LIBERTAD DIGITAL 12/03/13
CAYETANO GONZÁLEZ
Es lógico que al cumplirse un nuevo aniversario del brutal atentado terrorista cometido el 11 de marzo de 2004 en los trenes de cercanías de Madrid que circulaban hacia la estación de Atocha cada uno recuerde de forma muy precisa cómo se enteró de la noticia; cuál fue su primera reacción, qué hizo en las horas siguientes. Fue el mayor ataque terrorista que ha sufrido nuestro país –192 muertos y casi 2.000 heridos– y, además del enorme dolor causado en las familias que perdieron a sus seres queridos, consiguió cambiar el rumbo de nuestra historia reciente. Exactamente, para eso se planificó y para eso se perpetró.
Nueve años después de aquella masacre, nuestro primer pensamiento debe seguir siendo para las víctimas. Una de ellas, Gabriel Moris –una persona, al igual que su mujer María Pilar, de una calidad humana y moral excepcional–, que perdió a su hijo Juan Pablo en el atentado, acuñó esa famosa y certera frase de «no olvidar lo inolvidable». Y ha sido el mismo Gabriel el que, en una entrevista concedida a LD con motivo de este noveno aniversario, y con esa fuerza que tienen las palabras salidas de un corazón noble, que no odia, que no tiene afán de venganza; ha sido él, decía, el que ha vuelto a poner el dedo en la llaga.
Lo más grave es que el pueblo español entero, y en concreto el madrileño, permanezca impasible o mire para otro lado. No se alce, no se levante, no se organice. Que las víctimas permanezcamos cada una en nuestro rincón viendo y recontando la subvención que recibimos de los distintos organismos, que asumamos protagonismos estúpidos que no sirven para nada y que no seamos capaces de unirnos codo con codo exigiendo lo único que podemos y debemos exigir: verdad y justicia. Si este caso se deja sin resolver, creo que España no podrá levantar cabeza nunca, porque está claro que tenemos unas clases dirigentes que nos tienen a todos subyugados.
De otra manera a como está sucediendo ya con las víctimas de ETA, las del 11-M han sido y siguen siendo las grandes olvidadas, no solamente por las instituciones, sino por la propia sociedad. A los poderes públicos, fundamentalmente a los dos partidos, PSOE y PP, que hoy por hoy pueden gobernar en España, no les ha interesado jamás conocer la verdad de lo que pasó. Los medios de comunicación que han investigado el 11-M se cuentan con los dedos de una mano, y sobran varios dedos. La sociedad vive con otras preocupaciones y piensa que, si ya se juzgó y hubo sentencia, para qué seguir con este asunto.
Son esas conductas, cobardes en unos casos, acomodaticias en otros –la responsabilidad es obviamente diferente–, las que denuncia certeramente Gabriel Moris. Bastaría el argumento de que muchas de las víctimas del 11-M no se quedaron satisfechas con el juicio y posterior sentencia para que se siguiera investigando con el objetivo de conocer toda la verdad y dar satisfacción a esa natural y lógica exigencia. Con mucho más motivo si después del juicio han aparecido nuevas pruebas, indicios, datos que arrojarían nuevas luces y nuevas pistas. Pero eso ya no interesa. Y por eso, en el fondo, las víctimas son molestas y resultan un incordio para los políticos y para las instancias judiciales que podrían reabrir el sumario.
Al final, como también dice Moris, estamos ante una sociedad que mira para otro lado, que no coloca el listón de la exigencia a los poderes públicos a la altura adecuada; que prefiere olvidar los momentos trágicos de nuestra historia. Y eso nos lleva a la terrible conclusión de Gabriel: «Si este caso se deja sin resolver, creo que España no podrá levantar cabeza nunca». Así de claro, así de cierto y así de triste.