IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Hay motivo para los nervios en el entorno de Sánchez. Las llamas del escándalo de Tito Berni han alcanzado la calle

Hace bien Sánchez en reunirse con bomberos forestales, aunque sea para su nuevo vídeo de autobombo. Porque tiene un incendio en el partido, y bien gordo, de los que calcinan muchos miles de votos. Y porque amenaza con extenderse al grupo parlamentario sin que nadie encuentre el modo de levantar un cortafuegos ni de perimetrar el siniestro, pese al esfuerzo que Patxi ‘Quémástedá’ López despliega en el intento y a la cada vez más verosímil conjetura de que el Gobierno disponía desde hace algún tiempo de información de privilegio. El único éxito parcial se lo ha proporcionado la Fiscalía al permitir que el Tito Berni siga en libertad con el consiguiente riesgo de destrucción de pruebas, pero los audios y vídeos del mediador Tacoronte son hojarasca seca sobre la que se extiende la hoguera. Al gran adalid contra la corrupción se le está poniendo la cosa fea: el asunto tiene todos los ingredientes de escabrosidad y truculencia que alimentan el morbo social y el sensacionalismo de la prensa.

Más allá de su dimensión objetiva, los ribetes procaces del caso arruinan cualquier tipo de defensa propagandística. La batalla del relato está perdida. Por un lado, las juergas con putas abren una brecha de hipocresía en la coherencia de un partido que se postula como campeón de la causa feminista; por otro, el uso del Congreso como oficina de tráfico de favores –¿no tiene nada que decir al respecto su presidenta?– pone a numerosos diputados bajo el foco de la sospecha, aunque la mayoría fueran probablemente ajenos al sórdido trasfondo de aquellas cenas donde el conseguidor y su socio presumían de amigos con influencia. Es cierto que no existe hasta ahora ninguna evidencia de amaño de concesiones o de contratos y que es posible que los estafados fuesen los industriales que pagaban los jolgorios prostibularios. Pero como aparezca un solo dato fehaciente sobre eventuales conexiones de padrinazgo no habrá bastantes bomberos para sofocar las llamas del escándalo.

Es éste un asunto de daño reputacional grave, lo peor que le puede ocurrir a una formación política en vísperas electorales. El Ejecutivo tal vez logre, no sin dificultad, acotar el margen de responsabilidades; lo que no está a su alcance es frenar el superlativo desgaste de su imagen, ya carbonizada por la alarma social que han generado la ley del ‘sí es sí’ y sus beneficios a agresores sexuales. Hay motivo para los nervios en el entorno de Sánchez. El impacto de las fotos con chicas de alterne resulta difícilmente reparable; es de esa clase de temas capaces de permeabilizar la opinión pública hasta ganar la calle e instalarse en las conversaciones cotidianas del trabajo, el bar o las reuniones familiares. Mucho van a tener que esmerarse los expertos y asesores gubernamentales: esto no se tapa con veinte fugas de empresas como Ferrovial ni con cinco mociones de censura de Tamames.