Isabel San Sebastián-ABC

  • Si Casado respalda sin más la estrategia perdedora del Gobierno, no merece ser la alternativa

Cada nueva edición sabatina del «parte» radiada por Pedro Sánchez supone un mazazo más a nuestra ya golpeada moral. Cada mentira proferida sin inmutar el semblante, una afrenta añadida a la colección de insultos que acumulan nuestra inteligencia y nuestra confianza. Cada promesa, la certeza de una pronta decepción. El presidente del Gobierno solo transmite impotencia. Cada comparecencia suya se traduce en una terrible sensación de abandono a nuestra suerte, de orfandad ante esta pandemia maldita, de incertidumbre atroz ante el daño que el Covid- 19 sea capaz de causar, dada la incapacidad de la autoridad competente para plantarle cara.

Mientras otros países de nuestro entorno ven luz al final del túnel con un balance de víctimas muy inferior al nuestro (Portugal, Alemania o Grecia, entre otros), España camina a la deriva en manos de un Ejecutivo liderado por un narcisista que aún no ha reconocido un solo error y dividido entre la incompetencia negligente de los ministros socialistas y la pretensión totalitaria de los encuadrados en Podemos, cuyo fin es fomentar la miseria y desesperación necesarias para lograr el caldo de cultivo propicio a la instauración de su régimen. Unos por omisión, otros por acción, la meta es la misma: la ruina nacional, previo calvario interminable de enfermedad y muerte. En cuanto a los medios, todo vale: embustes, estafas, incautaciones, censura, liquidación de la libertad de movimientos y de expresión, propaganda falsaria… A nada le hacen ascos. Para algo tienen un dominio casi absoluto de la pequeña pantalla, donde los alumnos aventajados de Goebbles se encargan de transformar esta realidad aciaga en un festival de aplausos, canciones, bailes, alegría y datos debidamente manipulados para diluir el fracaso de nuestros dirigentes en un presunto «mal de muchos» donde los vecinos siempre están igual o peor. Claro que para llevar adelante su plan de perpetuación en el poder no les basta con las televisiones. Su pretensión es controlar todos los medios de comunicación, incluidas las redes sociales; amordazarnos hasta sofocar cualquier cauce de expresión y sustituir información veraz y opinión plural por los menús oficiales cocinados en la Moncloa. Dicho de otro modo, el «parte». Lo que nos suministra diariamente ese personaje carente de cualquier vestigio de credibilidad llamado Fernando Simón y luego Sánchez, en sus insoportables sesiones de «Aló Presidente», últimamente con tinte en las canas cual metáfora perfecta de lo que hace con la verdad.

Lo cierto es que sus monólogos de palabrería hueca solo reflejan vacuidad. Sus embustes únicamente consiguen acrecentar nuestra desesperanza. La de una nación que acumula cuatro récords, estos sí dramáticamente contrastados, tan ominosos como vergonzantes: la más alta cifra de muertos por millón de habitantes, el mayor número de sanitarios contagiados (cerca de cincuenta mil), el régimen de confinamiento más duro y las previsiones más pesimistas de los organismos internacionales en lo que respecta al horizonte económico. No es que el azar se haya cebado con España, no. Es que este mal aterrador ha coincidido trágicamente en el tiempo con el peor gobierno de la democracia. Un gabinete que a día de hoy sigue sin conseguir el material indispensable para controlar y combatir la epidemia, que se ha dejado timar con toda clase de productos basura, incluidas mascarillas inservibles proporcionadas a los sanitarios con gravísimo riesgo para su salud, y que como única salida nos impone otro mes más de encierro en casa… o lo que tenga a bien disponer un virus que campa libremente a sus anchas.

Si Pablo Casado respalda sin más esta estrategia perdedora, estará reconociendo que no merece ser la alternativa.