ABC-JON JUARISTI

Un gran alegato de José Varela Ortega en favor de la realidad histórica de España

EL libro, de mil páginas largas, acaba de llegarme esta semana, editado por Espasa (y supongo que a punto de ponerse a la venta). España. «Un relato de grandeza y odio», de José Varela Ortega, resulta inconcebible en estos tiempos de abyección y estupidez. Que Varela haya tenido la serenidad de construir semejante monumento de erudición y patriotismo mientras el país se iba y se va al garete gracias a sus estupendos políticos me parece sencillamente asombroso.

No voy a alardear de habérmelo leído de un tirón. Lo he hecho a lo largo de varios meses y en sucesivos borradores que el autor ha tenido a bien enviarme. Pero verlo editado, la verdad, impresiona. A primera vista –es decir, al mirar por primera vez su cubierta–, me ha recordado otro híbrido de compendio historiográfico y de interpretación ensayística: «España, un enigma histórico», de Claudio Sánchez-Albornoz. No por el contenido de este último, sino por la portada de sus primeras ediciones argentinas de los años cincuenta, en la que destacaba la palabra y el escudo oficial de la nación durante la Segunda República (de cuyo Gobierno en el exilio don Claudio fue presidente desde 1962 a 1971). También en la del libro de Varela campea la primera palabra de su título sobre un escudo anterior, el de la Monarquía Católica de la época imperial, con el Toisón de Oro por bordura y cuarteado por grietas. Aunque no

ha sido José Varela el diseñador de la portada, sino un señor llamado Agustín Escudero (cuyo apellido conviene a sus ilustraciones heráldicas), aquella se ajusta muy bien al sentido general del texto y establece una conexión, aunque no muy evidente, con el no previsto por la ostensión del blasón republicano en el libro de Sánchez Albornoz. Ambos escudos, el imperial y el republicano, representan dos avatares de España definitivamente cerrados tras sus respectivos fracasos históricos, pero además, y en ello reside la principal aportación de Varela, Imperio y República fueron pretextos sucesivos para una percepción sistemáticamente distorsionada de la realidad española desde el exterior, percepción muchas veces insidiosa que cimentaría la Leyenda Negra propiamente dicha; otras, mantenida por pereza o por necesidad romántica de un exotismo alimentado por disparates literarios de viajeros o de gentes que jamás cruzaron los Pirineos, pero que coincidían en proyectar sobre España el delirio de su deseo: un Oriente inmutable, o mejor, la imagen inmutable de un Oriente africano soldado a Europa, católico pero criptomusulmán. En definitiva, una imagen o un conjunto de imágenes cuya realidad nunca se plegó a la realidad de los hechos, como indica Varela en un segundo subtítulo (que habría debido ser el primero si la editorial hubiera respetado el criterio del autor). Esas imágenes han sido, sucesiva o simultáneamente, la del español «militante», desaforadamente temerario pero cruel y fanático a la vez; la del español indolente, hundido en la decadencia, y la del español «apasionado» y heroico, guerrillero, bandolero, torero y todo ello a un tiempo. Tales imágenes estereotipadas quedaron fijadas en una literatura que Raymond Carr, el maestro oxoniense de Varela y de otros grandes historiadores de su generación como Juan Pablo Fusi y Joaquín Romero Maura, definió como «basura intelectual con opiniones ridículas sobre España», y que ha mostrado una extraordinaria capacidad para sobrevivir a refutaciones académicas o empíricas. Como el espíritu de la época invita al pesimismo, creo que resistirá incluso a este inmejorable alegato de José Varela Ortega contra el odio de ajenos y la imbecilidad de muchos propios.