La pregunta no es cuándo caerá este Gobierno, sino hasta dónde piensan apurar la frenada Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Porque es 100% imposible que Podemos acepte formar parte de un club que no le acepta. Es decir, que Podemos apruebe unos presupuestos que la Unión Europea (UE) pueda aprobar.
También es imposible que Podemos acepte hacerse corresponsable de las condiciones de un hipotético fondo de reconstrucción que con Iglesias y sus activistas en el Gobierno se encarecerá para España hasta extremos insostenibles.
Otra cosa distinta es que Pedro Sánchez decida seguir adelante sin el aval de la UE y desligándose del grupo de batalla formado por el resto de gobiernos europeos. Pero si eso ocurre, el menor de los problemas de los españoles será el hecho de que Iglesias continúe o no en el Gobierno.
Ayer hablé con una fuente en Bruselas que conoce bien los entresijos del Parlamento Europeo y las corrientes de opinión que inundan periódicamente sus pasillos.
–¿Crees posible que Europa haga nuestro trabajo sucio y obligue a Pedro Sánchez a deshacerse de Pablo Iglesias?
–A Europa se la suda España.
Así. A bocajarro. «A Europa se la suda España». A la vista de lo ocurrido con Carles Puigdemont y el golpe contra la democracia de las autoridades regionales catalanas en 2017, la frase es irrefutable.
Pero que a la UE se la sude España no quiere decir que a la UE se la sude su dinero. Y es precisamente el hecho de que el amor de la UE por su dinero sea mucho mayor que el amor de la UE por España lo que hará que ese dinero no llegue a manos de Sánchez gratis et amore.
Sánchez e Iglesias no tienen un solo incentivo moralmente sano. Iglesias sabe que sus posibilidades de volver a pisar la Moncloa son nulas sin Sánchez. Sánchez sabe que sin Iglesias no hay ERC, ni Bildu, ni JxCAT, ni probablemente tampoco PNV. Es decir, no hay Moncloa.
Nada más sobado que la metáfora de dos boxeadores noqueados que sólo se mantienen en pie porque ambos se apoyan en el otro. Pero esa es la metáfora más precisa para definir el estado de un gobierno que sólo busca estirar unas semanas más la fantasía de una recuperación que nos deje como estábamos antes del 8-M. Desengáñense: eso no ocurrirá.
Las amenazas de Pablo Iglesias el pasado jueves en el Congreso de los Diputados, llamando a «quitarse de encima la inmundicia» que representan 3.640.000 ciudadanos españoles y lanzando luego una ovación a la ideología más criminal de la historia de la humanidad suena a pistoletazo de salida de esa «nueva normalidad» que suena bastante vieja y sobre la que se han escrito ya muchos libros.
Léanlo también como el primer petardazo de despedida de ese breve lapso de gobernanza del que Podemos ha disfrutado durante más tiempo del que los españoles nos podíamos permitir. Nadie que tenga planeado seguir ocupando el poder durante un periodo de tiempo superior a unos meses glorifica el totalitarismo a las puertas de un rescate europeo.
Sánchez será recordado como Pedro I el Breve o Fernando VII Reloaded. Pero habrá que hacer un esfuerzo para recordar a Iglesias cinco minutos después de que este abandone la Moncloa.
Las amenazas de Iglesias suenan también a banderín de enganche para la vuelta del populismo de extrema izquierda a la agitación callejera y el activismo universitario, que es la verdadera zona de confort de un Podemos al que las exigencias de la gobernanza le han sentado como a un santo dos pistolas.
Me extrañaría que los mismos Pedro Sánchez y Pablo Iglesias albergaran mayores ilusiones sobre la supervivencia de su gobierno. No hace falta ser un lince de la perspicacia política para darse cuenta de que el fallido experimento PSOE-Podemos, esa criatura de la isla del doctor Moreau política, sólo aspira ya a ganar tiempo y que su proyecto para la España posterior al Covid-19 es sólo una letanía de palabras huecas, pura esferificación deconstruida de humo de aroma de nube de banalidades: progresista, solidaria, social, feminista, inclusiva. Banalidades caras, además.
La pregunta, una vez más, es qué porcentaje, no ya de la economía o de la salud de los españoles, sino también de la paz social, están dispuestos a incinerar Sánchez e Iglesias en la pira de su narcisismo antes de aceptar la defunción de un gobierno que nació muerto.
Nos deja Pablo Iglesias las peores impostaciones de tono presidencial jamás interpretadas por actor secundario alguno, incluida la de Kiefer Sutherland en Sucesor designado. También las amenazas más graves vertidas por un diputado contra otros diputados en cuarenta años de democracia. Ese será su legado. El de Sánchez será haberle metido en el Gobierno.