Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez ha alquilado el poder, con dinero de los contribuyentes, a un estajanovista del visionado de series
Si Pablo Iglesias empezase de verdad una revolución es probable que fracasara por falta de esfuerzo. Su paso por el Gobierno ha dejado patente que el trabajo no está entre sus puntos fuertes, aunque se haya revelado como un estajanovista en el agotador empeño de ver series. La Agenda 2030, pomposo nombre de su vicepresidencia, estaba vacía aunque haya salido del cargo con la cartera -la personal, no la del Ministerio- bastante más llena que cuando entró y con una amortización de su hipoteca tan notable que se le echa de menos al frente de Hacienda, cuya titular no encuentra el modo de reducir la deuda. Pero serán sus votantes los que hayan de pedirle cuentas; el resto de los ciudadanos, incluido el presidente, están encantados de que entre prédicas huecas, intrigas de pasillo, problemas judiciales y tuits propios de comentarista de prensa no haya encontrado tiempo para poner en práctica sus perniciosas ideas. Bendita pereza.
Seamos sinceros: la gandulería es la característica más positiva de los ministros de Podemos. Dado el bagaje intelectual y político que traían es mucho mejor que se estén quietos. Como no les gusta trabajar ni saben hacerlo es difícil que saquen adelante proyectos tan disparatados como esas leyes de género que trata de perpetrar Irene Montero, cuya incompetencia legislativa ha logrado el raro privilegio de poner a sus colegas de Gabinete y a las feministas clásicas al borde del ataque de nervios. Salvo Yolanda Díaz, que se ha fajado mal que bien con la crisis y ha muñido acuerdos gracias a su cultura sindicalista de ‘culo di ferro’, se trata de una pandilla de diletantes sin otro talento que el de la agitación ideológica y el activismo callejero. No sirven ni para pegar un sello; su aterrizaje en el poder ha consistido en colocar a sus clanes de confianza en la nómina del Presupuesto. Hasta Castells, que al menos posee un currículo universitario de mérito, da la impresión de que en cualquier momento va a echarse a descabezar un sueño.
Sánchez, con su cinismo pragmático, les ha alquilado el poder con el dinero de los contribuyentes. Su presencia marginal en el Ejecutivo es el precio del apoyo parlamentario que permite al presidente estirar el mandato con la contrapartida irresponsable de dar acceso al núcleo del Estado a un grupo de facciosos que sueña con desguazarlo. Lo insólito es que Iglesias haya gozado -y vaya a seguir haciéndolo, muy probablemente- de un grado de influencia desproporcionado para una hoja de servicios tan escueta. Que a cambio de servir de puente con el separatismo y la extrema izquierda tenga un decisivo ascendiente en la cuarta economía europea. Y que con tal de tener a su camarilla contenta se le permita erosionar la Corona, atacar la Constitución, cuestionar a los jueces y desestabilizar el sistema mientras los impuestos de un país en quiebra sirven para pagarle la niñera.