En Covarrubias, mi pueblo, subsiste un rollo jurisdiccional del siglo XVI, lugar en el que se administraba la justicia. Era, además, picota, sitio en el que se exponía a la vergüenza pública al ajusticiado. En su parte superior, donde estaban las argollas, hay un latinajo que explica la función de aquello: «Venite flagiciosi nam ego retribvam vobis», que mi amigo Pablo Renes y yo, entonces adolescentes, tradujimos al castellano en un cartel para ilustración de viajeros y curiosos: «Venid, malvados, que yo os daré vuestro merecido».
Pablo Iglesias ha puesto en marcha una picota ambulante, en cuyo exterior ha colgado lo que él considera la trama. Llama la atención que compartan protagonismo Bárcenas y el periodista que destapó lo suyo, y en cuyas informaciones basa sus opiniones ¡y sus intervenciones parlamentarias! este chisgarabís.
Iglesias ha colgado a Inda porque la juez Gladys López ha desestimado su demanda contra él, por haber publicado que cobró de Maduro en un banco off shore (oh, como Soria) 272.325 dólares. Iglesias reclamaba 250.000 euros por su derecho al honor y la rectificación de Inda, que debía producirse en el medio preferido por el demandante, es decir, Al Rojo Vivo de La Sexta. La juez no consideró vulnerado el honor de Iglesias, dijo que la información era veraz, absolvió a Inda y condenó al demandante en costas.
Hoy se ve en Zamora el juicio contra Hermann Tertsch por la querella del padre de Iglesias, que también, vaya por Dios, se ha visto perjudicado en su honor. Javier Iglesias fue militante del FRAP en el año 73. Su padre, el abuelo de Pablo, Manuel Iglesias, es el hombre que sale retratado en un artículo de Tertsch como el guía de unos milicianos (el Hornachego, el Vinagre, el Chaparro, el Ojo de Perdiz y el Cojo de los Molletes) que detuvieron por última vez al marqués de San Fernando y su cuñado. Los hechos que contaba Tertsch en ABC el 17 de febrero de 2016 habían sido ya publicados en lo sustancial un año antes en La Gaceta bajo el título El abuelo de Iglesias fue juzgado por hacer sacas, aunque por alguna razón que se me escapa, al honor de los Iglesias, entonces «se la reflanflinflaba» (sic), por usar la terminología del nieto tal cual.
La imagen de Pablo Iglesias está empezando a capotar ante la opinión pública. Sus tertulias caen. Cuando se falle el juicio de Zamora, Hermann Tertsch pasará a ser otro icono de la carrocería porque este tipo no perdona. El asunto de la guagua es ridículo y terrible al mismo tiempo. Hay un tipo que aspira a gobernar España y habla de progreso. Aún no se ha enterado de que hace ya mucho tiempo que la justicia en España descarta las penas infamantes y no se expone a los reos a la vergüenza pública, pero él tiene su ideal de la Justicia en una picota del siglo XVI. El blues del autobús sería inadmisible incluso para Blesa y Rodrigo Rato, después de condenados, pero no tiene nombre para personas que ni siquiera han sido imputadas. El honor es patrimonio de la familia Iglesias y del alcalde de Zalamea, que deben de pertenecer al mismo siglo.