EN LOS días posteriores al 20-D, Pablo Iglesias tocó el cielo con la coleta. Había cerrado un acuerdo de Frente Progresista con el PSOE. Do ut des. A cambio del apoyo de Podemos para la investidura de Pedro Sánchez, el líder podemita sería nombrado vicepresidente del Gobierno, dependiendo de él RTVE y el CNI, además de una nueva Secretaría de Estado que significaba, eufemismos aparte, la creación de una policía política. Y, por añadidura, cinco ministerios, entre ellos Hacienda, Interior y Defensa.
Felipe González y otros dirigentes históricos y actuales del PSOE entendieron que el acuerdo Sánchez-Iglesias era el abrazo del oso y que el centenario partido estaba en peligro de ser fagocitado por la extrema izquierda. Así es que desbarataron el proyecto del secretario general y le exigieron que negociara con Ciudadanos. Pedro Sánchez estableció un laborioso pacto con Albert Rivera y se presentó a la investidura creyendo que Podemos le apoyaría directa o indirectamente. Se equivocó, porque Pablo Iglesias, respaldado por encuestas inequívocas, creyó que en unas segundas elecciones sorpassaría al PSOE. Decidió merendarse en un primer envite al Partido Comunista clásico, enmascarado en Izquierda Unida. Después, se vengó a placer de Felipe González cubriéndole de cal viva en el Congreso de los Diputados.
Tras el fiasco de las elecciones del 26-J, rebajó sus exigencias pero, ayudado por Miguel Iceta, que lo niega todo, acordó de nuevo con Pedro Sánchez el Frente Progresista, es decir, el Frente Popular ampliado, con el apoyo para la investidura de las agrupaciones secesionistas. Total, 178 escaños. Previamente ambos políticos consideraron necesario estrellar a Mariano Rajoy. Así es que Pedro Sánchez engañó a Felipe González asegurándole que en segunda votación el PSOE se abstendría. Rajoy aceptó presentarse a la investidura también engañado y creyendo en la abstención socialista.
Cuando Felipe González tuvo conciencia de la maniobra podemita y del engaño sufrido, reaccionó con contundencia y, respaldado por los principales dirigentes del PSOE, desmontó a Pedro Sánchez en un borrascoso fin de semana. Gran servicio a España el del hombre de Estado que consolidó la democracia en nuestro país y engrandeció al PSOE. Para garantizar la estabilidad política, España necesita un Partido Socialista moderado y constitucional que, desde el centro izquierda, sea la alternativa natural del PP. Si el socialismo democrático basculara hacia la extrema izquierda anticonstitucional de Podemos, se emborrascarían para España los horizontes estables.
Pablo Iglesias ha multiplicado sus ansias de venganza contra Felipe González y ha decidido perseguirle hasta la extenuación. Los podemitas que acosaron al expresidente en la Universidad dejaron bien claro, entre capuchas, insultos y violencias, quién tiró la piedra escondiendo tórpidamente la mano.
Ah, seguro que Felipe González, abierto partidario de la abstención, sabe de sobra que el PSOE estaba abocado a un desastre en las eventuales elecciones del 18 de diciembre y que era necesario decidir entre un Gobierno en precario de Mariano Rajoy o enfrentarse con las urnas hostiles y el probable sorpasso de Podemos.