Jesús Cacho-Vozpópuli

Un predicador woke, un jeta descomunal, un charlatán de feria, un fantasma adherido a un izquierdismo enfermizo y casposo

En la anual farsa de Davos, esas vacaciones que lo más granado del capitalismo suele tomarse  mediado enero en los Alpes con cargo a la American Express de la empresa, paga la empresa (25.000 dólares solo la inscripción), no se hablaba este año más que de Donald Trump, el temor a Trump, el poder desestabilizador de Trump. Al hombre más poderoso del mundo se la suda Davos y sus estrellas declinantes. Todos pendientes de Trump. Todos con el miedo en el cuerpo sobre lo que pueda hacer o decir Trump. Lo contaban los corresponsales de Le Figaro desplazados a Davos. “A las 6 de la tarde del lunes, mientras en la sala principal del Centro de Congresos se inauguraban las sesiones de este año, la gente importante se perdía en los salones contiguos para seguir por ordenador o teléfono móvil la toma de posesión del 47 presidente de los EE.UU y, en particular, su primer discurso. El regreso de Trump a la Casa Blanca es el mayor acontecimiento de los últimos veinte años. Ha puesto el mundo patas arriba y su llegada se espera con expectación en todo el mundo”. De hecho, el evento más importante de Davos este año fue la intervención por videoconferencia del propio Trump en la tarde del jueves 23. En la presidencia, la jefa del Banco Santander, Ana Botín (todo un honor); el CEO de Bank of America, Brian Moynihan; El CEO del gigante energético francés Total, Patrick Pouyanné, y el CEO del grupo Blackstone, Stephen Schwarzman. En el gran anfiteatro de Davos no cabía un alfiler. Expectación máxima. Fiel a su estilo camorrista y faltón, Trump, emperador y bufón, no dejó títere con cabeza: “Trump Warns Business Elite: Produce in U.S. or Face Tariffs”, titulaba el viernes el WSJ. En traducción libre: venga usted a Estados Unidos, fabrique en Estados Unidos o aténgase a las consecuencias.

Un día antes y en la misma sala central, intervenía un pigmeo ante una audiencia formada por la gente de su equipo, sus servants de Moncloa, y la tropilla periodística española acreditada en Davos. Entre 30 y 40 personas reunidas a lazo. ”La imagen era patética”, contaba aquí Miquel Giménez el jueves 23. “Sánchez intentando hilvanar las cuatro consignas que considera son su tabla de salvación frente a una sala en la que sólo le escuchaba su séquito más cuatro gatos despistados. Setecientos cuatro asientos vacíos”. Un predicador woke, un jeta descomunal, un charlatán de feria, un fantasma adherido a un izquierdismo enfermizo y casposo en un momento en que el mundo inaugura una nueva era con la vuelta a primer plano de los valores que hicieron grande al occidente cristiano. Por increíble que parezca, Pedro Sánchez Perez-Castejón ha decidido él solito confrontar con Trump, la pulga y el elefante. Cualquier persona avisada tomaría precauciones a la hora de adoptar posturas de riesgo, no digamos ya suicidas, sobre todo si ostenta la representación de un país europeo de larga historia y de 48 millones de habitantes. Este reconocido psicópata, no. No solo es que ataque a esa supuesta “tecnocasta” («La abundancia de América no fue creada por sacrificios públicos al bien común, sino por el genio productivo de hombres libres que siguieron sus propios intereses personales y la creación de sus propias fortunas privadas», Ayn Rand)  que rodea al nuevo presidente USA, o que reclame el fin del anonimato en las redes (un tipo que mantiene una cuenta secreta, “Mr. Handsome”, para que le llamen guapo), es que “se autoproclama líder mundial de la resistencia frente a la ofensiva ultra que encabeza Trump” (Agustín Valladolid aquí ayer) y se permite tocar a rebato llamando a Europa a “defenderse”.

