de proporcionalidad. Por esa razón, el actual Parlamento catalán designó, sin problema alguno, a un senador del PP y a otro de Ciudadanos.

No estamos, como se dice con escasa propiedad, ante la quiebra de la “cortesía parlamentaria”, sino ante un hecho subversivo, contrario al ordenamiento jurídico, porque anula un derecho del grupo parlamentario del PSC que con seguridad amparará el Tribunal Constitucional, aunque su función no consista en encontrar fórmulas taumatúrgicas al burdo incumplimiento de una convención que se deduce directamente de la Constitución y del Estatuto.

 ERC ofrecía otras expectativas tras su victoria en Cataluña el 28 de abril pasado (obtuvo 15 escaños). Pero los republicanos militan en un partido de fracasos históricos continuados. Si en la naturaleza del escorpión está aguijonear a la rana aunque perezcan el uno y la otra en el tránsito de una orilla a otra, en la naturaleza del partido que dirige Junqueras está consumar estupideces históricas —es decir, torpezas de entendimiento— de las que sus sucesivos dirigentes poco o nada han aprendido. A excepción de Josep Tarradellas, detestado por la dirigencia actual de ERC.

Francesc Macià proclamó la república catalana como integrante de una fantasmal Confederación Ibérica el 14 de abril de 1931 y se desdijo poco después para aceptar al año siguiente un Estatuto de Autonomía. Su sucesor, Lluís Companys, reiteró la asonada en 1934. Acabó detenido, sometido a juicio y luego amnistiado. Ambos dirigentes lo eran de ERC. En nuestro tiempo, Junqueras y la secretaria general de su partido, la huida Marta Rovira, provocaron la declaración unilateral de independencia el 27 de octubre de 2017 presionando a Puigdemont para que no convocase elecciones. Gabriel Rufián intimidó al entonces presidente de la Generalitat con un tuit indecente: “155 monedas de plata”.

Cuando todo fracasó, cuando el proceso soberanista se vino abajo (otra cosa es el independentismo, que continúa con un vigor no obstante insuficiente en términos sociales), ERC apoyó la moción de censura contra Mariano Rajoy y permitió así que Pedro Sánchez se hiciese con la presidencia del Gobierno, aunque lo descabalgó enmendando a la totalidad sus Presupuestos, lo que provocó la convocatoria de elecciones anticipadas que se celebraron el pasado 28 de abril. En el proceso electoral, ERC se presentó como la fuerza pragmática, alternativa a la de Puigdemont, con una supuesta actitud posibilista. La estupidez —esa torpeza que lleva a los republicanos a leer pésimamente los acontecimientos— de vetar a Miquel Iceta como senador y, eventualmente, presidente de la Cámara Alta constituye una más de las victorias pírricas de los secesionistas catalanes.

La trayectoria del primer secretario del PSC está ahí y reiterarla sería un ejercicio de redundancia. Es un político avezado, un socialista que —aunque con una verbosidad excesiva e indiscreta, que no le importa corregir— podría haber encarnado la cuarta autoridad del Estado, circunstancia inédita en la historia de la democracia española, que no ha tenido a ese nivel a ningún representante catalán. Era una operación política interesante. En el Senado, se residencia la competencia para autorizar las medidas gubernamentales al amparo del artículo 155 y vetar, o no, el techo de gasto para elaborar después los Presupuestos. Al presidente de esa Cámara le corresponde ser el anfitrión de la Conferencia de Presidentes autonómicos y estimular la participación de los responsables de las comunidades en comparecencias y comisiones. Y, a la postre, el Senado es una institución cuya reforma federalizaría el Estado.

Los separatistas, y en este caso ERC, creen que el cumplimiento de la legalidad debe ser el resultado de una contraprestación ventajista en función de criterios de oportunidad: que la Junta Electoral Central diga esto o aquello, que la Sala Segunda del Supremo pida el suplicatorio para continuar, o no, el juicio oral contra los dirigentes del proceso soberanista, o que el presidente del Gobierno se saque de la manga un referéndum de autodeterminación. Están —como lo han estado siempre en su historia— tan confundidos como cuando Carod Rovira, ‘conseller en cap’ de Pasquall Maragall, viajó en enero de 2004 a Perpiñán para pedir a la banda terrorista ETA que no actuara criminalmente en Cataluña.

El epítome de la estupidez de ERC sería vetar hoy a Iceta. Y seguramente lo hará, porque está en su naturaleza errar cuando las circunstancias le ponen en bandeja acertar. Y es que es un partido que no tiene remedio. Ni siquiera aunque Pedro Sánchez se empeñe en que lo tenga. El presidente en funciones dispone de recambio: hace mayoría absoluta en el Congreso con Unidas Podemos (42), el PNV (6), Bildu (4) y el escaño del partido que preside el cántabro Revilla. Y mientras, Ciudadanos, en la higuera.