Los nacionalistas en su conjunto, no sólo el entorno de ETA, se resistirán a admitir que la violencia terrorista nunca tuvo justificación y, como ha advertido lúcidamente Joseba Arregui, una gran parte de los vascos, no sólo los nacionalistas, tenderán a comportarse como si ETA no hubiera existido jamás. Impunidades tácitas que allanarían los obstáculos para el retorno del terrorismo.
EL Rellotger de Creixells fue un bandido que actuó en tierras ampurdanesas durante la tercera guerra carlista. Cuando lo ejecutaron, en 1882, debía a la justicia casi una veintena de asesinatos, amén de numerosos robos. Pla escribió sobre él un trabajo amenísimo, mezcla de reportaje y ensayo histórico. Entre los aspectos de la enigmática personalidad del Rellotger, le interesaba a Pla, sobre todo, averiguar las causas que llevaron a un menestral de buena reputación, visitante habitual de las familias más honorables de la comarca, cuyos relojes arreglaba y mantenía en funcionamiento, a convertirse en un criminal temible que contó con la complicidad de una red de informadores. Pla descarta las motivaciones políticas: el Rellotgerera un conservador espontáneo, sin simpatías carlistas ni federales. Sus tendencias sanguinarias, sin embargo, habrían encontrado un ámbito propicio para manifestarse en la situación de anarquía y desorden que atravesó la región entera desde la revolución de 1868 hasta la Restauración.
Es evidente que Pla tenía en cuenta lo ocurrido en tiempos más recientes. Como él mismo reconoce, «después de la última guerra civil, la cuestión de la criminalidad se me presentó en términos de una gran perentoriedad». No siendo un moralista, a Pla le interesaba menos la criminalidad en general que la aparición del individuo criminal, y, simplificando al máximo, estableció una tipología muy sencilla. Hay dos clases de criminales: los que lo son por naturaleza y «los que acaban ahí porque el medio social —o bien político— les da una determinada situación que creen de impunidad». Parece que Pla se inclinaba a pensar que el Rellotger era de esta segunda clase, aunque no podía asegurarlo, porque las noticias sobre el personaje eran ya muy escasas y vagas cuando comenzó su indagación, y se encontró además con una curiosa propensión a la omertà, a la ley del silencio, entre los que daban indicios de haber oído algo (¡setenta años después de la muerte del bandido!).
Como metáfora aplicable a un determinado tipo de violencia endémica, la historia del Rellotgerreconstruida por Pla es una pequeña joya. Pienso, obviamente, en el caso vasco, ahora que se van a cumplir cuarenta años desde aquel consejo de guerra de Burgos que inauguró una época de desorden, anarquía y desastre con niveles más que relativos de impunidad. Como el escritor catalán, estoy convencido de que buena parte de las biografías criminales de la misma fueron más determinadas por el medio que por la naturaleza y de que el cambio de las condiciones políticas que las favorecieron podría consolidar a la larga una sociedad decente, pero precisamente por eso tal cambio no debe limitarse a las formas y tendría que implicar la desaparición de todo atisbo de impunidad, incluso de la impunidad moral. Va a ser difícil. Los nacionalistas en su conjunto, no sólo el entorno de ETA, se resistirán a admitir que la violencia terrorista nunca tuvo justificación y, como ha advertido lúcidamente Joseba Arregui, una gran parte de los vascos, no sólo los nacionalistas, tenderán a comportarse como si ETA no hubiera existido jamás. Impunidades tácitas que allanarían los obstáculos para el retorno del terrorismo.
Jon Juaristi, ABC, 5/12/2010