Cualquier persona avisada tomaría precauciones a la hora de adoptar posturas de riesgo, no digamos ya suicidas, sobre todo si ostenta la representación de un país europeo de larga historia y de 48 millones de habitantes. Este reconocido psicópata, no

Como todo lo que hace Sánchez, hay que entender este esperpento en clave interna. El okupa de Moncloa vive en modo electoral desde el mismo día que tomó posesión de su segundo mandato, obligado como está a mantener permanentemente movilizada a su base social. Es verdad que Sánchez es para el presidente de los EE.UU (“América es una promesa mientras Europa es un dolor”, el filósofo francés Pascal Bruckner), cualquiera que sea, una anécdota, alguien insignificante, apenas una ventosidad en el culo de la Historia, pero con la mayoría de los Gobiernos guardando las distancias hasta más ver y fuera de combate el memo canadiense, tiene muchas papeletas para ser identificado como objetivo a batir -la presidencia de la internacional socialista, su indisimulada simpatía por la organización terrorista Hamás o su vinculación con las dictaduras izquierdistas latinoamericanas, entre otras cosas- por el gigante americano. Al insensato no se le ocurre cosa mejor que levantar el dedo para llamar la atención. Ingresar en la nómina de los adversarios del nuevo emperador de Occidente, con el añadido de figurar en la lista de los enemigos de Israel (tras al alto el fuego en la franja de Gaza, el señor Netanyahu se dispone, según información confidencial, a pasarle la cuenta de su obsceno antisemitismo) y en la de los esclavos voluntarios del amo de Marruecos, no parece la mejor manera de aliviar la tensión que diariamente se ve obligado a soportar el presidente del Gobierno de España por delegación, puesto que, como todo el mundo sabe, el auténtico presidente se llama Carles y se apellida Puigdemont.

“Trump tiene mil maneras de hacernos daño”, escribía el viernes Ángel Villarino (“Lanzarse contra Goliat a pecho descubierto es una temeridad que solo se puede explicar desde el narcisismo o desde un cálculo electoral de tierra quemada”) en El Confidencial. Ocurre que las consecuencias de ese daño no las pagaría él, insignificante buscavidas, sino España y los españoles. España, balsa de piedra a la deriva, nave sin timón movida por las corrientes, con un irresponsable en el puente de mando. Una España que, a poco que los Dioses nos sean adversos, parece condenada a reeditar alguno de los episodios más negros de su reciente historia, tal que los acontecimientos de los años treinta del siglo pasado. “Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros”. Como no hay semana sin terremoto, hemos conocido en esta el robo del ordenador de la abogada de González Amador, pareja de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, un episodio más de la increíble operación política que busca derribar a una rival política contra la que nada pueden en buena lid democrática. También hemos sabido que, después de su vaciado, el ordenador ha sido recuperado en poder de unos moritos que se disponían a cruzar el estrecho. Estamos gobernados por una banda de claro perfil mafioso. Aquí ya solo faltan las pistolas, esas balas que increíblemente aun no han hecho acto de presencia porque somos un país de cobardes, de gentes que tienen mucho que perder, sus cadenas, primero, las que nos mantienen amarrados al sofá pendientes de Tele5 y Jorge Javier y sus putas, o a la barra del bar, a esa cañita de cerveza bien tirada y al tírame pan y llámame tonto. Y hay más días que longanizas.

Aquí ya solo faltan las pistolas, esas balas que increíblemente aun no han hecho acto de presencia porque somos un país de cobardes, de gentes que tienen mucho que perder

