IGNACIO VARELA-El Confidencial
La mayoría Frankenstein pertenece al pasado prepandémico. El único componente de aquella criatura que sigue siendo compatible con la nueva agenda es el PNV
¿Alguna vez se ha visto en el trance de tomar un plato de sopa hirviendo con tenedor y cuchillo, o de navegar por el mar montado en un carro de combate? Así debe sentirse en estos días el presidente del Gobierno cuando se sienta en el Consejo de Ministros o en la cabecera del banco azul en el Congreso y constata la disociación radical entre la nueva agenda de la legislatura que la realidad y Bruselas han prescrito y los instrumentos de gobierno que eligió: la coalición con Unidas Podemos y la alianza parlamentaria con todo el bloque nacionalista de la Cámara, incluidas las fuerzas extremistas y anticonstitucionales.
Una epidemia fuera de control, una depresión económica abismal, una crisis impugnatoria del régimen que afecta a la cúpula del Estado. Un país que solo será viable financieramente en los próximos años con las ayudas de la Unión Europea, que señalan el programa de política económica al que se supeditan. Cualquiera de esas circunstancias, por sí sola, exigiría un diálogo permanente entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, acompañado de alguna fórmula estable de concertación nacional. Todas ellas en concurrencia anuncian una ciclogénesis explosiva de efectos incalculables.
Este panorama afronta la España de la Nueva Normalidad sanchista. Es lo que se está gestando en agosto y estallará en septiembre. Lo que ha arrumbado el guion de la legislatura. Y lo que hace de la actual coalición de gobierno y de su mayoría fundacional dos cachivaches totalmente disfuncionales para la tarea que toca realizar. Porque se concibieron para una realidad que dejó de existir en marzo y para un proyecto político de polarización cismática que es lo contrario de lo que el país necesita ante esta tormenta perfecta.
La mayoría Frankenstein pertenece al pasado prepandémico. El único componente de aquella criatura que sigue siendo compatible con la nueva agenda es el PNV. La legislatura se ha convertido en una ruta escarpada de sentido único, y resulta que los aliados del PSOE solo saben y quieren circular en la dirección contraria. Los apologetas del sanchismo harían bien en abandonar la ensoñación de que, tras las elecciones catalanas, ERC regresará al redil y se recompondrá armónicamente el bloque de la investidura.
Ni ERC ni Bildu –entre otros de parecido pelaje- podrán volver a sostener establemente al Gobierno a poco que este se ajuste al programa de Bruselas, lo que hará sí o sí por la cuenta que le trae. Y la propia presencia de Podemos en el Gobierno se convertirá progresivamente –se ha convertido ya- en un estorbo, un obstáculo objetivo para gobernar en la dirección marcada; y, finalmente, en un lastre que creará muchos más problemas que los que ayuda a resolver.
Estamos entrando en esa fase. No solo por su incompatibilidad ideológica con las políticas que vienen. También, cada vez más, por su condición de partido fallido, que solo flota aferrado como una lapa a la mesa de Moncloa. Por la descomposición de su organización y de su galaxia de confluencias (Colau será la próxima en abandonarla). Y por la lepra política, de pronóstico fatal, que afecta a la figura de Pablo Iglesias, el cazador cazado, descrita brillantemente aquí por Javier Caraballo y Pablo Pombo.
El triste destino de Iglesias es comerse todos los martes una ración de sapos crudos servidos personalmente por la chef Calviño; y durante el resto de la semana, defenderse a dentelladas de la persecución mediática y judicial que ha provocado por su imprudencia y su soberbia. Se resistirá, armará periódicas escandaleras para aparentar una fortaleza que ya no tiene, creará quilombos al Gobierno, pero todo será remar para morir en la orilla.
Sánchez es tan consciente de ello que ya ha tomado dos medidas profilácticas. La primera, formar ese “gobierno dentro del Gobieno” que él achacaba a Iglesias. Allí es donde se toman ya las decisiones importantes, y el vicepresidente segundo ha recibido una no-invitación. La segunda, encaminar resueltamente la negociación presupuestaria hacia un acuerdo con el PNV y con Ciudadanos, con todo lo que eso comporta.
Ciudadanos y el PNV, tan dispares en algunas cosas, tienen varios rasgos comunes. Son dos partidos de centroderecha. Poseen un agudo sentido institucional. Creen firmemente en la Unión Europea y en sus políticas. Detestan a Podemos. Y jamás garantizan apoyos permanentes: con ellos, cada negociación es un acto singular que empieza con el marcador a cero, puro ‘cholismo’ político. Ese es el ejercicio al que Sánchez tendrá que acostumbrarse a partir de ahora, ya que ha decidido no contar para nada con el PP.
Aparentemente, la crisis terminal de Iglesias fortalece extraordinariamente el poder personal de Pedro Sánchez. Eso es claro. Como lo es que el vicepresidente, inicialmente aliado necesario, es ya una compañía incómoda, a continuación una fuente de problemas y terminará siendo un peligro para la imagen del propio presidente. Ese será el momento de las decisiones.
Podría pensarse que, al menos, el PSOE tendrá la recompensa de beneficiarse electoralmente del colapso de Podemos. Pero los antecedentes inmediatos desmienten esa hipótesis. Ya son cuatro las votaciones recientes (Generales de noviembre del 19, autonómicas de Andalucía, Galicia y el País Vasco) en que el partido morado se hunde en las urnas sin que ello suponga crecimiento sustancial del Partido Socialista. Todo indica que quienes abandonan a Podemos se encaminan mayoritariamente a la abstención o entregan su voto a los nacionalismos radicales, allí donde existen. La consecuencia del desagüe podemita no es un trasvase al PSOE, sino un debilitamiento de la suma de la izquierda frente a la derecha y los nacionalistas.
La siguiente muestra de ello será en Cataluña. Los Comunes sufrirán. Esa es la esperanza de ERC para derrotar a Puigdemont en la batalla por la hegemonía nacionalista. La esperanza del PSC es más bien nutrirse del retorno de los votantes que entregó a Ciudadanos, especialmente en Barcelona y su cinturón. Lo que obligará al ubicuo Iceta a reorientar su discurso hacia ese público objetivo. Sospecho que en los próximos meses habrá pocas noticias de la famosa mesa de negociación, salvo algún gesto cosmético.
Seguramente Pedro Sánchez llegará al final de la legislatura como presidente del Gobierno, pero es mucho más dudoso que Iglesias lo haga como vicepresidente. En cualquier caso, no deja de ser una macabra broma del destino que termine padeciendo el virus venenoso que él, más y mejor que nadie, inoculó en la política española. El gran Francisco de Quevedo disfrutaría con esta versión posmoderna de ‘El alguacil alguacilado’.