J. M. RUIZ SOROA-El Correo
El haber conservado vivo el canon colonial y de humillación bélica hace responsable al nacionalismo vasco de que un pequeño grupo de sus seguidores se lo tomara al pie de la letra
Con ocasión de mi participación en el libro colectivo ‘Pardines. Cuando ETA empezó a matar’ (Tecnos, 2018) he tenido la oportunidad de reflexionar sobre un tema que resulta un tanto tabú para lo políticamente correcto de este país nuestro. En concreto, sobre la responsabilidad del nacionalismo vasco como movimiento o ideología en la génesis de la violencia terrorista que comenzó el 7 de junio de 1968 con el asesinato de Pardines. Su responsabilidad por haber mantenido incólumes y sin revisar unas ideas concretas que eran realmente temerarias, por cuanto si se daba la situación política adecuada podían desembocar en la práctica de la violencia.
Tema complejo este de la responsabilidad (no culpa, cuidado) por las ideas. Primero, porque los actores terroristas son quienes toman en un momento dado y por razones puramente estratégicas la decisión de usar de la violencia como palanca que juzgan más efectiva para conseguir sus fines. Es una decisión que no viene determinada o preestablecida por una ideología concreta, sino puramente personal y utilitaria, no hay determinismo idealista alguno en ella. Prueba de ello es que la mayoría de los nacionalistas no recurrieron a la violencia ni simpatizaron inicialmente con ella. Y, sin embargo, siendo cierto lo anterior, es también cierto que si no hubiera sido por el canon o código mental y emocional que los etarras habían mamado en su ambiente nacionalista el paso a la violencia no se hubiera producido. La oposición política al franquismo en los años 60 estaba radicalmente alejada de cualquier tentación violenta, defendía una salida política de reconciliación nacional, solo los de ETA decidieron por la lucha armada. Con toda seguridad, porque solo ellos tenían interiorizado un canon histórico en el que el paso al uso de la violencia resultaba consecuente.
Ese canon era en esencia el del Sabino Arana primero, el que veía a Euskadi como una nación dominada por la fuerza por una nación enemiga más fuerte y colonizada culturalmente en olas sucesivas por los españoles, hasta el punto de estar en peligro su existencia misma como comunidad diferenciada. Dominación y colonización a la que se añadía, como factor emocional de primer orden, la memoria de sus padres tal como se había construido y conservado dentro del nacionalismo. Los padres habían sido derrotados en una guerra de invasión cruel y genocida por los castellanos y sus aliados, su derrota perpetuada en la inalterable simbología franquista exigía acción efectiva, una acción que no practicaba, sino todo lo contrario, un Partido Nacionalista en el exilio conformista y españolizado.
Naturalmente que las ideas no causan por sí solas la acción. Naturalmente que para que las ideas muevan a las personas tienen que darse situaciones políticas en las que se haga plausible esa acción, y la dictadura era esa situación. Pero, al final, las ideas y emociones son las que proporcionan al sujeto un mundo de sentido para hacer lo que decide. Si los etarras se apuntaron a la ideología de la descolonización de los 60 y su uso de la violencia, fue porque previamente habían asumido que la situación vasca era colonial. Y eso no lo inventaron ellos, lo mamaron de su ambiente partidista.
Cuando el nacionalismo vasco actual explica la génesis de ETA como un episodio puntual dentro de un conflicto secular de oposición y dominación entre España y Vasconia está, implícitamente, confirmando esa causalidad que comento. Porque si el canon del conflicto (dejemos ahora si es exacto o no) es capaz de explicar hoy lo sucedido en los sesenta, es porque se le reconoce una fuerza determinante. De manera que un joven nacionalista que en aquellos años se lo creyese a pies juntillas encontraba en él fuerza motivacional sobrada para usar la violencia. El canon nacionalista fue responsable (digo «fue responsable», no «fue el responsable», la cuestión es de multicausalidad) del terrorismo etarra.
Este canon nacionalista creado desde Arana y enriquecido con la experiencia bélica fue conservado por el PNV como parte de su completo baúl ideológico a pesar de que en éste había más, había también un canon de prudencia pactista y autonomista. Pero la negativa feroz del PNV a revisar ni el más pequeño jirón de sus ideas, la persistente característica pendular de su ideario, el haber conservado vivo el canon colonial y de humillación bélica le hace responsable de que un pequeño grupo de sus seguidores se lo tomara en serio y al pie de la letra.
Responsable no por acción directa ni por sugestión inmediata. Cierto. Pero sí responsable por su temeridad al haber conservado como verdaderas unas ideas y estampas que, además de que sabía inexactas, eran una mecha latente para cuando se dieran situaciones o condiciones que les abrieran una ventana de oportunidad. Una especie de responsabilidad por creación o mantenimiento de un riesgo que puede llegar a actualizarse en un mal concreto en cualquier momento. Igual que Mark Lilla habló de ‘pensadores temerarios’, nosotros podemos hablar de ‘ideas temerarias’.
Y lo más curioso de todo es que, cuando el ciclo violento ha terminado ya, sin embargo, esa parte temeraria del canon sigue siendo conservada por el PNV e, incluso, cultivada con esmero y agrandada. Simplemente porque es útil para conmover los ánimos y para construir país y paisanos. Lo que no mata engorda, y a veces, lo que mata en un momento también engorda en otro. ¡Curioso país este!