Que un juez tenga que pedir ayuda a Google y WhatsApp para recuperar las pruebas de una operación de Estado organizada desde La Moncloa, porque el Fiscal General de ese Estado, objeto de la investigación judicial, las ha destruido, es la prueba del nueve de la desgarradora crisis política que vive el país y de los riesgos de que ese enfrentamiento, que recuerda tanto a la primavera de 1936, acabe a garrotazo limpio. Está, por fin, como segundo elemento descollante de la semana, el rechazo del Congreso a la ley ómnibus con la que este Gobierno que padecemos pretendía engañar a la oposición con otro de sus habituales trágalas. Cualquier Gobierno de cualquier país democrático hubiera presentado su dimisión la tarde noche del miércoles, después de que una vez más quedara en evidencia su incapacidad para gobernar. No el que comanda Sánchez. Nuestro autócrata de bolsillo no solo no dimite, sino que decide echar un órdago, otro más, a la oposición y, en general, al país entero. Sánchez ha decidido sacar a la calle a sus sindicatos -de nuevo el recurso/recuerdo del 36- para protestar contra la oposición, para amedrentar al gentío en la mejor técnica largocaballerista, unos sindicatos mantenidos con dinero público que en casi siete años de sanchismo no han encontrado motivo alguno para manifestarse.

Una decisión tan peligrosa como alarmante, una iniciativa de cariz totalitario que pone de manifiesto que el capo socialista no solo no va a dimitir a voluntad y convocar elecciones para que los españoles manifiesten opinión, sino que ha decidido parapetarse en Moncloa apelando al enfrentamiento entre compatriotas, incluso a riesgo de que todo desemboque en violencia. “Cada reducción del poder es una abierta invitación a la violencia, aunque solo sea por el hecho de que a quienes tienen el poder y sienten que se desliza de sus manos, sean el gobierno o los gobernados, siempre les ha sido difícil resistir a la tentación de sustituirlo por la violencia”, escribe Hannah Arendt en “Sobre la violencia”. El tirano vocacional se siente impulsado a la violencia porque el poder ha dejado de ser el arma que todo lo puede y se ha tornado impotente en el mundo moderno. Lejos de haber demasiado poder, hay muy poco y está muy fraccionado. Álvarez Pallete se rinde ante un cargo de segundo nivel que en Moncloa le entrega el finiquito. No pelea, no defiende la posición, capitula, cede Telefónica sin lucha. Ana Botín se atreve a preguntarle a Trump por la desregulación en USA, pero calla ante las constantes agresiones de Sánchez -con la comunista Yolanda de vocera- al mundo de la empresa.

Nuestro autócrata de bolsillo no solo no dimite, sino que decide echar un órdago, otro más, a la oposición y, en general, al país entero. Sánchez ha decidido sacar a la calle a sus sindicatos para protestar contra la oposición, para amedrentar al gentío en la mejor técnica largocaballerista

“No me extrañaría que estuviera tramando una situación límite, que le permita establecer un estado de excepción o similar”, ha escrito alguien en X estos días. Es posible que veamos cosas terribles. Pero nada le servirá. Nada podrá. Cada iniciativa desesperada que emprende no hace sino acercarle a su final. Fue un presidente de los EE.UU quien dijo que ni el hombre más poderoso del mundo puede pretender engañar todo el tiempo a todo el mundo. La legislatura está en un punto muerto, en un callejón sin salida, con Sánchez prisionero en un laberinto de fidelidades fallidas. Sectores minoritarios del PSOE llevan tiempo reclamando en privado una salida “honrosa”. En ausencia del “hombre providencial” que reclamaban Joaquín Costa y los regeneracionistas -el dolor profundo por “la patria muerta”, el “patriotismo del dolor” que decía Ortega, las desdichas de España, la decadencia, la derrota, la venalidad, la corrupción, el pesimismo de Azorín, la protesta de Baroja, el desengaño de Unamuno-, nadie siente hoy el desgarro de esta España partida, perdida en mitad de la nada, a merced de un sinvergüenza dispuesto a morir matando. Todo el mundo esperando un Deus ex machina que se encargue del trabajo sucio, porque nadie está dispuesto a prescindir de la cañita con tapa. Tendría gracia que nuestro moderno Espadón de Loja fuera un señor que vive en Waterloo. Se anuncian generales para la primavera.