Ignacio Varela-El Confidencial
Iglesias está cerca de conseguir ahora lo que hace dos años reclamó intempestivamente y le dieron con la puerta en las narices: ejercer de vicepresidente ‘de facto’, con mando en plaza
El problema de gobernar en extrema minoría un país endeudado hasta las cejas cuando se carece de un programa de gobierno es que pueden terminar haciéndote el programa los que te prestan el dinero o los que te prestan los votos. Lo difícil viene cuando unos exigen lo contrario que los otros.
Algo de esa medicina probó ayer Pedro Sánchez: por la mañana, el comisario Moscovici (nunca mejor dicho lo de comisario) lo emplazó a presentarse el 15 de octubre en Bruselas con un proyecto presupuestario ortodoxo, el déficit en su sitio y un ajuste de 5.000 millones. Por la tarde, Pablo Iglesias le presentó un plan consistente en disparar el gasto y los impuestos. Por supuesto, a ambos les dijo que sí.
La relación entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias recuerda a la pareja que interpretaron Elizabeth Taylor y Richard Burton en ‘¿Quién teme a Virginia Wolf?’. Ha pasado por todos los estadios, desde el odio manifiesto al sexo sin amor o la zalamería impostada, que es la fase actual. Pedro intentó ser presidente y Pablo se lo negó. Luego lo intentó Pablo y Pedro le devolvió las calabazas. Finalmente Pablo consintió, aunque le anunció un calvario. Ahora el calvario se ha tornado en lecho de rosas. En resumen, se necesitan tanto como se detestan. Pero como advirtió ayer Iglesias, este noviazgo no se mide en amores o confianzas, sino en escaños contantes y sonantes.
El trato es que el probable acuerdo sobre los Presupuestos de 2019 haga la función del pacto de legislatura que faltó en la moción de censura. Pablo Iglesias llama a eso “cogobernar desde el Parlamento”, una expresión buscada con toda intención. Por un lado, precisa que no se gobernará desde el Palacio de la Moncloa, sino desde el del Congreso; y por otro, dice exactamente lo que quiere decir. No apoyar, sostener o respaldar a un Gobierno, sino cogobernar. No piloto y pasajero, sino dos copilotos.
Mas allá del contenido del acuerdo (que podría quedarse en nada si no se agregan los votos nacionalistas), importa el hecho. Ambas partes identifican correctamente sus respectivos intereses tácticos en la situación presente:
El Gobierno de Sánchez necesita asentarse sobre una base más sólida que sus raquíticos 84 escaños. El PSOE y Unidos Podemos suman 155. Con el PNV, 160. No es garantía suficiente, pero se aproxima a lo que tuvieron en el pasado otros gobiernos sin mayoría absoluta.
La formalización de este nuevo bloque gubernamental permite, además, hacer visible una Cámara partida en dos espacios ideológicos nítidamente enfrentados: la izquierda del PSOE y UP frente a la derecha del PP y Ciudadanos. Es el escenario ideal para una estrategia de polarización como la que Sánchez viene buscando desde el principio de su mandato. Se trata de extender la lógica confrontativa del Valle de los Caídos a todas las esferas del debate político. Sánchez impermeabiliza así su frontera con Ciudadanos (por la que tenía una vía de agua sumamente peligrosa) y solo tiene que ocuparse de que su socio/rival no le coma la tostada mientras cogobiernan.
Desde el punto de vista de Podemos, este acuerdo tiene ante todo un carácter preventivo. A Iglesias —como a los partidos independentistas— no le ha pasado inadvertido el penúltimo (siempre es el penúltimo) giro discursivo de Sánchez sobre las elecciones. En la moción de censura, el mensaje fue “convocaré elecciones cuanto antes”. Al minuto de pisar Moncloa, declamó un enfático “acabaré la legislatura”, precisando que si para ello era menester prorrogar indefinidamente los Presupuestos de Montoro, cargaría gustoso con esa cruz.
En julio vino la derrota del techo de gasto, acompañada de sombrías perspectivas económicas y de gestos de inquietud en Berlín y Bruselas, y Sánchez decidió sacar a pasear su botón nuclear: solo estoy dispuesto a gobernar con mis propios Presupuestos. A buen entendedor… Por si alguien se despistara, se filtró al periódico gubernamental un mensaje aún más directo hacia los socios: “El BOE entra en precampaña y sabemos que lo que menos deseáis son unas elecciones generales anticipadas. Llenaré la Cámara y el espacio mediático de propuestas bonitas, sean o no realizables. Si las votáis, bienvenidos a bordo; si las tumbáis, haré lo que más daño os haga”.
Es sabido que Podemos no está en condiciones de afrontar en este momento unas elecciones generales. Al menos, mientras no se asegure previamente la continuidad de sus ‘alcaldes del cambio’ y la presencia en varios gobiernos autonómicos. Y que esa convocatoria sería muy perturbadora para los planes puigdetorristas de aprovechar la calentura del juicio y la sentencia para precipitar sus propias elecciones. Así que unos y otros han recibido el incentivo adecuado para no llevar a Sánchez a una situación límite, al menos por ahora.
Unos y otros han recibido el incentivo adecuado para no llevar a Sánchez a una situación límite
En esa tesitura, Iglesias ha tomado el camino más directo —y también el más provechoso—: cortar la retirada a Sánchez mediante un acuerdo presupuestario transformado en pacto de legislatura y, en sus palabras, de cogobierno.
El debate presupuestario puede hacerse aparecer no como el de un Gobierno ultraminoritario braceando desesperadamente por sacar adelante cada capítulo, sino como el de la confrontación pura y dura de la izquierda y la derecha. Si finalmente el PDeCAT o ERC hicieran caer el proyecto por no admitirse el referéndum de autodeterminación, el relato quedaría armado: hemos defendido unos Presupuestos sociales y progresistas y los han frenado el boicot de la derecha y el chantaje secesionista. ¿Quién acusaría entonces a Sánchez en la campaña electoral de debilidad ante el separatismo?
Es mejor un Gobierno sostenido por 160 escaños que uno colgando del hilo de 84 diputados. En ese sentido, el pacto entre el PSOE y Podemos es beneficioso para la estabilidad y para dar un sentido a la acción del Gobierno. Pero ayer mismo se evidenció el enigma de cómo alumbrar un Presupuesto que haga compatibles la evolución negativa del ciclo económico, las exigencias de Moscovici y las pretensiones pedropablistas de exuberancia en el gasto y extorsión fiscal. No estuvo acertado quien programara la agenda del presidente en el día de ayer.
Miren por dónde, Pablo Iglesias está cerca de conseguir ahora lo que hace dos años reclamó intempestivamente y le dieron con la puerta en las narices: ejercer de vicepresidente ‘de facto’, con mando en plaza. Ayer comenzó a hacerlo. Falta comprobar si los dos egos cabrán por la misma puerta.