Iglesias

Juan Carlos Girauta-ABC

  • Los líderes de extrema izquierda populista como Iglesias pierden tarde o temprano el sentido de la realidad

Ser vicepresidente del Gobierno y dimitir para optar a diputado regional. He ahí, crudo y sucinto, el misterio que trae de cabeza a los analistas. ¿Por qué hace tal cosa? ¡No es posible! ¡Aquí hay gato encerrado! ¡Oh, ah! Creer que las decisiones tienen siempre una causa (y una sola) es mucho creer, pero presuponer que tal causa será racional implica un desconocimiento clamoroso de la naturaleza humana. Y en concreto de los mecanismos de toma de decisiones, por cierto, más que estudiados a estas alturas por la psicología seria.

El caso Iglesias no me interesa especialmente, quizá porque el personaje me resulta transparente, y sin reto no hay satisfacción. Sí podría llegar a encontrar algún estímulo en la refutación de lo monocausal -e incluso de lo causal-, y sin duda lo hallaré en la identificación de móviles que solo tienen sentido para aquel que toma la decisión, mientras el resto del mundo se pregunta qué está haciendo ese hombre, por Dios. Ahí van las causas racionales e irracionales, entrelazadas:

A Iglesias, como a otros hombres de su formación, le vence la pereza. No así a las mujeres. No hay teoría detrás de esto, lo he comprobado empíricamente. No vale para el trabajo callado y meticuloso, para el esfuerzo que pospone sus resultados. Si madruga y se lo curra, espera una satisfacción inmediata que deberá presentar tintes épicos. Heroicos incluso. En definitiva, no lo pongas de ministro ni de vice, que se aburre mortalmente.

Sánchez está harto de él, pues no ha hecho más que crearle problemas, contraprogramar a otros departamentos, abrir crisis internas y exhibir los trapos sucios. No es deslealtad; es aburrimiento, repito.

Algo que no es Iglesias es tonto. Sus doctrinas de referencia pueden resultar odiosas por su intención totalitaria de fondo, pero son doctrinas operativas. Sabe que la guerra cultural lo decide todo, que nadie castiga la mala gestión (ni siquiera su pésima gestión de ‘lo social’), que la realidad se configura a través del lenguaje, y que justo ese combate se va a librar en Madrid comunidad, y solo ahí. Ha leído a Gramsci, a Althusser, a Foucault y a Laclau. Ernesto Laclau es un jugador invisible de estas elecciones. La ultraizquierda posmarxista, que concurre bajo las siglas de Unidas Podemos y Más Madrid, compite entre sí por la comprensión del argentino, a quien solo han leído allí Iglesias y Errejón.

Los líderes de extrema izquierda populista como Iglesias pierden tarde o temprano el sentido de la realidad. Les conviene más perderlo cuando ya han llegado al poder y se han adherido a él identificando las instituciones con su causa. Iglesias ha tenido megalomanía precoz. Ve en Sánchez a un mindundi, está persuadido de que en Madrid puede marcar la diferencia, decantar hacia la izquierda unas elecciones que tenían perdidas y, con ese tanto en sus manos, volver a encabezar, glorioso, la formación que representa a la gente.