Iglesias lleva a Podemos a una deriva cada vez más autoritaria

EDITORIAL EL MUNDO – 17/03/16

· Hace una semana Pablo Iglesias decía que las tensiones internas en Podemos eran una pura invención del PSOE y los medios. Tras la dimisión de diez dirigentes de la organización de Madrid, el líder de Podemos anunció anteayer la destitución de Sergio Pascual, secretario de Organización, al que fulminó por su «gestión deficiente» que ha «dañado gravemente» la imagen del partido.

Hay que señalar que Pablo Iglesias ha actuado en el ejercicio de sus funciones que le permiten, según los estatutos de Podemos, remover a los cargos de la dirección. Pero a nadie se le escapa que el relevo de Pascual, muy próximo a Íñigo Errejón, se produce en unos tiempos de intenso debate sobre la estrategia política.

En una carta dirigida a los militantes, Iglesias aseguraba que las dimisiones se habían producido «en el peor momento posible», que había que «asumir responsabilidades» y concluía: «no debemos volver a cometer errores como éste».

Iglesias apuntaba que «la proclamada división interna ha sido agitada en los últimos tiempos desde direcciones diferentes», una forma de culpabilizar a los que no piensan como él dentro de Podemos.

La lectura de esta carta arroja interesante información sobre la mentalidad de Iglesias, que empieza afirmando que Podemos «nació para cambiar el curso de la historia social y política de nuestro país y para devolver la dignidad a nuestro pueblo». Dicho con otras palabras, Iglesias y los suyos han venido a liberarnos de las viejas cadenas que nos impedían ser libres, lo que exige hacer tabla rasa de un pasado opresivo e indigno. De ahí a identificarse con el Mesías sólo hay un paso.

Traspasando la tenue frontera entre lo sublime y lo cursi, Iglesias dice que no hay que perder «la belleza» que «brilla en los ojos» de los militantes de Podemos y afirma que los abrazos y los besos entre sus dirigentes son el ejemplo de una fraternidad inexistente en otras formaciones.

La realidad es que la sentimental retórica de Iglesias encierra una depuración para deshacerse de sus adversarios en el partido, concretamente del ala más moderada encabezada por Íñigo Errejón, partidario de dejar gobernar al PSOE y de un discurso menos estridente.

No es nuevo en política que un líder defenestre a un hipotético rival. Pero Iglesias, que se había erigido como el gran renovador de las prácticas de lo que él llama casta, ha actuado siguiendo los usos más ortodoxos del leninismo, por los que la élite del partido debe eliminar a los desviacionistas e imponer la línea correcta, que es la que marca desde arriba la dirección que sabe lo que conviene a cada momento.

Lo que el líder de Podemos está haciendo es aplicar una nueva versión del centralismo democrático, que supone depurar a las voces disidentes y cercenar cualquier debate interno con el pretexto de la unidad. No es una nueva forma de actuar porque Iglesias siempre ha utilizado su poder para promover a sus aliados a la dirección y colocar a sus incondicionales en las listas electorales.

Su audaz golpe de mano supone un intento de acallar cualquier debate interno tras rodearse de una guardia pretoriana dispuesta a ejecutar fielmente lo que él disponga, acabando con la pluralidad que todavía quedaba en Podemos por su tradición asamblearia.

Una vez más, como decía Marx, la historia se repite en clave de farsa porque, salvando las distancias, el episodio es un burdo remedo de la ruptura de la Segunda Internacional cuando el comunismo destruyó la unión de partidos socialistas, laboristas y socialdemócratas porque les consideraba colaboracionistas con la burguesía.

Iglesias intenta un viraje a la radicalidad, para lo que necesita el control del aparato. Y esto es lo que ha hecho al quitar a Íñigo Errejón la base de su poder para erradicar «los vicios y defectos», «la cizaña» que crece dentro del partido. Su manera de actuar demuestra que tiene muy claro que su objetivo es llegar al poder y que eliminará cualquier obstáculo que aparezca en el camino. Audacia y determinación no le faltan.

La paradoja de Iglesias es que, reivindicando una nueva forma de hacer política, sus prácticas reproducen el autoritarismo de quien cree que la disidencia interna es un mal. Ha iniciado una peligrosa deriva que augura nuevas depuraciones si alguien se atreve a cuestionar su liderazgo. Nada nuevo bajo el sol.

EDITORIAL EL MUNDO – 17/03/16